Son las 12:30 de la tarde, en las rejas de los juzgados de control de Neza-Bordo comienza a juntarse la gente. La lona roja, la bocina, los rostros bordados y la ofrenda en memoria de Diana acompañada del olor a copal se hacen presentes en una especie de ritual casi espiritual; el cual se ha llevado a cabo en cada una de las audiencias del caso de Diana Florencio, víctima de feminicidio en Chimalhuacán, Estado de México, en 2017.
El 14 de enero de 2022 será un día que Lidia Florencio y su familia no podrán olvidar. La tensión, el nerviosismo y la incertidumbre nacen entre las consignas feministas que gritan las mujeres que han luchado desde hace cuatro años por la querida Diana.
Bajo el sol intenso de invierno, las morras de la colectiva SiempreVivas bailan al son de himnos feministas, como es natural en cada acompañamiento que han dado desde que iniciaron las audiencias. Lidia Florencio, madre de Diana, espera que le den pena máxima al hombre que tuvo la cobardía de quitarle a su hija; aunque eso no le devolverá nada de lo que el Estado y esos dos hombres le han arrebatado.
La espera se hace larga al pasar los minutos de la que tal vez sea la última audiencia del caso. Mientras tanto las mujeres que también han alzado la voz por Diana, por Renata, por Martita, por ti, por mí y por todas las mujeres, se preparan para los resultados de la sentencia. Gritan las consignas que han dejado huella en memoria de las mujeres asesinadas.
Ellas, las mujeres combativas, las que bordan, las que acompañan, las del bloque negro son quienes le han dado fuerza las madres que han perdido a sus hijas en este sistema feminicida que sólo siembra miedo; a ellas, a las mujeres que luchan les crecieron alas.
"No somos infiltradas somos las familias que estamos indignadas", gritan las madres que también han perdido a sus hijas, entre ellas Lorena, madre de Fátima quien fue asesinada a los 13 años en Lerma, Toluca.
Se sabe que el feminicida ha sido declarado culpable. Ahora sólo resta esperar lo mejor de un sistema de justicia plagado de inconsistencias, revictimización y que le debe tanto a las mujeres de este país. Sobre todo a las mujeres racializadas que viven en el Estado de México, que comúnmente lleva por nombre “la periferia”, un lugar que se encuentra abrazando la centralizada Ciudad de México.
En los 125 municipios del Estado de México, las mujeres periféricas han existido entre la violencia machista y resistido a la violencia feminicida. Se han convertido en mujeres combativas, llenas de digna rabia, armadas con pintura, impresiones y engrudo; con su voz, se han hecho escuchar hasta retumbar en las oficinas de los fiscales regionales y otras autoridades que las han dejado en el olvido.
"Las madres de la periferia estamos cansadas de que maten a nuestras hijas", expresó Lidia Florencio en alguna de las decenas de movilizaciones hechas a lo largo de estos cuatro años.
Desde el día que desapareció su hija no ha dejado de luchar por la verdad y la justicia. La madre de Diana, en audiencias anteriores dijo que “la periferia es uno de los lugares más peligrosos para ser mujer”.
La colonia en la que Diana fue asesinada se considera zona de riesgo para las mujeres, según datos oficiales de la Alerta de Violencia de Género declarada en Chimalhuacán. Además, aún existen 11 municipios con alertas activas, principalmente en el oriente y el norte del Estado de México, mencionan las cifras dadas por la Secretaría de la Mujer de la entidad.
Sumada a la violencia ejercida por habitantes de estos municipios, Lidia destaca que “lo que sucede en el Estado de México es demasiado grave, pues desde que llegamos a esos ministerios públicos[...] revictimizan a nuestras hijas. Nos dicen que seguro se escapó con el novio o de fiesta, haciendo caso omiso de todos los protocolos”.
Entre gritos desesperados de justicia, flores y cruces rosas está el nombre Diana Florencio, quién fue asesinada en razón de su género. Su feminicidio no ha quedado impune, el hombre que le quitó la vida recibirá el peso de las leyes. La familia de Diana ha sido acompañada desde las a fueras de las instalaciones del poder judicial mexiquense, las "locas" feministas se mantienen como el brazo que sostiene a aquellas madres que seguirán llorando a sus hijas, sus madres o sus hermanas.
Diana no ha muerto, Diana somos todas. Todas vemos en el rostro de Diana a nosotras las que nacimos mujeres en este país feminicida. Somos todas las que exigimos justicia por nuestras muertas, que viven en cada marcha, en cada pinta, en cada rincón de resistencia que construimos las mujeres organizadas.
"¿Qué queremos las mujeres del Estado de México para Diana? ¡Justicia! " dice la señora Aracely, madre de Lesvy Osorio quien también fue víctima de feminicidio en las instalaciones de la UNAM.
Han pasado casi cuatro horas, que se sienten como los cuatro años que han pasado desde que Diana fue asesinada. Cada vez que se abren las puertas, todas estamos atentas a quién saldrá; preguntándonos qué sucederá con el caso de Diana.
Con un sentimiento de agonía por la espera pero esperanza por la salida de la señora Lidia, se forma una incertidumbre al verla salir entre los barrotes que protegen al poder judicial de Neza-Bordo. De pronto, sólo se escucha el sonido del silencio, uno que nuevamente trae un aire de alivio y preocupación. Lidia Florencio es recibida con gritos de digna rabia: "Lidia, aquí está tu manada".
"Diana, escucha, tu madre está en la lucha" , Los ojos se le llenan de lágrimas, mientras a su lado se acerca Laura, la hermana de Diana. Su madre recurre a ella en busca de consuelo y la envuelve en un abrazo que casi podría revivir a Diana.
El veredicto final ha sido presentado "conseguimos 93 años para el cobarde que me quitó a mi hija y aunque él se quedó ahí, Diana no regresa"
Diana no ha muerto, Diana vive en la memoria de las mujeres que la recordamos con amor, cariño y ternura.