Corría el año de 1989 cuando la prensa mexicana alertaba a la población; algo macabro, terrible y sanguinario había pasado. Un grupo delictivo relacionado al cartel del golfo realizaba sacrificios humanos y una fosa de 13 cuerpos había sido encontrada, ¿lo peor? Una mujer había participado en estos hechos, siendo la única sobreviviente del clan a quien la prensa amarillista apodaría “la narcosatánica”, una figura que fue revictimizada, torturada y sometida a un proceso mediático violento. A 31 años de su aprehensión, ¿su sentencia representó justicia?

Esta es una lectura sobre el caso de Sara Aldrete, la revictimización, la violencia simbólica, el papel de la prensa, los pactos patriarcales y la manera en que las sentencias resultan recrudecidas cuando quien comete un crimen es una mujer. 

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Un repaso por la historia del clan

El líder del grupo fue Constanzo “El padrino”, un hombre de nacionalidad cubana - estadounidense que arribó a tierras mexicanas y que durante años se dedicó a asesinar a personas trans, trabajadoras sexuales y en situación de calle; las autoridades nunca le siguieron la pista, narra el "libro rojo de administración" escrito por el periodista Carlos Monsiváis. 

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Todo cambiaría cuando el estadounidense Mark Kilroy pasaría a formar parte de la lista de víctimas de los narcosatánicos. Las autoridades Texanas se involucraría, la presión internacional se volvería insostenible y el gobierno comenzaría a presionar en la investigación. 

De manera concluyente y con las autoridades pisándole los talones a Constanzo, deciden trasladarse a la capital mexicana donde, según narra Sara Aldrete, fue privada de su libertad y violentada, donde pidió auxilio a las autoridades a través de mensajes, según narra para el documental de HBO “La narcosatánica”. Es así que Sara, Constanzo y un guardaespaldas llegaron a la alcaldía Cuauhtémoc donde poco después serían abatidos y Sara Aldrete detenida.  

Desde hace 31 años Sara Aldrete cumple una sentencia de 647 años en el centro de reinserción social de Tepepan, Ciudad de México, siendo una de las mujeres con una de las sentencias más exorbitantes de todo el centro, pero, ¿entonces qué crímenes cometió y a qué se le atribuye esta sentencia? Para comenzar a entretejer una respuesta, La Cadera de Eva entrevistó a Margarita Mantilla socióloga feminsita y maestra en estudios de la mujer y a Jandi Uribe, abogada feminista y acompañanta de víctimas de feminicidio.

El rol de género y las malas mujeres

El primer punto de partida es entender que la posición de Sara Aldrete no se defiende y tampoco se justifica, por el contrario, se extiende un análisis que apela por la perspectiva de género en este, y todos los casos donde se tiene como culpable a una mujer, ¿las leyes mexicanas y la sociedad intentaron buscar justicia o sólo castigarla por su calidad de mujer?

En un repaso histórico, no es secreto señalar que el papel estructural de la mujer está relacionado a la pasividad, al buen comportamiento y el mantenerse siempre al márgen del órden social, entonces, cuando existe una mujer que quiebra con esta lógica dicotómica del sistema patriarcal, se da origen a una categorización que, a los ojos sociales resulta, incluso, antinatural. Margarita Mantilla, socióloga lo aborda de la siguiente manera: 

“Este es uno de los mitos más antiguos de la humanidad y nos atraviesa a todas, ¿por qué?, porque las mujeres somos personas, no es que sólo podamos ser buenas o malas, estamos llenas de matices. Y entonces, quienes se salgan de esta normativa social y se atreva a no cumplir con los roles esperados y además realice acciones ilícitas vivirá castigos recrudecidos”, explica la socióloga.

Pero esta categorización de mujeres y prejuicios no es una conversación nueva y que, podemos leer de manera sustancial en “Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas” de Marcela Lagarde donde, precisamente, nos encontramos con esta idea: las mujeres viven en diferentes cautiverios que el patriarcado ha construido. 

En el breve repaso de esta historia, ¿por qué se guarda en la memoria colectiva el nombre de Sara Aldrete y la figura de “El padrino” ha sido dejada en un segundo plano?, a estas alturas, convergen puntos relacionados a la violencia mediática, las sentencias políticas, las amenazas del Estado y el cautiverio al que Sara Aldrete está siendo condenada por más de medio milenio. Te lo explicamos a continuación.

El primer castigo: violencia mediática

¡La más macabra!, ¡satánica come bebés!, anunciaba la prensa de los años 80s para referirse a Sara Aldrete. Aunque se podría pensar que El Padrino no fue un personaje tan retomado por su asesinato, la realidad es que el caso cobró aún más relevancia porque había una mujer que había cometido crímenes atroces, explica la abogada Jandi Uribe quien acota que a lo largo de su experiencia acompañando a mujeres que han cometido delitos, ha atestiguado la forma en que los medios de comunicación criminalizan y quiebran el principio de la presunción de inocencia. En el caso de Sara Aldrete, los medios expusieron su rostro y la colocaron como la responsable del homicidio de 13 personas; delitos cometidos por Constanzo. 

“Los medios rompieron la presunción de inocencia y expusieron su rostro sin siquiera haber existido un juicio que determinara su situación legal. ¿Te imaginas? Aunque se hubiera determinado su inocencia, en la sociedad Sara Aldrete hubiera sido recordada de esa manera, más allá de los crímenes que no cometió”, ataja la abogada.

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A nivel simbólico, Margarita Mantilla explica que el papel amarillista de la prensa que la bautizó como “la narcosatánica” la convirtió, de manera inmediata, en la Lilith de la época, en la mujer mala, en la bruja, la rubia que engatusaba a los hombres y que era sumamente maligna. Para la prensa de la época, era mucho más satisfactorio poner a una mujer ahí para cumplir con los mitos patriarcales y no abordar tanto sobre “el padrino” porque entonces, ya no sería coherente con la propaganda que intentaban vender.

Asimismo, la sociologa ejemplifica cómo se hizo uso de la figura de Sara Aldrete para cubrir el asesinato del estudiante estadounidense y producir una fuerte aversión social en contra de ella que, más tarde, desencadenaría en una necesidad de castigo disfrazada de justicia. 

“Sabemos que ella participó en el crimen, ¿es culpable? sí. Pero no perdamos de vista la manera en que la policía y la prensa armaron todo un caso para darle solución a otros problemas como la desaparición del estudiante estadounidense. Hablamos de la llamada “caja china” donde se mantiene a la sociedad enfocada mientras el Estado atraviesa situaciones cruciales para evitar movilizaciones y fue más fácil enganchar a la gente a través del discurso de la mujer satánica” (Margaritta Mantilla, socióloga)

Otro ejemplo sobre la violencia simbólica en este caso, lo realiza la socióloga a través de una analogía. Se quemó todo el espacio donde se encontraba Sara Aldrete para evitar “la brujería”, siendo en este escenario, ella la bruja, en el lugar se encontraba evidencia vital para la investigación que bien podía contradecir y tirar toda la investigación que armó la policía. Sin información contundente y con Constanzo asesinado, Sara Aldrete se convirtió en un cuerpo al que la prensa, el estado y el sistema judicial podía revictimizar, señalar y castigar una y otra vez, eso sí, sin eximirla de su participación y complicidad. 

Tortura y brutalidad policial

Sara Aldrete es detenida a la edad de 24 años y según narra, la policía la obligó a meter sus dedos en el cuerpo de Constanzo, posteriormente, la subieron a una camioneta sin explicarle qué sucedería con ella. Fue golpeada y recibió descargas eléctricas en los pezones y en la vagina. Esta es la versión que narra la mujer, en contraparte, las autoridades se defienden acotando que en todo momento la trataron como víctima. 

“Sabemos que actualmente existe mucha tortura desaparición, pero en esos años era mucho más, ella vive tratos inhumanos y no recibe un trato justo al momento de llevar el juicio, al no existir Constanzo que pudiera decir cuál fue la participación de Sara, eso sin decir que es inocente, entonces le cargaron todos los delitos de él. Sara vivió todo lo que constituye tortura” (Jandi Uribe, abogada).

Al respecto, Margarita Mantilla pone sobre la mesa la manera en que, durante los ochentas existían múltiples violaciones a los derechos humanos, siendo las figuras judiciales las principales violentadoras. “Pero si Sara se lo merecía”, se podría pensar, sin embargo, la socióloga explica que es un tema muy delicado porque se entra en un juego de la moral que nos hace preguntarnos: “¿pero por qué habría que tratar bien a una narcosatánica?”

“Es aquí donde se tiene que hacer un trabajo de cuestionamientos, todos tenemos la facultad de hacerlo. Con todo y que estuvo involucrada y ejerció prácticas fuera de la humanidad, también fue víctima del sistema judicial que la condenó con una profunda aversión, misoginia y odio”, acota la socióloga.

"La narcosatánica": el caso de los pactos... patriarcales

Además de este proceso de tortura y violencia mediática que vivió Sara Aldrete, Margarita Mantilla encuentra otro hilo conductos muy valioso: el pacto patriarcal que ejercieron todos los hombres investigadores, policías y fiscales. Entre encubrimientos, culpas y odio -como el del sheriff que se lamentó que Sara no fuera asesinada en su detención-, trascurrió uno de los casos mediáticos más grandes de las últimas tres décadas.

A esta conversación, Jandi Uribe abona explicando que, hace un tiempo acompañó a una mujer indígena de Guerrero llamada Aurelia quien, tras un aborto espontáneo fue detenida y se gestó un pacto patriarcal muy fuerte dentro de la fiscalía: “Ellos querían castigarla, querían que pagara por lo que había hecho, movieron cielo mar y tierra para hacerlo. Esto nos demuestra que no querían justicia, querían que ella permaneciera en la cárcel, pero esto no se trató sólo de ella, se trató de una sentencia política que manda un mensaje a otras mujeres para decirles: ustedes no pueden ser malas, porque lo pagarán."

Otro ejemplo que la abogada trae a colación es el de Juana Barraza, conocida como “la mataviejitas” que cumple una sentencia de 759 años de prisión, para ella, esta sentencia es de las más exorbitantes de las que tiene conocimiento y lo interesante, es saber qué hay detrás de ella y la manera en que, hasta la fecha, es una de las figuras más satanizadas y a quien se le relaciona con todo lo malo del mundo, sin embargo, la abogada cuestiona cómo otros asesinos en serio como Jeffrey Dahmmer es atribuido a características positivas como inteligencia, sabiduría y astucia. 

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“A los hombres asesinos siempre les justifica por su historia, debemos empatizar con ellos y por lo que vivieron. Las mujeres viven muchísimas violencias también, pero cuando cometen crímenes jamás se piensa en sus historias o nos resultan poco creíbles, ¿por qué?, porque en esta sociedad creemos que los hombres son así y que en cualquier momento a ellos se les puede botar y asesinar a alguien, pero, ¿a una mujer?, ¡imposible!, y si lo comete, el Estado castiga y con creces” (Jandi Uribe).

¿Qué hubiera sido diferente si el caso de Sara Aldrete hubiera pasado actualmente?

¿Imaginas un escenario donde el caso de Sara Aldrete hubiera acontecido en la actualidad? Esta es una de las preguntas que La Cadera de Eva realizó a las especialistas y, de manera conjunta, las dos tuvieron una respuesta concreta: no. 

Pero, si han pasado más de tres décadas de este suceso y los derechos humanos han avanzado de manera importante, entonces, ¿por qué no?  Desde el espectro jurídico, Jandi Uribe acota que aunque creemos que hemos evolucionado mucho, la realidad es que el sistema sigue juzgando desde el patriarcado

“Las autoridades no están preparadas para juzgar a mujeres que delinquen porque aunque intenten ser imparciales, siempre poseen prejuicios sexistas sobre cómo fue posible que una mujer fuera posible de cometer tal o cual cosa. Nos falta mucho por avanzar en perspectiva de género”, sentencia.

Consecuentemente, la socióloga explica que el tratamiento que vivió Sara Aldrete se sigue replicando en otras mujeres que, incluso son inocentes. El estigma que vivió ella no sólo la atravesó, sino que nos atraviesa a todas porque hablamos de que el sistema tiene la facultad de castigarnos, estigmatizarnos y condenarnos a los cautiverios. La única arma de lucha que poseemos es el cuestionamiento mismo, mirar a estas mujeres y realizar lecturas como esta: “cuestionar y ponerse las gafas violetas es un acto político que está generando la toma de consciencia”, concluye Margarita Mantilla.

¿Entonces no hay buenas noticias?, en realidad, sí. Y es que, desde la perspectiva de las especialistas, aunque el Estado y los medios continúen perpetuando la violencia de género, son las mismas mujeres y las colectivas quienes están gestando el cambio social. Si este caso aconteciera en la actualidad, las organizaciones feministas serían los motores principales que demandarían una justicia plena, encararían a los medios y lucharían por un proceso penal transparente; no se trata de defender, se trata de poner las causas más justas al frente y entre esas causas, siempre estará la justicia no punitivista, sin sesgos ni prejuicios.