La primera novela de Yol Segura, Vimos casas hundirse, parte de un gesto íntimo y colectivo: contar una historia donde el cuerpo, la memoria y el desborde se vuelven territorio narrativo. Para elle, escribir ha sido una forma de acompañar las preguntas más que de encontrar respuestas. En la novela, ese impulso se traduce en un relato atravesado por la violencia y la fragilidad, pero también por la posibilidad de imaginar otros mundos, futuros y pasados.
Cuando me senté frente a Yol Segura para hablar de Vimos casas hundirse, lo primero que apareció fue la risa por una pregunta sencilla que resultó en una confesión sobre la necesidad de soltar la autoexigencia: ¿te gustó tu novela? Yol respiró hondo antes de responder: “Qué pregunta tan difícil”.
Escribir desde el desborde
Segura insiste en que su escritura nace de un lugar de exceso, de desborde, y que ese desborde tiene una fuerza política. En Vimos casas hundirse aparece en la manera en que los personajes enfrentan lo que se quiebra, lo que se cae, lo que no encaja en un orden previsible. Yol asegura que le interesa el desborde por la fuerza creativa que desata. Mientrasme lo dice, hace un gesto con la mano para mostrar el entorno en el que estamos: su sala llena de color, cuadros y pósters, un pequeño museo de fantasía activista.
La novela es acuática. Desde el título nos conduce al agua, y a la mitad del relato revela sus profundidades. El desplazamiento de familias por la construcción de la presa de Zimapán aparece como un acontecimiento íntimo y político al mismo tiempo.
Le pregunté qué tanto había de su propia vida en esa historia.
—La protagonista y yo compartimos que nuestros padres se conocieron en ese mismo lugar, en los pueblos que existían antes de la presa. Ese fue el disparador de la historia. Después hay muchas cosas que no tienen que ver conmigo. Irene, la protagonista, crece en esa zona como yo, y eso me hizo sentirlo como un territorio cómodo para narrar.
Ese anclaje biográfico convive con un trabajo de ficción que Yol fue encontrando poco a poco. Me habló del disfrute de decidir hasta dónde inventar, hasta dónde dejar “destellitos” de lo real. “Me gusta pensar en libros donde encuentras trazas de la realidad, pero no son la realidad. Para mí fue muy divertido decidir cuánto dejar entrar y cuánto transformar”.
De la poesía a la novela
Quienes hemos leído a Yol sabemos que su camino viene de la poesía.
—Tuve que aprender algo que no sabía hacer. Siempre intento no sentirme demasiado cómode con un formato; en cada libro busco dar una vuelta distinta. Si mis poemas son fotografías, esta novela es una película.
Y vaya si lo logró. La novela está atravesada por esa textura lírica, pero también se resiste a la linealidad y a la idea de que toda historia debe cerrarse. Propone, más bien, una narrativa donde lo corporal y lo sensorial marcan el ritmo.
Respiros en lo oscuro
A lo largo de la lectura hay momentos que nos llevan, casi sin darnos cuenta, hacia lo fantástico. Le conté que me sorprendieron esas irrupciones. Yol asintió:
—Fue de lo último que entró a la novela. Son escenas que funcionan como respiros fantásticos que rompen con el realismo. No quería quedarme en el registro de que todo es horrible. Me interesaba dejar espacio para lo luminoso, para el goce, incluso en medio de la oscuridad.
Ese gesto de abrir ventanas, de no ceder al peso de lo trágico, es parte de su apuesta política. “Siempre se nos exige a las personas LGBT escribir sólo desde ahí, como si fuera nuestra única preocupación. Aquí hay una historia lésbica, sí, pero también me preocupa el neoliberalismo, el capitalismo, la familia, el progreso. Reivindicar la ficción es no ceñir la escritura a lo que nos exigen”.
Yol reflexiona sobre el poder del lenguaje para abrir grietas: “El lenguaje a veces se queda corto, pero también es donde encuentro posibilidad de fuga”. Esa tensión atraviesa Vimos casas hundirse: una historia que intenta dar nombre a lo que no siempre puede nombrarse, como la violencia, el dolor o la pérdida.
Una novela que nace de lo colectivo
Aunque parte de experiencias individuales, Vimos casas hundirse también se enraíza en lo colectivo. La escritura de Yol está atravesada por la memoria compartida, por los vínculos y por la necesidad de contar desde un nosotres múltiple. La novela despliega personajes que atraviesan derrumbes, materiales y simbólicos, y que solo pueden sostenerse en relación con otres.
Ese gesto de colectividad está también en la manera en que Yol entiende la literatura. Su escritura está sostenida por una biblioteca íntima. Habla con entusiasmo de Gabriela Cabezón Cámara y Las aventuras de la China Iron, a la que considera referencia fundamental. También cita a Olga Orozco y Marosa di Giorgio, a Los recuerdos del porvenir de Elena Garro —de donde incluso reescribió un fragmento— y a Carmen María Machado. En lo teórico, resuena la voz de Sara Ahmed con La promesa de la felicidad.
“Ese libro plantea qué pasa cuando cumples todos los pasos hacia la supuesta felicidad y descubres que ahí no está. Eso atraviesa mi novela: personajes que hacen todo lo que se espera de ellxs y, al final, no encuentran lo prometido”.
Vimos casas hundirse: una imagen que persiste
El título de la novela resuena como una imagen insistente: casas que se hunden, que se derrumban, que dejan ver la fragilidad de lo construido. Es metáfora de lo inestable, de lo que parece sólido pero puede caer en cualquier momento. Y, al mismo tiempo, es una forma de mirar la catástrofe de frente, sin negarla.
En la novela hay un trabajo de archivo doble: público y personal. Yol me contó del momento en que encontró un artículo académico de Ingal Aronson sobre la presa: “Fue como la pieza que faltaba. Relataba cómo, ante la ausencia de corrales, las familias tuvieron que meter animales en las recámaras. Esa imagen me parecía incomprensible y al mismo tiempo explicaba mucho: era consecuencia de decisiones tomadas sin las mujeres”.
Del lado íntimo, hubo otra escena decisiva: su madre a punto de tirar los videos caseros. “Me los traje, los digitalicé”. Reencontrarse a une misme en un pasado donde quizá ya no nos reconocemos.
Cuando le pregunté si la literatura nos permite imaginarnos futuros posibles, Yol contestó con ternura:
—La ficción no solo nos da chance de imaginarnos futuros, también de imaginarnos pasados, de insertar a nuestros yos presentes en la historia. Podemos recuperar infancias queer que nos quisieron arrebatar.
No se trata solo de lo que viene, sino de lo que se rescata de aquello que nos dijeron que no existía.
A la niña que fue
Para cerrar, le pedí que pensara qué le diría a la niña que fue.
—Crecí con la sensación de ser poco hábil físicamente, de que no podía, de que era débil. Eso me hizo tener una relación muy compleja con mi cuerpo. Le diría que sí se podía, que aunque parecía que no era buena, quizá lo hubiera logrado si insistía un poco más. Es paradójico: escribí una novela acuática, pero no sé nadar ni andar en bici. Durante años me dio vergüenza. Ahora pienso que no fue una decisión personal y que siempre se puede aprender. Eso le diría: que se puede.
Vimos casas hundirse es una novela que se construye desde el desborde: mezcla capas, registros, géneros y memorias. Su fuerza está en la abundancia, en la intensidad y en esa convicción de que la ficción no tiene que justificarse. Con su primera novela, Yol Segura escribe contra la carencia, contra los huecos del archivo oficial, contra los relatos que nos reducen a lo esperado.
Y pienso de nuevo en esa primera pregunta, la más sencilla y la más difícil: ¿te gustó tu novela? Yol rió nerviose antes de responder, porque sabía —y ahora lo sé yo también— que la escritura, como el agua, siempre desborda.
Si quieres escuchar esta conversación completa con Yol Segura, te invitamos a ver la entrevista en el canal de YouTube de La Cadera de Eva.