Como es bien sabido por todas y todos, la vigencia de los temas de género es ya un hecho innegable al interior de la sociedad mexicana. Todos los días en los medios de comunicación aparecen notas donde hay personas implicadas en casos relacionados con violencia de género en sus diversas modalidades.
En estos días me llamó la atención que en redes sociales circulara una nota en la que se señala a Michael Foucault como responsable de supuestos abusos a menores de edad. Concretamente, se le imputa el hecho de haber tenido relaciones sexuales con niños que eran prostituidos en Túnez durante los años 60 del siglo pasado.
En estos días me llamó la atención que en redes sociales circulara una nota en la que se señala a Michael Foucault como responsable de supuestos abusos a menores de edad. Concretamente, se le imputa el hecho de haber tenido relaciones sexuales con niños que eran prostituidos en Túnez durante los años 60 del siglo pasado.
El tema en cuestión no es averiguar a través de estas reflexiones si los hechos resultan ciertos o no. No es nuestra intención discernir acerca de una verdad histórica que pudo haber existido o no. Más bien lo que buscamos poner sobre la mesa es el hecho relativo a si resulta válido imputar un hecho a una persona que legalmente está imposibilitada para defenderse. En el caso concreto Foucault por razones ontológicas no se puede defender ya que ha fallecido. Tampoco se puede iniciar un proceso legal en su contra gracias que una forma de extinción de la acción penal es la muerte del acusado.
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En el centro del debate feminista se han alzado voces en pro de censurar o cancelar al filósofo francés. Nos preguntamos: ¿Es ese el camino más adecuado? Sin duda, al calor de los sentimientos y desde la indignación que producen los supuestos abusos a niños, lo más natural sería decir que sí. Cualquier persona medianamente civilizada hoy en día está en contra de esta clase de conductas. No obstante, existe la otra cara de la moneda. ¿Dónde queda la presunción de inocencia? ¿Qué pasa con el derecho al honor cuando no se tienen posibilidades de defenderse? -si es que las hubieran-.
En una sociedad democrática, los ciudadanos contamos con un catálogo de derechos contenidos en textos constitucionales, legales y en tratados internacionales. La posibilidad de responder a un ataque legal es parte del denominado “derecho de audiencia y defensa”. Sin esta prerrogativa todas las personas estarían expuestas a cualquier clase de imputación en detrimento de su dignidad. En un proceso penal las cosas son más diáfanas debido a que sin derecho de audiencia y defensa el mismo proceso es nulo; estamos hablando de derechos humanos.
También señalamos la normalización de la violencia que nos ha llevado a ocultar estos casos, es plausible que ahora se estén nombrado. El caso de Foucault es complejo. Ahora no puede ser notificado, no puede nombrar abogado defensor, no puede contestar a la imputación, no puede acudir ante medios de comunicación o autoridades para hacer valer la presunción de inocencia, no puede presentar pruebas, si fuera el caso tampoco podrá aceptar la acusación. Aquí establecemos naturalmente un paralelismo entre un juicio y lo que se ha señalado en medios. Y esto nos lleva a otro tema: las redes sociales se han convertido en tribunales informales que han ayudado a visibilizar estos casos de abuso, de acuerdo con la ONU, menos del 3% han sido acusaciones falsas.
En este sentido, ¿la acusación de Foucault cabría aquí? Porque su compañero Guy Sorman decide develar la información años después.
Para Foucault, el juicio sumario ya se ha llevado a cabo. Como hemos señalado al inicio de esta disertación el tema ha puesto sobre la mesa si se debe cancelar a Foucault y a por ende anular su enorme legado a la filosofía occidental. Consideramos que una cultura de la cancelación no conduce a nada positivo; lo mismo ocurre con la expansión irracional del derecho penal que muchos desean. Vigilar y Castigar, como se denomina una de las más grandes obras de Foucault, no es la solución.
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Nuestra sociedad está saturada de normas, prohibiciones, apercibimientos y sanciones. Sin embargo hace falta también una cultura de denuncia. ¿Cuál es la salida entonces? Estimamos que debatir estos temas y observarles desde diversos prismas es la solución, es decir si Foucault fuera responsable, cómo leeríamos su obra, sobre todo, por qué se calló este hecho. Si se cancela a Foucault y los supuestos abusos entonces el caso desaparece del imaginario colectivo para quedar relegado a discusiones académicas en ámbitos privados.
Este mundo digitalizado nos permite crear comunidades y redes que acompañan a las mujeres en sus procesos de denuncia. Mientras al caso de Foucault es poca la información que tenemos. Sin embargo, nos permite ser críticos sobre el posicionamiento y visibilización de estas mentes críticas, espacios privilegiados al que se les dificultaba llegar a las mujeres
*Gilberto Santa Rita Tamés, Doctor en Derecho, Facultad de Derecho. Universidad de Sevilla y Coordinador de la Licenciatura en Derecho en la Universidad Iberoamericana.