Estudiantes del curso de Género, Sociedad y Derechos Humanos del Tec de Monterrey Campus Ciudad de México desarrollaron y presentaron diversos trabajos de investigación durante 2025. Entre ellos, este análisis sobre crianza y roles de género fue seleccionado para su publicación por su relevancia y profundidad al examinar cómo las prácticas de cuidado infantil perpetúan estereotipos que restringen tanto a mujeres como a hombres.

"Cada miembro de la familia tiene algunas tareas asignadas como lo es sacar la basura o lavar los trastes, pero como yo soy quien pasa mayor parte del tiempo en mi casa también tengo más responsabilidades como lavar la ropa o preparar la comida". Diana Flores es ama de casa y esta frase resume una realidad que se replica en miles de hogares de la Ciudad de México: aunque nadie lo imponga explícitamente, las mujeres terminan concentrando la mayoría del trabajo doméstico y de cuidado.

Su experiencia no es aislada. Según la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC, 2025), las mujeres entre 15 y 60 años dedican 47.8 horas a la semana a labores de cuidado no remunerado. Esto equivale a más de un trabajo de tiempo completo, pero sin salario ni reconocimiento. Y es apenas una de las consecuencias de cómo la crianza tradicional sigue reproduciendo roles de género que limitan el desarrollo de hombres y mujeres.

La feminización del cuidado

En México, la crianza está históricamente feminizada. Las madres son consideradas las principales responsables del cuidado de los hijos, la alimentación, la limpieza y la organización doméstica, mientras que los padres suelen asumir el rol de proveedores económicos, con poca participación en las tareas del hogar.

Esta repartición desigual se refuerza tanto en la cultura como en las políticas públicas. La licencia de paternidad legal es solo de cinco días, según la Ley Federal del Trabajo (Artículo 32, 2025), lo cual limita el involucramiento temprano de los hombres en la crianza.

El trabajo doméstico y de cuidados no remunerado representa más del 26.3% del PIB mexicano, según el INEGI (2023), y es realizado en su mayoría por mujeres: 86,971 frente a 36,471 hombres. Esta sobrecarga impide su desarrollo profesional y afecta su salud física y mental. Por otro lado, la rigidez del rol proveedor obstaculiza el vínculo emocional de los hombres con sus hijos y perpetúa la idea de que no están capacitados para cuidar.

Cuando el deseo choca con el sistema

"Me hubiera gustado estar más tiempo con mis hijos, pero decidimos que quien le iba a dedicar más tiempo al hogar era mi esposa y yo me iba a encaminar más en ser proveedor", explica Juan Vladimir Padilla, padre y proveedor económico. Su testimonio refleja las limitaciones que los estereotipos también imponen a los hombres, quienes muchas veces no pueden ejercer una paternidad activa por razones laborales, sociales o culturales.

A pesar de que expresó un deseo genuino de involucramiento, reconoce que las estructuras laborales y, en parte, sociales no se lo permitieron. Es una realidad compartida por miles de padres: el sistema no solo les niega tiempo con sus hijos, también cuestiona su hombría cuando intentan participar activamente en las tareas de cuidado.

Durante los últimos años, la participación de las mujeres en el ámbito laboral ha incrementado. Sin embargo, dentro de este sector, la mayoría de las mujeres que tienen hijos cuenta con un obstáculo conocido como "doble jornada", haciendo referencia al tiempo desempeñado en un trabajo remunerado y la realización de tareas domésticas. Es decir, trabajan dentro y fuera de casa, duplicando su carga sin duplicar su reconocimiento.

Intentos de ruptura y presión social

Gladys Loredo, madre y jefa de familia, ha intentado crear un entorno más equitativo: "Aquí todos hacemos quehaceres tanto hombres como mujeres... los he criado con equidad de género".

Sin embargo, también reconoce haber enfrentado juicios sociales por "darles demasiada libertad" a sus hijos, particularmente en temas como la educación sexual. Esto evidencia que, incluso cuando se intenta romper con los estereotipos, la presión social sigue siendo un factor determinante en la forma de criar.

Criada por sus abuelos, Gladys recuerda que "a las mujeres no nos dejaban usar pantalón, ni cargar cosas, ni nos daban el dinero" y que "los hombres iban al campo y las mujeres a la cocina". A pesar de provenir de un modelo tradicional, decidió conscientemente no replicarlo en su hogar. Su caso muestra que el cambio es posible, pero requiere voluntad individual y enfrentar el rechazo de una sociedad que aún no está lista para aceptar modelos de crianza equitativos.

La transmisión generacional de roles

La investigación realizada por las estudiantes del Tec de Monterrey permitió explorar cómo las experiencias de infancia influyen en las prácticas actuales de crianza. Un hallazgo central es que la mayoría de los entrevistados reproducen parcialmente los patrones con los que fueron criados, aunque en algunos casos los modifican conscientemente.

Diana Flores recuerda haber crecido en un entorno familiar donde "los roles de género estaban muy marcados ya que mi abuela se encargaba del cuidado de los niños y mi abuelo de salir a trabajar". Sin embargo, afirma haber optado por dedicarse al hogar por elección, no por imposición, una narrativa que plantea preguntas sobre hasta qué punto nuestras "elecciones" están condicionadas por lo que aprendimos desde la infancia.

Juan Vladimir Padilla también reconoce que fue criado en un esquema tradicionalista: "Mi abuelito no participaba en ninguna labor doméstica, esperaba que mi abuelita tuviera lista su comida y su ropa". Aunque más adelante sus tías y su madre introdujeron cambios, admite que en su propia experiencia como padre repitió el rol de proveedor. Su caso ilustra cómo, incluso cuando somos conscientes de las limitaciones de los modelos tradicionales, las estructuras laborales y culturales siguen haciendo difícil el cambio.

¿Y las políticas públicas?

Uno de los mecanismos más visibles de reproducción es la naturalización de la figura materna como principal cuidadora y la figura paterna como proveedor. La estructura social y económica sigue incentivando la permanencia de esos roles, ya que no existen condiciones laborales ni culturales que respalden una redistribución efectiva de las tareas de cuidado.

Los intentos por transformar la crianza tradicional enfrentan tensiones sociales que refuerzan la necesidad de políticas públicas y educación con perspectiva de género que legitimen la corresponsabilidad en la crianza.

Cambiar el panorama de la crianza tradicional implica reconocer que la forma en que se cría a las infancias no es neutra ni natural, sino profundamente política y estructural. Solo mediante un cambio cultural y normativo se podrán desmontar las desigualdades heredadas.

Hacia una crianza más equitativa

La crianza sigue marcada por roles de género tradicionales que limitan el desarrollo emocional, familiar y profesional de hombres y mujeres desde la infancia. Las entrevistas realizadas para esta investigación reflejan la imposición de estereotipos desde los primeros años de vida, afectando no solo a las mujeres, quienes suelen asumir una doble jornada laboral y doméstica, sino también a los hombres, cuyo deseo de ejercer una paternidad activa y afectiva se ve obstaculizado por normas sociales y estructuras laborales rígidas.

Los testimonios de Diana Flores, Juan Vladimir Padilla y Gladys Loredo muestran distintas realidades: desde la repetición consciente de patrones tradicionales con intentos de transformación, hasta las dificultades que enfrentan los padres que desean involucrarse más en la crianza. Estas experiencias evidencian un proceso de autorreflexión y cuestionamiento que apunta hacia una nueva forma de educar, basada en el respeto, la empatía y la libertad.

Este cambio cultural debe ir acompañado de políticas públicas que promuevan la corresponsabilidad en los cuidados y condiciones laborales equitativas. Hoy, más que nunca, tenemos la oportunidad de transformar la crianza tradicional y construir una sociedad más justa e igualitaria para las nuevas generaciones.