Desde la oteada, las grandes urbes mexicanas han normalizado la presencia de infancias y adolescencias en las calles. Se les ve debajo de los puentes, haciendo labores de mandado, mendicidad o limpiando el parabrisas, parecen lejanos a la sociedad y se convierten en “los otros”; sujetos de criminalización y discriminación, y pocas veces, se cuestiona la violencia estructural que les aqueja y los motivos por los que escapan de contextos altamente violentos en sus hogares y migran a las calles para ahora, sortear otras inclemencias.
De manera acumulativa, infantes y adolescentes se ven atravesados por una vulnerabilidad que trastoca la pobreza, la falta de redes de apoyo, el aislamiento, el abandono estatal, la violencia y el abuso físico y/o sexual. En el mundo se tienen contabilizados 100 millones de menores en esta condición y de este total, 4 de cada 10 habitan en América Latina, teniendo en promedio entre 10 y 14 años.
“Es un niño de la calle”, se escucha esta frase hasta el cansancio en el lenguaje popular y se usa en la cotidianidad para referirse a este sector con total normalidad, sin embargo, tiene una media tinta que hace toda la diferencia y es que, no todos los niños viven en la calle ni son abandonados por sus familias, en su mayoría, son infancias que mantienen un vínculo con su círculo nuclear y tienen un hogar.
De acuerdo con información del DIF, de los 94 mil 795 niños que transitan las calles de las urbes, el 95% indicó tener un hogar o familia, siendo la mayoría hijos de migrantes provenientes de la periferia, Oaxaca y Campeche. Pasan sus días jugando, trabajando, durmiendo o yendo de un punto a otro en la ciudad, en contra parte, el otro 5% (cuatro mil 750 menores de edad) se consideran “desvinculados”, es decir, no poseen familia, redes de apoyo y con frecuencia, ejercen el trabajo sexual y viven constantes intimidaciones por parte de las autoridades o bandas criminales de las zonas en las que habitan.
¿Por qué las infancias y adolescencias salen de casa para migrar a las calles?
¿En qué contexto de violencia debe vivir un menor para decidir que la calle es un sitio más seguro que su hogar con su familia? De acuerdo con el Sistema Nacional de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA), existen cinco ejes fundamentales por los que los menores salen de casa.
- Abuso sexual, físico o emocional
- Rechazo por su familia
- Problemas de salud mental
- Orientación sexual o identidad de género
- Abuso de sustancias.
En una lectura general, es importante destacar que el hogar es el espacio de convivencia más violento para las infancias y adolescencias, siendo los principales agresores los padres, en el caso del abuso sexual, es perpetrado en la mayoría de los casos por la pareja de la madre (padrastro).
Es así, que los menores salen de casa y las calles se convierten en un refugio temporal para el maltrato, crean lazos de amistad con otros pares, trabajan y algunos, viven su identidad sexogenérica en libertad; una libertad que se vuelve sofocante y, paradójicamente, los aísla y vulnera. Al respecto, la SIPINNA señala lo siguiente.
“La calle se convierte en ese espacio para escapar de la violencia (…) en esa libertad, cuatro de cada diez menores caerán en las adicciones de diferentes estupefacientes o vivirán violencia a manos de grupos delictivos. Su expectativa de vida se reduce a los 22 - 25 años”
“Estoy mejor aquí que en mi casa”
“Estoy mejor aquí que en mi casa”, le comentó una menor de edad a Rocío Ramírez, psicóloga, directora de secundaria, docente y tejedora de redes de apoyo desde hace más de 30 años para infancias y adolescencias.
En conversación para La Cadera de Eva, la especialista compartió que esa frase la ha escuchado con frecuencia en adolescentes, especialmente, en mujeres. Rocío Ramírez acota que muchas veces, las adolescentes que viven en entornos de alta violencia intrafamiliar o abuso sexual, deciden salir de casa y refugiarse en sus parejas quienes, con frecuencia, también ejercen violencia psicológica o física en su contra.
“Salen de hogares donde viven violencia intrafamiliar o abuso sexual, ¿por qué?, porque para ellas no es un lugar seguro. Esa gran pobreza emocional de sentirse violentadas y no contar con el apoyo, hace que emigren a las calles bajo la creencia de que estarán mejor ahí y desafortunadamente, viven otras violencias como relaciones disfuncionales, abuso físico, manipulación y acoso”.
Desde su perspectiva, la especialista acota que hay un tema que ha quedado postergado y es la salud mental - emocional de las infancias y adolescentes que salen de entornos violentos y migran a las calles. A menudo, se piensa que la protección que deben los padres a sus hijos es un techo y comida pero no se toma a consideración todo lo demás que hay en el medio, para Rocío Ramírez, es fundamental que se visibilice la salud mental al interior de la familia pero también, en las infancias desvinculadas.
“A nivel estatal no se le da la importancia que debe al estado mental - emocional, y eso es primordial, son pequeños que salieron de ambientes poco saludables y que jamás establecieron relaciones socio-afectivas sanas, estamos hablando de un gran vacío en su desarrollo, son infancias que emocionalmente no están bien y el Estado se limita a generar programas para darles comida algo muy positivo, sí, pero hay que ver más allá de eso”
A menudo, se cuestiona si estas infancias y/o adolescencias pueden realmente modificar su estilo de vida e integrarse a los demás grupos sociales, en un ejercicio de reflexión, es probable que se caiga en el estigma de la drogadicción, del crimen organizado o de considerar que son personas altamente violentas; son niñas, niños y adolescentes. En esta línea el Instituto Interamericano del Niño expidió un documento que recoge lo siguiente.
“No existe un estatuto que los vuelva distintos al común de los niños de otros sectores populares, es su situación de vida expuesta al límite de la supervivencia y la referencia hacia la calle lo que en un momento determinado, puede alterar el curso de sus historias personales porque el espacio que ocupan es vulnerable en sí mismo”
Al cuestionar a la especialista si es posible que estas personas se reintegren con otros grupos, la respuesta se vuelve circular. Sí, pero de nueva cuenta, hay que mirar de cerca su salud mental y poner en marcha políticas públicas con perspectiva.
“Es complicado en algunos casos pero no imposible, claro que pueden hacerlo, pero hay que ser conscientes que las heridas de la infancia y las violencias que viven marcan la vida y son dolorosas. Hay adolescentes que quisieran salir de las calles y no lo hacen, no porque no quieran sino porque han desarrollado serios cuadros de depresión”, señala.
Aunque este discurso de salvar a todas las infancias y adolescencias pueda parecer idóneo, Rocío Ramírez señala que, con un trabajo conjunto se puede generar el cambio en al menos, 6 de cada 10 personas, pero también hay adolescentes que atraviesan adicciones muy fuertes, mueren en manos del crimen organizado, sufren paros cardíacos por sobredosis o simplemente, rechazan integrarse a los programas públicos del Estado porque encuentran retribuciones económicas en la calle.
En ese contexto, Ana Patricia Elías, exdirectora del Protección a la Infancia del DIF Nacional comparte para el Consejo Nacional Para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), que integrar a los menores se vuelve aún más complejo cuando estos reciben pagos a cambio de realizar ilícitos: “salir de esos círculos de padrotes y delincuentes organizados es sumamente difícil, decirles que ya no deben recibir ese dinero o que se les dará una beca es algo que rechazan, especialmente los adolescentes que han vivido hasta 10 años en las calles”.
De manera concluyente, en el marco del Día Internacional de los Niños de la Calle es necesario nombrarlos, cuestionar la normalidad con la que la sociedad mexicana observa a menores trabajar y dormir en las calles, colocar bajo el visor los vacíos informativos sobre este sector poblacional y por supuesto, poner en la mesa que los programas públicos deben de poseer una perspectiva de género, sensible y humanitaria.
“Han quedado abandonados (las infancias y adolescencias en situación de calle), no le dan la importancia que deben a la salud mental y es vitalicia, más de lo que el Estado se imagina. Se habla de los niños de las calles y sus albergues y está perfecto, pero hay que escuchar sus voces, ¿cómo el Estado va a saber lo que necesitan si no los escuchan?, el problema sigue ahí, nadie habla de las violencias que vivieron, llámese abuso sexual o abuso físico. Se deben dejar de tapar los hoyos y creer que la protección es sólo comida y techo, también es amor, cariño y escucha, se deben sustentar soluciones siempre con esta perspectiva” (Rocío Ramírez, psicóloga en entrevista para La Cadera de Eva)