El canario dentro de la mina murió y no nos pareció importante….

Hace unas semanas anticipábamos en esta misma columna la catástrofe de la pandemia y el impacto en los adultos mayores, se vislumbraba un protagonismo superficial sobrepasado por decisiones difíciles. Los acontecimientos mundiales y nacionales han dejado en claro que vamos tarde como humanidad en estos asuntos. 

A nivel global, la expansión de covid-19 en las residencias para adultos mayores se desató y fue casi imposible detenerla, se calculan alrededor de 10 mil de muertes por lo menos en Francia. No tan temprano como hubiese sido deseable, se implementaron medidas en algunos países para evitar la entrada del virus en comunidades que por definición son más vulnerables.  Estados que llegaron a la transición demográfica con un estado de bienestar consolidado, con un sistema de cuidados a largo plazo con presupuestos grandes y con una aparente inclusión de la vejez en el imaginario colectivo, tuvieron reacciones diversas, algunas dejan mucho que desear (i.e. Suecia).

Todas las respuestas llevan la marca del retraso, Francia y el Reino Unido emitieron sus primeras recomendaciones a finales de marzo cuando ya tenían una buena cantidad de casos y muertes, en Estados Unidos se envío un reporte al gobierno por parte de la Sociedad Americana de Geriatría apenas el 28 de abril. Las diferentes recomendaciones coinciden en la introducción de unidades móviles de geriatras acudiendo a dar consulta y apoyo a las residencias, toma de pruebas de COVID para el personal y los residentes, anticipar las decisiones y definir a qué residentes se les enviará al hospital y a quién no; una línea para ayuda con geriatras contestando las dudas, entre otras intervenciones. 

El “nosotros” que conocemos y en el que vivimos, no es el “nosotros” de las residencias para adultos mayores: la comunidad se vive muy diferente. Pensar (o no pensar en ellas en lo absoluto) que las mismas recomendaciones aplican o que el nivel de apoyo puede ser el mismo, suena un tanto naïve (ingenuo). Más allá de lo implementado de forma externa, lo cierto es que una buena parte de estas residencias no estaban preparadas desde lo más básico.

La falta de material de protección la vivimos todos sin embargo,  es posible que en estas casas haya escaseado aún más. De la misma forma, la necesidad de realizar pruebas a todos los residentes sintomáticos y al personal con el simple objetivo de poder determinar la presencia de la enfermedad, que en el caso de un espacio cerrado lleno de personas vulnerables tiene (como bien hemos sido testigos) un comportamiento mucho más trágico. Tal vez la cuestión no está en la reacción directa a la pandemia por Covid-19, sino en el sistema de cuidados como tal. Nadie niega la necesidad de las residencias, pero ciertamente el abandono generalizado y la falta de protocolos establecidos empeoraron la situación de base. 

El abuso estructural es probablemente el tipo de abuso menos reconocido ya que involucra el autoreconocimiento. Es este abuso que se da desde y a través de las estructuras de la sociedad mediante normas legales, sociales, culturales o económicas. Un ejemplo de éste puede ser el retraso en la adopción de leyes que contemplen las situaciones particulares de los adultos mayores, o los cambios en la estructura familiar,  que los deja desprotegidos (no quiere decir que no puedan o deban cambiar, pero siempre tomando en cuenta a todos los integrantes). Acaso esta ceguera,  ¿no es una muestra  de algún tipo de violencia estructural? La falta de prevención o reacción, ¿No es parte del desconocimiento de su existencia y sus necesidades? Tenemos entonces, una población vulnerada por sus cuerpos, vulnerada por el virus y vulnerada por la sociedad. Son consustanciales. El virus es parcialmente responsable de estas muertes, el resto es de nosotros. 

Este pandemónium es una oportunidad de buscar alternativas para los cuidados de largo plazo, y la mejora, tanto en la estructura, como en los protocolos de lo ya existente, este tropiezo no puede repetirse.

ADD: este no es el único caso de comunidades con poca movilidad y en situaciones precarias, las prisiones han tenido sus propias tragedias. Las muertes por omisión son el reflejo del fracaso de cada comunidad.

*Natalia Sánchez, estudió medicina por la Universidad Nacional de México, especialista en Geriatría por el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán

@nat_san_gar