Durante 16 años de matrimonio, para Elizabeth fue imposible mantener relaciones sexuales con penetración con su pareja, situación que llevó a su actual proceso de divorcio. Previo a su matrimonio, ella no tenía idea de que algo anduviera “mal” con su cuerpo, por lo que habría sido difícil identificar algún “problema” o anomalía.
“Yo me doy cuenta cuando mi esposo me dice ‘es que no entra, por qué eres así…’, cuenta Elizabeth.
El vaginismo es una condición experimentada por algunas mujeres, en donde los músculos del suelo pélvico —o sea, los músculos que rodean la entrada vaginal— se contraen involuntariamente, lo que imposibilita la penetración por parte de cualquier tipo de objeto u órgano en toda situación que lo requiera, de acuerdo con expertos en la salud.
En ese momento, la frustración y las dudas comenzaron a surgir. Ella no estaba muy informada sobre lo que era una relación coital. “Pensaba que el solo roce era una relación sexual, no sabía que tenía que entrar el pene…”.
La historia de Elizabeth no es la única. Carolina “googleaba” constantemente las palabras: “ansiedad”, “sexo”, “dolor”, finalmente dio con la palabra “vaginismo”. Recuerda que al inicio fue complicado encontrar información; porque la combinación de esas palabras daban como resultado posibles infecciones vaginales.
“¿Cómo buscas tus síntomas sin tener ninguno? ¡Mi único síntoma es no poder tener sexo!”, dijo Carolina.
Tanto Carolina como Elizabeth están acostumbradas a que la gente se sobresalte al escucharlas. Elizabeth tiene 40 años y hace apenas tres años logró ponerle un nombre a aquella condición que la aqueja silenciosamente desde la adolescencia. Carolina tiene 29 y sabe que tiene “eso” desde los veintidós.
Al menos en los Estados Unidos, sólo dos de cada mil mujeres lo padecen. En España, aproximadamente el 5% de las mujeres tienen vaginismo. De acuerdo con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) De cada 100 personas que llegan a consulta con terapeutas sexuales, 25 padecen dicho mal y 30 dispareunia, una sensación dolorosa y reiterada durante las relaciones sexuales.
El vaginismo implica que hay mujeres que no pueden tener relaciones sexuales penetrativas, por ende, tampoco pueden embarazarse. No van al chequeo ginecológico, no usan tampón, mucho menos una copa menstrual. No sólo eso: la mayoría de ellas ni siquiera puede tener un acercamiento hacia su vulva sin presentar malestar, incomodidad o incluso ansiedad, así se trate solamente de verla con ayuda de un espejo.
LA HISTORIA DE ELIZABETH
A sus 19 años, Elizabeth sufrió abuso sexual en donde, no ocurrió ninguna penetración vaginal, sí hubo sexo oral y tocamientos. La posterior denuncia de este hecho la llevó a tener una serie de revisiones protocolarias en el Ministerio Público que, según cuenta, fueron otra de las razones que dispararon su ansiedad. Durante su juventud tuvo algunas parejas sentimentales, sin llegar a tener una sexualidad activa. Las ideas que su abuela le inculcó desde pequeña sobre ser una mujer recta, tener sexo hasta el matrimonio y “salir vestida de blanco” permanecieron siempre detrás de su actuar.
Después de casarse, al intentar intimar con su esposo, ambos se dieron cuenta de que no era posible tener sexo “completo” y esto derivó en un proceso de confusión, profunda soledad y tristeza para ella.
“Te sientes sola, porque nadie más tiene esto… No te crees mujer”, dice con un notable tono de derrota. Al compararse con otras mujeres, con las que ‘sí pueden’, terminó sintiéndose insuficiente, e incluso asumiendo que merecía el rechazo de su esposo, quien se mostraba cada vez más desapegado de su matrimonio y desinteresado en comprender la situación de Elizabeth, lo que propició un mayor sentido de culpa en ella al reprocharle sobre su incapacidad para “cumplir” sexualmente.
Elizabeth habla pausada, ríe con timidez en ocasiones, pareciera ser discreta y mesurada, aunque perfeccionista, por la manera en la que cuida cada detalle de su narración para hacerla más precisa.
Un primer detonante que Elizabeth encuentra en su biografía es su infancia, caracterizada por una fuerte educación católica y padres muy estrictos, así como el peso de sus ideas conservadoras y la poca comunicación que había entre los integrantes de su familia. Su abuela, que era una persona a quien ella admiraba y respetaba, solía insistir en que ella no debía ser “una mala mujer” como su tía, quien debido a su actitud desenfadada y su vestimenta sexy, había quedado embarazada siendo una jovencita.
Aunque el tema del vaginismo no es nuevo, en los últimos años ha tenido un despliegue de representación mediática a través de diferentes canales. Series como Sex education, Unorthodox y My husband won’t fit han retratado de diferentes maneras la experiencia con vaginismo.
Fisioterapeutas expertas en la materia han emprendido proyectos con libros como El silencio pélvico, de Pilar Pons, que es fruto de más de 25 años de trabajo atendiendo pacientes con contractura de suelo pelviano, así como su podcast Dando voz al vaginismo, que busca exponer diferentes temas en torno a las vivencias con vaginismo y sus posibles soluciones. Además, existen asociaciones como ANVAG, canales de YouTube como En suelo firme y Pelvic Garden, así como diversas comunidades virtuales en Facebook y Reddit (FB: Vaginismus Support, El vaginismo tiene solución, r/vaginismus), entre otros esfuerzos, que han tenido un papel determinante a la hora de dar difusión y acompañamiento a mujeres en busca de orientación sobre lo que les sucede
LA HISTORIA DE CAROLINA
Para Carolina, las cosas van en otro sentido. Sus vivencias no parecen pintar un panorama previo que pudiera asociarse directamente con su vaginismo.
Carolina tiene 29 años, es estatura baja, delgada y tiene una expresión amigable. Su embarazo de tres meses no se nota a primera vista. “Con mi esposo ya hemos logrado tener relaciones, pero en ciertas posiciones”, fue así como logró embarazarse.
Al pedirle hacer una recapitulación sobre su niñez y adolescencia temprana, así como de su estructura familiar, en un ejercicio casi psicoanalítico Caro no encuentra algún momento que pudiera resultar inusual y mucho menos traumático.
“Cuando pensaba que esto era algo mío, empecé a ir con una psicóloga. Nunca llegamos a nada”, recuerda. “Durante tres meses se la pasó preguntándome, yo creo que quería llegar a que yo dijera que abusaron de mí o yo qué sé”. Pero para Carolina no había nada ahí, ni siquiera una posible memoria olvidada a la espera de hacerse consciente y dar respuesta a lo inexplicable.
La trayectoria escolar de Carolina, así como su educación familiar, fueron totalmente apegadas a la religión. “No hablábamos de sexo, pero tampoco siento que fuera algo prohibido”. Al empezar a tener noviazgos durante la universidad y no poder intimar “con normalidad”, nunca se sintió presionada por sus parejas y tampoco culpable o confundida. “Si no se daba, pensaba que a la próxima tal vez sí, y ya”, razón por la que nunca tuvo sospechas de que estuviera ocurriendo algo.
Al crecer, Caro sufrió su menstruación de manera extrema, “recuerdo que la primera vez me dio asco ver toda la sangre”. Además, “cada que me bajaba yo era de cólicos de hospital, entonces no tenía la mejor relación con este tema de “ser mujer”. Me bajaba cada mes y sufría cada mes”.
Las experiencias desagradables se acumularon, mientras descubría con sorpresa un desconocimiento total sobre su propio cuerpo. No solía observar sus genitales para nada, mucho menos tocarlos. Imaginaba el interior de su vagina como un espacio miniatura, frágil, rasgable, lo que provocaba en ella una aversión e incomodidad cuando se trataba de acercarse a conocerla.
En una ocasión fue con una sexóloga, que aunque dijo no saber mucho sobre vaginismo, le dio un libro: 10 pasos. Eliminación completa del vaginismo, que ayudó a que se acercara paulatinamente a su cuerpo. El libro traía unos dilatadores de varios tamaños. Tenía muchos ejercicios de observación individual y otros en pareja. Al principio el libro sirvió como una guía, pero luego necesitó de un acompañamiento personalizado. “Yo sentía que estaba estancada porque lograba meterme esas cosas sin moverme. Entonces yo decía ‘pues el sexo no es estar ahí como tronco y quedarme así hasta que entre’”.
Con el tiempo se volvió una preocupación. “Era ya un speech más grande: no puedo tener sexo, nunca voy a poder formar una familia, me voy a quedar sola…”. Después de su mala experiencia en terapia psicológica —y de no poder encontrar una razón para entender de dónde venía su vaginismo— decidió, junto con Pilar, que la explicación en sí misma no era relevante en su camino para resolverlo. “Chance y mi razón sea bien pinche, como que tengo baja autoestima y no me gusta mi cuerpo y ya… Bien pinche en comparación de un abuso”. Así, sin una causa raíz decidió buscar una solución.
“ES QUE YO NO SOY NORMAL”
Elizabeth y Carolina podrían no tener absolutamente nada en común, salvo por la condición de vaginismo primario que han descubierto en torno al ejercicio de su sexualidad.
Como presagio de lo que más tarde sería una inexplicable reacción de sus cuerpos, ambas coinciden en que un punto clave que les detonó una mayor ansiedad y confusión fue intentar llevar una revisión ginecológica:
“Al acudir a consulta literalmente me mojaba de sudor y la ginecóloga me dijo que tenía que ir al psiquiatra, que no era normal que no me dejara revisar”, dice Elizabeth. Los médicos que visitó jamás le mencionaron nada relacionado con el vaginismo, “ahí es cuando mi mente empieza a decir ‘pues es que yo no soy normal’”.
Para Carolina, el plan era ir con una ginecóloga para que le explicara qué le pasaba. Después de agendar una cita con el pretexto de un “chequeo general”, la doctora le explicó que físicamente todo estaba bien con su cuerpo. “Fue la peor experiencia de mi vida”, recuerda Caro, “estaba ahí en la silla, en la posición más vulnerable, ni siquiera podía abrir las piernas”. Pese a los nervios y gracias a una lucha por contenerse y relajarse, al final la doctora logró hacerle un papanicolau.
“Me dolió, lloré, sentí como que me violaron. Era un dolor físico, estrés, ansiedad… sentirme invadida”. Pese a mostrarse amable, la doctora no buscó indagar en lo que podía estar ocurriendo con Carolina. Al insistir en que todo estaba visiblemente bien con ella, pero que se encontraba muy nerviosa y tensa durante la revisión, Caro pensó: “si físicamente no tengo nada, entonces yo estoy loca y soy una intensa”.
VIVIR CON VAGINISMO
El panorama actual, al menos para ellas, es reconocer que no han superado el vaginismo en su totalidad. Han conseguido tener acompañamiento fisioterapéutico especializado en vaginismo, así como redes de apoyo online que han contribuido a que se conozcan y se acerquen a su cuerpo, a que entiendan cómo funciona y pierdan el miedo, tanto a su vulva y las partes que la componen, como a las situaciones externas que pudieron haber desencadenado un temor irracional hacia sus genitales, el sexo y la experimentación.
“Por ese tiempo, yo caminaba jorobada porque me daba pena mostrarme. Quería ocultarme, pasar desapercibida… No quieres que te vea nadie”, cuenta Elizabeth. Para Carolina la situación iba por el mismo cauce: “después de indagar mucho en mi mente, creo que tiene que ver con mis problemas de autoestima. Porque sí, tomar la decisión de que alguien me viera era imposible”.
Si mostrar su cuerpo públicamente siempre fue un tema, en la intimidad la aprehensión era aún más grande. “Lo asocio con algo muy íntimo, el hecho de descubrir ya tus genitales, eso sí es otra cosa”, dice Caro. Con su pareja, fue crucial encontrar ese punto de confianza y comodidad, cuestión que para Carolina ha sido clave para que lograran tener sexo y ella pudiera llegar al punto de un embarazo. “Si volvemos a lo mismo, que siguen siendo mis problemas con la exposición de mi cuerpo, pues chance sólo puedo tener sexo con mi esposo; si luego me divorcio y no tengo ese nivel de confianza con alguien más, pues no sé”.
Aunque no ha conseguido tener sexo con penetración, Elizabeth se asume curada de vaginismo. “Estoy curada porque he introducido dilatadores, he hecho ejercicios, ya no hay molestia. En el momento en que vuelva a tener una pareja sexual activa y que pueda tener una penetración, diré definitivamente que ya estoy curada. Pero para mí, ya está superado. Nunca en mi vida me había puesto tanta atención, nunca había creído en mí, pero aquí hay una clave súper importantísima que es el amor propio”.
Carolina tiene nuevos temores, Don un bebé en camino, después de lograr tener relaciones sexuales con su esposo. Le preocupa el postparto, que el trauma de parir la regrese años luz, incluso más allá del punto donde se encontraba al inicio. Teme al dolor, a la episiotomía, a la incertidumbre de llevar un parto natural.
Aun así, ambas son conscientes de lo mucho que han ganado al descubrirse y aprender más de lo que otras mujeres pueden llegar a conocer respecto a sí mismas y la forma en que se relacionan sexualmente con hombres. “Yo me di cuenta de que hay mucho en la educación que nos dan, lo cerrados que somos, lo machistas que son los hombres”, dice Elizabeth. “Muchas chicas llegan a contar que les duele, pero ellas lo ven normal y la verdad es que no es así”.
No queda más que vivir, aceptar y trabajar en una misma y su autoestima constantemente; Elizabeth lo sabe bien. No hay certeza de nada, no hay un resultado final claro y, como dice una canción de Cerati que la ha acompañado durante su largo proceso:
“Tarda en llegar,
Y al final, al final hay recompensa…
En la zona de promesas”.