En febrero de hace 4 años, murió Yvonne Barr, maestra de física, química y matemáticas con contratos temporales en algunas instituciones de Australia; casi en el anonimato dedicó sus últimos años a la docencia, sin embargo, esta mujer es una de las descubridoras del virus Epstein - Barr, asociado al cáncer linfático.
El virólogo británico Anthony Epstein, inspirado por una conferencia en el Hospital de Middlesex que expuso Dennis Burkitt sobre unos tumores malignos que inflamaban la mandíbula de los niños en África, decidió iniciar una investigación más profunda para revelar a qué se debían estas células cancerígenas y en 1963, una joven irlandesa de 31 años se unió a esta investigación que desencadenaría en uno de los descubrimientos más importantes de nuestra era.
Yvonne Barr se encontraba estudiando zoología en Dublín e investigaba la lepra humana cuando se unió a Anthony Epstein para resolver el misterio de aquellos tumores malignos, ¿tal vez algún mosquito?, ¿quizás si se inyectaban los tejidos en otros animales habría un desarrollo de cáncer?, en realidad, no podían estar más lejos de su descubrimiento.
La revelación
Era un viernes frío de diciembre en Londres, las biopsias de los niños de Uganda llegaron al laboratorio con muchas horas de retraso, aún así Epstein, se las entregó la joven Barr para tratar de cultivarlas y con éxito, estas células comenzaron a reproducirse sin parar. Una vez que se habían multiplicado sin parar, se pudo observar con un microscopio electrónico con mucho más detenimiento.
Al mes siguiente, después de esta primera observación lo anunciaron, Epstein e Yvonne Barr habían encontrado un virus en las células de este linfoma, y no cualquier virus, sino uno perteneciente a la familia del herpes. El siguiente paso, sería comprobar que el virus de Epstein - Barr tenía una relación directa con el desarrollo del cáncer, ¿cómo era posible que un virus tan común de la familia del herpes fuese uno de los causantes de tumores malignos linfáticos?
En compañía de Gertrude y Werner Henle; matrimonio de virólogos judíos que habían huido de la Alemania nazi lograron averiguar que en el 100% de las muestras que se tomaron en Uganda este virus se encontraba presente y que, además, también originaba la llamada "Enfermedad del beso", caracterizada por fatiga, fiebre, sarpullido y glándulas inflamadas. Concluyéndose que el Epstein Barr está relacionado de una manera directa al sistema linfático y en algunas personas, podía incrementar el desarrollo de tumores cancerígenos.
Hace apenas 20 años, la Agencia Internacional para la Investigación sobre Cáncer (IARC, por su sigla en inglés) clasificó al Epstein Barr como un agente químico o físico específico que tiene la capacidad de causar cáncer, porque durante la infección, desarrolla diferentes proteínas con capacidad altamente oncogénica. Esto se ha demostrado en algunos tipos de cáncer de linfomas, carcinoma nasofaríngeo e incluso, cáncer gástrico.
La hija de Yvonne Balding (su apellido de casada), Kirsten Balding explicó para El País que su madre siempre fue una mujer muy extrovertida y agradable que disfrutaba ayudar a los demás, por lo que se sentía más cómoda siendo docente, además de que en algunas ocasiones llegó a señalar lo difícil que era estar en un ambiente lleno de hombres.
"Me dijo que era un club de hombres. Tuve la impresión de que estaba teniendo problemas para conseguir un puesto permanente, así que cambió a la docencia", explica Kirsten.
Lo único que queda palpable, es que Yvonne Balding representará por siempre una parte fundamental de la comunidad científica y siempre será prudente señalar que no recibió un reconocimiento mundial a pesar de sus esfuerzos en la ciencia. Prueba irrefutable de que hasta nuestros días, continúa siendo un ambiente hostil con mínima representación femenina, sexismo y machismo. De cualquier manera, su nombre se encuentra presente en el 95% de la población mundial y su memoria será recordada siempre como un símbolo de trabajo, pasión y dedicación.