-Esta semana volvieron a dar esa película de nosotros, ¡era igual a nosotros!- le anunciaba María José Ferrada en su niñez a su padre. La escritora chilena se refería en ese entonces a Paper Moon, una película que a ambos les fascinaba y que trata de un padre y su hija que recorrían pueblos en Estados Unidos durante la Gran Depresión.

El padre de M, la escritora María José Ferrada o el personaje en Kramp, era un vendedor y viajero hace varias décadas. M lo acompañaba en su oficio durante su adolescencia y mantenían una vida de nómadas durmiendo en hoteles de distintos pueblos en los que su padre hacía negocios. Ahí conocían a otros viajeros, comerciantes y todo tipo de personajes que hacía parecer este tipo de aventuras un filme de roadtrip y estilo coming of age que tenía que acabar en algún punto.

Ya fuera que terminara este recorrido porque M crece y nota cosas que quizás siempre estuvieron ahí. O porque en la década de los 90 el oficio de vendedor se precarizó en Chile, suplantados por las grandes cadenas internacionales. Como fuera el porvenir, derivó en María José Ferrada escribiendo esta novela llamada Kramp (2017), traducida a ocho idiomas.

El insospechado divertido mundo de la ferretería

D es un vendedor de artículos de ferretería de la marca Kramp -diferente al padre de María José Ferrada que vendía detergente- y lleva a su hija de nueve años de edad, M, a sus viajes de negocios. Rápido ambos aprenden que la asociación es bastante conveniente a nivel laboral pues la clientela se encanta por la adorable M en las negociaciones uno a uno.

Cuando años más tarde narraba a mis amigos esos recuerdos, intentaba dejarles claro que D no había sido un inconsciente -así lo llamaba mi abuela materna- sino un pionero de la pedagogía sistémica.

Para M, la vida de carretera es otra escuela en la que aprende estrategias de sobrevivencia con el dinero y de ventas eficaces. D parece el padre más divertido: cada que logran una venta a M le toca algún juguete, cenan en lugares con menús variados y alcanzan funciones en un cine solo para ellos.

Por supuesto D está lejos de ser el padre ideal, con continuas excusas para faltar a la escuela, carece de muestras de afecto familiar, la lleva a ambientes poco propicios para una menor y más de una vez tienen algún encuentro de riesgo.

A mis casi ocho años había descubierto que D no era gran cosa como padre, pero era un excelente empleador.

La breve novela no deja de meter al lector cada vez más en un divertido viaje en el que la expectativa de que algo genial o terrible suceda con tantos factores a contracorriente. Sin embargo, la ingenua -aunque no menos cínica- visión de M a tan temprana edad en cuanto a los paisajes, la vida, los amigos comerciantes de D, a su madre en depresión, es lo que sitúa al espectador de esta dupla cómica en los recuerdos infantiles en donde todo era, o parecía, más sencillo.

Incluso hubo vendedores que intentaron convencer a sus hijos de que los acompañaran, sin éxito, por culpa de madres inseguras y sobreprotectoras, narra Kramp en el capítulo XXI antes de que M se embarque en otra aventura.

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Para María José Ferrada, el mundo de los vendedores se parece un poco al trabajo de la escritura, afirma sonriente en entrevista para La Cadera de Eva

“A mí lo que me gustaba de los vendedores es que tenían que contar el cuento, tenían que mantener interesado al cliente y, entre que le iban contando el chisme o lo que fuera, le iban vendiendo el producto. Tenían un ritmo que era como: ‘bueno, pero ya se hizo tarde mañana te sigo contando’ porque así seguían vendiendo. Era tan gracioso, parecía una película de esas antiguas y yo quería que la novela tuviera ese ritmo como de película absurda”, dice María José Ferrada, con una voz tenue.

Además, María José recurrió a su padre durante la hechura de este libro. Ambos mantienen una relación muy cercana y ella le dio a leer los primeros capítulos, recordaron con mayor claridad las historias de los vendedores, algunas frases que decían y otros detalles.

Nos íbamos riendo, pero a medida que la cosa se iba ensombreciendo ya yo le dije a mi padre: ‘te mando la novela cuando esté terminada para ver qué te parece’. Y para él fue fuerte porque es ver el derrumbe de su oficio, al cual era muy apegado. Es como ver la disolución de todo”, explica María José Ferrada.

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Kramp se publicó en 2017 y María José Ferrada tardó tres años en escribirla. Al crear la novela, ella se encontraba en Barcelona con una beca, pero fue un periodo solitario para la escritora pues su abuelo falleció, un abuelo que es parte elemental de la novela, pues él también fue carpintero y por esa razón es que ella sabe tanto de herramientas.

“Entonces también hay un punto en que yo empecé a sentir cómo se deshace la vida y ahí yo creo que fue todo mezclado en la novela. También es una reflexión que las personas también se van y eso irremediable, no se puede hacer nada. Comprender eso, asumir eso, es cuando tú te haces adulto de alguna manera. Cuando se muere el último abuelo, no eres niño más”, dice María José en una plática de temas algo dolorosos.

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El mundo de los fantasmas es tan diminuto como el de las personas.

Kramp, capítulo 32.

Ferrada confirma que no existen tantas obras que aborden la relación afectiva entre un padre y una hija, que hay muchas sobre la relación madres e hijas, sobre las relaciones fallidas entre padres e hijos. Que en Kramp la figura del padre puede verse como una figura paterna fallida, pero no así su relación.

“Creo que es bonito eso de poder decirle al otro -y creo que eso es lo más universal de la novela-, “yo sé que tú estuviste lleno de problemas y errores, pero igual fuiste un buen padre como pudiste y yo estoy contenta como fue la cosa. No voy a vivir con cómo yo hubiera querido que fuera la cosa”, explica María José.

Por otro lado, los enigmas del silencio de la madre, de su ausencia en esta historia que nos presenta al inicio, la que une todo al final, se van descubriendo conforme avanza la historia. 

Una madre entera lo habría notado. ¿La convertía eso en una irresponsable? Creo que no, creo que más bien la vida había sido un poco irresponsable con ella.

Pero tanto la madre como M se dan la una a la otra la oportunidad de ser quienes son hasta que un episodio violentísimo de la historia del país las aterriza de nuevo. 

Durante Kramp, conocemos a su padre, D, a El Gran Carpintero, a S, a C, a E. El uso de iniciales para María José -que nunca deja su lado juguetón- era para bromear a las personas de la vida real en cuyas vidas se inspiró para dichos personajes y que se reconocieran entre las historias. Sin embargo, cuenta que quizás inconscientemente hay otra razón del uso de letras para nombrar a los personajes.

La cosa de las letras tiene que ver también con estos seres a quienes el sistema anula muy fácil. Súper intercambiable porque, ¿a quién le importa el vendedor y una hija? ¿A quién le importa eso? Es una letra. Porque no fue el héroe. No fue el que estuvo peleando. Fue un vendedor de detergente con su hija”, sentencia la autora casi al final de la entrevista.

Yo le pregunto a María José Ferrada que cómo lidia uno con ese vacío que de repente muestra la madre, que se queda a veces en uno. Y, como una lección que habría dado M, dice:

“Ver cómo uno va a tener sus pequeñas herramientas ahí de carpintero para ir haciendo ajustes a la casita que de vez en cuando se derrumba y eso es inevitable”.