Una versión de esta entrevista fue publicada originalmente en el semanario digital Ojalá y se publica en La Cadera de Eva gracias a La Laboratoria, Espacios de Investigación Feminista. 

Traducción: Anouk Devillé

La familia parece monopolio de la ultraderecha y la “madre” una de las figuras centrales de la disputa. Presenciamos una ofensiva contra maternidades politizadas, feministas, antirracistas, con genealogía densa: las Madres de Plaza de Mayo son referencia clave. ¿Cómo se organiza hoy la maquinaria reaccionaria para hacer de las familias células racistas, islamófobas, LGTBfóbicas, transfóbicas? ¿Qué provecho electoral se saca? El poder de las madres, de Fátima Ouassak, disputa esa figura monolítica y convoca a las madres, en plural y en ruptura, a desplegar su poder.

Conocimos a Ouassak en verano de 2023, al final de una manifestación por Nahel Merzouk, joven de 17 años asesinado por la policía en Nanterre. Su oratoria nos impresionó. Politóloga, hija de inmigración, madre de barrios populares, fundadora del Front de mères y del Réseau Classe/Genre/Race, ha escrito novelas (Rue de Passage, Comme Ali) y ensayos (El poder de las madres y Pour une écologie pirate).

“Mi punto de vista es situado… pero quiero cambiar el mundo entero. Y con esa condición, la propuesta política que desarrollo en este libro es universal” (Fátima Ouassak)

Poder en plural

Marta Malo/Verónica Gago: El título de tu libro tiene ecos con El poder de las mujeres y la subversión de la comunidad de Mariarosa Dalla Costa y Selma James, todo un manifiesto del feminismo materialista de la década de 1970 y germen de la campaña política internacional por el salario doméstico.. ¿Qué significa el poder de las madres en el contexto actual?

Fátima Ouassak: El título en francés habla de la puissance de las madres, pero yo quería hablar de poder político y en plural. No “la madre”, sino “las madres”. En Europa las madres aparecen como tiernas, pequeñas, irrelevantes. Nadie las considera sujeto político. Sin embargo, tienen la posibilidad de transformar el mundo.

El poder del que hablo no es individual sino colectivo, ya existente en barrios populares. Por eso el título es descriptivo, no prescriptivo: hay luchas de madres desde antes del libro. Cuatro o cinco años antes cofundé el Front de mères. Y antes hubo otras: en 1984, Les folles de la place Vendôme hacían exactamente lo que describo. También encontré frentes de madres en Barcelona e Italia. La pandemia debilitó esas fuerzas, pero la experiencia muestra que el potencial está ahí.

Maternidades en ruptura

MM/VG: Como feministas sabemos que la posición “madre” es ambivalente: opresión y potencia. ¿Podrías desarrollar un poco cuáles son las maternidades desde las que hablas, esas maternidades en plural, pero también en ruptura? 

FO: En 2012, la Manif pour tous movilizó miles de familias contra derechos LGBT y educación sexual. Predominaban los padres, pero también había madres musulmanas y racializadas con motivos reaccionarios. No éramos el blanco principal, pero la ofensiva también nos apuntaba. Comprendí el peligro y de ahí surgió el Front de mères.

Hoy existe Parents Vigilants, un movimiento muy fuerte y racista, islamófobo y homófobo, sostenido por Zemmour. Nosotras, madres feministas y antirracistas, nos enfrentamos a esa máquina de guerra.

El otro frente es el Estado. El trato desigual a familias depende de si apoyas o cuestionas la institución. Padres que alaban la escuela, piden más policía o denuncian islamismo son alentados y financiados, incluso si son racializados. Pero madres críticas con la policía o la gestión de barrios somos demonizadas. No es solo cuestión de piel o clase, sino de discurso. Una madre que se comprometa políticamente será llamada islamista o comunitarista, tratada como el diablo. Eso debe interpelar al feminismo: hay un punto ciego respecto a mujeres racializadas cuando militan.

MM/VG: En tu libro, la escuela aparece claramente como campo de implicación y de batalla política. Háblanos un poco más de ello.

FO: En Francia, militantes de izquierda radical, al tener hijos, elaboran discursos anti-sacrificio. Aunque vivan en Bagnolet, escolarizan en París porque no quieren “sacrificar” a sus hijos conviviendo con niños negros, árabes o gitanos. Así reproducen desigualdades.

Por eso digo: cuando hablamos de proteger a la infancia, ¿de qué niños hablamos? ¿Incluimos a los no blancos y de clase popular? El objetivo no es culpabilizar, sino abrir un debate sobre estrategias colectivas frente a individuales.

En Francia se habla de la madre como individuo en relación a su hijo. Eso es un callejón sin salida: en una sociedad competitiva, el éxito de mi hijo se plantea contra el tuyo. Debemos girar la lógica: para que mi hijo tenga éxito, los tuyos también deben tenerlo. Incluso dentro del Front de mères es difícil, porque va contra todo lo que se nos dice.

Desinfantilización de las infancias

MM/VG: ¿Qué otros debates atraviesan al Frente?

FO: La desinfantilización: nuestros hijos no son tratados como niños sino como adultos. El término nació en barrios populares, pero fue blanqueado. En esta falta de reconocimiento hay dos problemas. Por un lado, está la clásica operación por la que las personas blancas se apropian de la historia, de la lucha y del trabajo intelectual de las personas no blancas. Pero hay un segundo aspecto, más importante y también más complejo. Y es que cuando una madre musulmana no blanca plantea una cuestión política acerca de sus hijos, no se la toma en serio, porque siempre hay esa sospecha de reacción, oscurantismo, islamismo

Un ejemplo: el caso de Adèle Haenel, agredida a los 12 años. El feminismo lo trató como problema de derechos de la mujer; nosotras insistimos en que era una niña. Nadie nos escuchó. Años después, Haenel nos dio la razón, pero sin referencia a lo que dijimos. Nuestra palabra siempre es sospechosa, nunca se piensa en su dimensión emancipadora.

Una trilogía política

MM/VG: El poder de las madres forma parte de una serie. ¿Puedes hablarnos de ella?

FO: Sí. Pensé en tres libros: sujeto, verbo y complemento. El primero define al sujeto: mujeres, concretamente madres como comunidad política. No solo biológicas, también tías, maestras, vecinas. Mujeres que protegen generaciones siguientes.

Para el primer libro, entonces, quería hablar de esta fuerza política, esta fuerza estratégica, que las organizaciones políticas han descuidado, que han dejado de lado, porque las madres no les interesan. Para mí era fundamental plantear que en la relación que tejen las madres con sus hijxs hay algo muy importante en juego que había que movilizar estratégicamente: entre las madres tampón que reproducen lo que hay y nosotras, que podemos llegar a ser madres dragón. 

Al final del primer libro, introduzco ya la ecología como principal herramienta de emancipación. Hoy en día tenemos dos emergencias: la emergencia planteada por el supremacismo blanco, el fascismo, el regreso de la extrema derecha, el autoritarismo y las guerras imperialistas, etcétera. La segunda emergencia es climática. Sólo la ecología puede responder a estas dos emergencias entrelazadas, por eso el segundo libro introduce la ecología pirata, decolonial. El tercero aborda la organización social: qué sociedad queremos defender lideradas por madres.

Ecología pirata y fronteras

MM/VG:  ¿Qué lugar tiene la libertad de movimiento en tu ecología pirata?

FO: La cuestión de las fronteras es lo que diferencia una ecología a la altura de los desafíos a los que se enfrenta el planeta de una que no lo está. El 99,99% de los proyectos ecologistas que conocemos tiene fronteras. Rascas un poco y bajo toda esa retórica del planeta, la biodiversidad, lo universal, descubres fronteras. Para mí, la única manera de pensar una ecología que esté realmente a la altura de los desafíos a los que se enfrenta el planeta es considerar la libertad incondicional de movimiento como un derecho fundamental. Esto no se ha hecho nunca.

Cuando formulé esta idea en Francia, todos reaccionaron con miedo a ser “invadidos” por árabes, negros o musulmanes. Ese fantasma no es solo de la extrema derecha: también la izquierda lo comparte.

El riesgo actual es mayor: la extrema derecha ya incorpora discurso ecológico, pero ligado a fronteras y territorio nacional. Debemos romper esa equivalencia.

Internacionalismo en tiempos de guerra

MM/VG: Dentro de tu interés por esta dimensión transnacional del activismo, ¿cuáles crees que son las claves en este momento de guerra

FO: Primero, Europa. Solemos rechazarla por neoliberal, pero necesitamos tejer relaciones entre países europeos. Segundo, la relación con África, difícil pero imprescindible. Sin trabajo con países del pasado colonial —Marruecos, Argelia, Senegal— no hay internacionalismo. Lo fácil es vincularse con América Latina; lo difícil es enfrentar historias coloniales.

Quiero que mi trabajo forme parte de un esfuerzo internacionalista: discutir estrategias, cómo apoyarnos, cómo encontrar dinero, dónde escondernos si es necesario.

Feminismo de barrios populares

MM/VG: ¿Qué papel crees que puede jugar el feminismo de los barrios populares en este contexto cada vez más oscuro?

FO: Durante las elecciones europeas, no pedimos el voto para ningún partido concreto, solo dijimos que, si votábamos, lo haríamos pensando en Palestina, en el genocidio en Gaza. Cuando, después de las elecciones, Macron anunció la disolución de la Asamblea Nacional, nosotras, que estábamos ya a punto de irnos de vacaciones, dejamos de dormir. Trabajamos sin descanso: fuimos a hablar con nuestros vecinos, con los hijos de nuestros vecinos, con nuestros compañeros, para decirles a todxs ¡tenemos que movilizarnos! Alrededor de dos cosas: primero, el voto. No somos izquierdistas que piensan que no tiene sentido votar. Para nosotras, votar es importante. Los musulmanes, los barrios populares y las personas no blancas tienen que votar. Es importante porque tiene peso, marca la diferencia. Y además dijimos: si te vas de vacaciones, si te vas a Marruecos o a Senegal, danos un poder y votaremos por ti. Yo misma lo hice, me iba a las puertas de los edificios, diciendo “dame tu nombre, iré a votar por ti". Todas lo hicimos.

El covid y el confinamiento dejaron huella en el Front de mères. A eso se suma el avance de la extrema derecha, el agotamiento electoral, porque en Francia hay nuevas elecciones cada 6 meses, el genocidio que estamos siguiendo día a día... Hay una fatiga psicológica y, pese a eso, trabajamos mucho y fuimos operativas. Las madres que son activistas organizadas en los barrios populares son ultra operativas. Saben lo que hay que hacer de verdad, en las escuelas, en las puertas de los bloques de vivienda pública, en los centros sociales. Y tienen una extraordinaria capacidad de organización, estrategia, influencia y movilización. Si hoy no hubiera madres en los barrios, no habría nada. No hay sindicatos, ni partidos políticos en los barrios de hoy, pero hay madres organizadas. Organizamos comidas para hablar de política. En esos barrios, bajaron las tasas de abstención. Si en Francia no hubiera barrios populares, ya estaríamos bajo fascismo.

Saldo organizativo y horizonte

MM/VG: ¿Qué saldo deja esta experiencia?

FO: Hemos ganado reflejos útiles para próximas elecciones. También discutimos con camaradas españoles sobre municipalismo y secesión: Yo vivo en Bagnolet. Creo que tenemos que decir que en Bagnolet no aceptamos fascistas y que si la Rassemblement National toma el poder, no lo hará en nuestras ciudades. Para ello, necesitamos ganar elecciones en los ayuntamientos. Pero también hay que construir autonomía política. Eso lo tenemos que discutir entre nosotras.

El nivel nacional no es interesante: lo es el local, las ciudades con barrios populares. Allí debemos construir autonomía política y organización comunitaria. Ese es el horizonte.

Una versión de esta entrevista fue publicada originalmente en el semanario digital Ojalá y se publica en La Cadera de Eva gracias a Laboratoria, Espacios de Investigación Feminista.