Este es uno de los textos ganadores de la convocatoria Primer Concurso Periodismo Universitario con Perspectiva de Igualdad de Género organizado por CIMAC
Elena Ayala es madre de tres hijos, habita en la comunidad rural El Pie, en Santiago de Querétaro. Ella es sólo una de las 25 millones de mujeres entre los 30 a 59 años que, debido a la pandemia provocada por la COVID-19, tuvo que adecuarse repentinamente a una nueva dinámica laboral y familiar.
“Mi hija no tiene mochila en qué llevarse sus libros, no tiene libretas, no tiene nada. Me dice ma, para qué estudio, ya mejor no entro…y ya es su último año de prepa, pero su papá no ayuda y hasta le dice que mejor deje la escuela. Y yo he intentado buscar trabajo y no hay, no me ocupan, y aparte no tengo el tiempo…de verdad sí ha afectado mucho la pandemia aquí a nosotros… Ya no sé que voy a hacer, no sé que voy a hacer, si no me voy a enfermar de esta enfermedad, me voy a enfermar de estrés”, dice Elena.
Sus casas se transformaron en un espacio de convivencia familiar permanente y las labores domésticas y de cuidados, las cuales han recaído históricamente en las mujeres, aumentaron de manera drástica en una sobrecarga de trabajo no remunerado, limitando su participación en el mercado laboral y afectando su salud mental.
La Comisión Interamericana de Mujeres calificó esta situación como una “emergencia global de los cuidados”. En el caso particular de las mujeres que, como Elena, habitan en zonas rurales, la situación es aún más complicada y vulnerable debido a los altos índices de marginación y las desigualdades que se viven en estas comunidades.
“Mis hijos no aprenden y yo no sé cómo enseñarles”: los obstáculos de educar en casa
Nanci Ayala vive en La Tinaja de la Estancia, otra comunidad rural en el municipio de Querétaro, a unos cuantos kilómetros de su hermana Elena. También es madre de tres hijos: Toña, Fer y Fany.
Desde la pandemia, la falta de accesibilidad a los recursos para la educación de los 3, la preocupa mucho. En un inicio, y sin apoyo alguno del gobierno, tuvo que instalar un servicio de internet el cual no siempre funciona de manera óptima. Las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) revelan que más de 16 millones de hogares en México no tienen conexión a internet y sólo 47.7 por ciento de las zonas rurales cuentan con este acceso.
Cuando comenzaron las clases en línea, Nanci se vio obligada a hacer un gasto adicional para comprar teléfonos inteligentes, así como 28.6 por ciento de las viviendas en México con hijos en edad escolar de acuerdo con el Inegi; pero ahora que está por empezar el nuevo ciclo, dos de los celulares dejaron de funcionar y por el momento no le alcanza para conseguir nuevos.
“Y no soy la única, aquí en la comunidad hay muchas mamás que están igual o que, incluso, nunca han podido conseguir un aparato para que sus hijos tomen las clases”, comentó.
Aparte de la preocupación por el rezago educativo que experimentan sus hijos debido a la mala conectividad y la falta de dispositivos, las madres como Nanci también han tenido que ver con tristeza cómo sus hijos abandonan la escuela.
Toña, la mayor, tiene 17 años y estudiaba la carrera técnica de electromecánica, reprobó cuatro materias el semestre pasado y ahora Nanci no tiene cómo pagar la inscripción ni la cuota extra que le permitirían seguir estudiando. En consecuencia, Toña se convirtió en una de las 5.2 millones de personas entre 3 y 29 años que, de acuerdo con el Inegi, por motivos asociados a la COVID-19 o por falta de dinero o recursos, no se inscribieron al ciclo escolar 2020-2021.
“Me pone muy triste, porque a lo mejor ella tendría… más oportunidades de las que tuve yo, y eso es lo quisiera para ella”, lamentó Nanci.
En el caso de Elena, ella solo cursó hasta sexto de primaria, y por más que le gustaría, su poca escolaridad le impide, dice, ayudar a sus hijos con la escuela.
“Sí me cuesta trabajo, sobre todo por las tareas; si hay algo que no le entienden pues es difícil porque quién les va a explicar a mis hijos, yo no sé, yo no entiendo mucho. Mis hijos no aprenden y yo no sé cómo enseñarles”, expresó.
“Y estamos todas igual” -agregó Elena- “es mucha presión, veo a mi vecina con sus hijos en primaria, y prácticamente cae en ella la responsabilidad de sus trabajos y luego los niños no entienden o se cansan y ella termina haciendo toda la tarea”.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) evidencia en sus reportes este incremento drástico del tiempo de supervisión e involucramiento de las madres en el proceso de aprendizaje de sus hijos, en donde ellas han asumido en un 74 por ciento el apoyo a la educación a distancia en el hogar, cuando sólo 4.8 por ciento de los padres lo han hecho.Asimismo, considerando los cuidados pasivos – cuidar a hijos e hijas mientras se realiza otra actividad – las mujeres dedican en promedio 15.9 horas semanales más que los hombres, según datos del Inegi.
“Hay días que de verdad siento que no voy a poder con todo”: labores domésticas y salud mental
Apoyar y supervisar la educación de sus hijos, no es lo único que estas mamás tienen que hacer. Un día normal para Nanci se ve así: despertar a las 6:30, tender su cama, preparar el desayuno, recoger la cocina. Lavar la ropa, limpiar el baño, barrer el patio, darle de comer a las gallinas y a las borregas. Batallar con sus hijas para que se metan a clase, monitorear a Fany, la menor, quien sufre de síndrome nefrótico, un trastorno renal que provoca que la pequeña retenga líquidos hasta hincharse tanto que ya no pueda jugar, ni caminar, ni siquiera dormir, debido al dolor.
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