En un mundo en el que los cuerpos se suponen consumibles, el comercio marca casi todas las proposiciones recientes de la belleza y el arte negros. Es decir, todo acontecimiento y todo cuerpo son permeables a la antinegritud: la negritud nace ya objetivada. Nace en la esclavitud y nace colonizada. La mirada blanca crea la ontología/fenomenología/conciencia de la persona negra. Cómo caminamos, actuamos o hablamos, la negritud siempre se piensa a sí misma en tercera persona. En la tradición filosófica europea, la negritud está congelada en una identidad estática que solo se utiliza para apuntalar la blanquitud. No existe como algo propio en Hegel o Kant. La experiencia negra no existe en el canon de los Existencialismos. La blanquitud no tiene ninguna capacidad para imaginar la experiencia negra; y, al mismo tiempo, circula una retórica insidiosa que descarta la antinegritud enmarcándola únicamente como una experiencia en contraste con lo que se afirma que es más estructuralmente determinista o real, y que socava nuestra comprensión del capitalismo y el imperio. En esta norma de pensamiento, esa antinegritud no es tomada en serio como descripción de una estructura que exige un relato no empírico más allá de los fenómenos locales para explicar cómo y por qué se reproducen globalmente los múltiples registros de su violencia.
Esa violencia también se ve en la creación y evolución de la mujer blanca. Se siente como si todavía estuviéramos intoxicadxs por actuaciones tecnocráticas de género en las que las mujeres blancas se ajustan a los diales de diferentes dinámicas globales cuando en realidad son actos de guerra, de muerte, de enfermedad. Es decir, la práctica estética de la feminidad blanca es discutir la negritud de la misma manera que discuten sus propias patologías: se reducen a una atractiva pila de productos consumibles. Esta práctica de la estética es un inventario de la violencia más que un inventario de la liberación, en el que las mujeres blancas solo pueden hacer de su emancipación consumiendo otros cuerpos/pensamientos/experiencias.
Esto es el conducto de la liberación femenina hacia el consumo de estéticas racistas y transfóbicas. En su canción “Saoko”, Rosalía afirma que se transforma: “Yo me transformo, como una drag queen, yo me transformo”. Parece una admisión que toma de los demás para cambiar, pero va más allá. ¿Cuáles son las implicaciones de una mujer blanca y heterosexual que afirma que se transforma en drag, el arte y el sustento de otros?
Las mujeres blancas
El engrandecimiento de las mujeres blancas viene con nuestra desechabilidad; el impulso natural de la blanquitud es compactar la negritud en bienes consumibles, mover los bordes de la patología en lociones corporales y cinturones de cuero; la piel se convierte en algo que llevas puesto, al igual que la cultura. La blanquitud es necrófila: está obsesionada con usar la muerte negra y consumir la vida negra. las mujeres blancas intentan lograr el cabello negro a través de una curada rutina compleja, van, como Rosalía, a Puerto Rico y lanzan “pámpara” en una canción, una palabra dominicana; y así, Rosalía se convierte en el objeto de su propio deseo. Admira la negritud porque los grilletes de servidumbre que España impuso en el Caribe le traen la libertad. Toma porque le hace tener algo propio. En palabras más simples, le da propiedad.
Se ha vuelto muy común que las mujeres blancas en línea expresen su disconformidad con el patriarcado blanco a través de una lista seleccionada de artículos que desean robar. Observan diligentemente la próxima pila de mujeres negras en las que pueden convertirse. Su feminidad se ha convertido en una prisión para las mujeres negras. Las mujeres blancas no quieren ser blancas porque equiparan la feminidad blanca con la sumisión, con el patriarcado; cargan con los hijos y el trabajo reproductivo. Lo que encuentran en la negritud es otra cosa: de repente, no son ellas los que están siendo poseídas, sino las que son capaces de poseer. Rosalía no es diferente: es parte de un fenómeno histórico e ilustra cómo opera la feminidad blanca.
Rosalía utiliza la transgresión de género como una analogía de cambio y liberación, en la que toma de comunidades oprimidas y las incorpora a la cultura dominante para ser consumidas, que a la vez son utilizadas para reafirmar los valores normativos en torno a la “masculinidad” y la “feminidad”, mientras explota la fungibilidad. de cuerpos negros. La relación de los blancos con la negritud es siempre transaccional y lo es porque lo que los impulsa no es la búsqueda de una liberación real de las clases oprimidas, sino el consumo de una analogía, o fungibilidad negra, que, “al hacer propio el sufrimiento del otro, ese sufrimiento está ocluido por la obliteración del otro”. (Hartman, 1997, 19).
En la sociedad civil blanca, la negritud sigue esclavizada y la fungibilidad negra no ha sido resuelta. Frente a la blanquitud, la negritud es a la vez inquietante y arraigada. Provoca cuestionamiento y construcción de un imaginario diferente. El feminismo negro desafía fundamentalmente la hegemonía y ha cuestionado la utilidad misma de la categoría de “mujer”. A partir de la “anulación del género” (ungendering) de Spillers y la “fungibilidad” de Hartman, encontramos que las mujeres negras ya son, por necesidad, figuradas como “queer”.
La blanquitud en sí misma es una construcción reduccionista que elimina cualquier cultura que impida la optimización bajo el capitalismo. La cultura occidental se construye a sí misma como una sobrerrepresentación: aliena a las personas a las que pertenece la cultura apropiada, mientras se dirige a una mayoría quizás mayor. Para las personas que se apropian, el esclavizado es “un ícono en el espacio representacional del imaginario masculino blanco” (Mercer, 177).
Las metáforas de la esclavitud negra transformada existen en todas partes y entre muchos. La disponibilidad de la esclavitud negra como el urtexto de estas historias también es un ejemplo de la fungibilidad que respalda la antinegritud en todas las comunidades. Las feministas blancas de todo el mundo comparan el trabajo sexual, la explotación laboral y el sexismo con la esclavitud. En la blanquitud, la muerte negra es solo una metáfora, una licencia literaria. La fungibilidad negra representa el uso sin restricciones de los cuerpos negros para la autorrealización del ser humano y para el proyecto humanista concomitante de producción y expansión del espacio. La antinegritud es una violencia fundacional y constitutiva. Todo el mundo nos canibaliza y trata de canalizar su imaginación a través de nosotros sin comprender nunca la base real de ello. Si bien servimos como analogía, la antinegritud no tiene ninguna analogía.
En definitiva, Rosalía, como hacen muchos otros creativos blancos, canibaliza la carne negra. Para ella, la negritud es un disfraz, al igual que las únicas partes que encuentra atractivas de la latinidad son aquellas asociadas con las mujeres negras de clase trabajadora que Occidente oprime. Ella no encuentra atractiva la latinidad blanca, está demasiado cerca de casa. El colonizador no encuentra al colonizador como una metáfora y no es capaz de comparar nada con él ya que no es posible someterle y reducirle a objeto. Ya controla.
Jennifer Rubio, mejor conocida como Ciguapa, es una educadora y escritora dominicana. Divulga sobre antirracismo y feminismo a través de las redes sociales y ha trabajado como profesora de música en República Dominicana. Directorx regional de Norteamérica y el Caribe para Afroféminas.
Twitter: @soyciguapa