La violencia obstétrica es reconocida como la negligencia en la atención médica expresada en un trato deshumanizado, el abuso de medicalización y patologización, la práctica abusiva de cesáreas, el uso de métodos anticonceptivos o de la esterilización sin el consentimiento informado y voluntario de las personas con capacidad de gestar; así como la obstaculización, sin causa médica justificada, del apego precoz del recién nacido con la madre.
Cecilia Kalach, abogada de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y especialista en derechos sexuales y reproductivos, y Hannah Borboleta, partera feminista de Morada violeta, nos acompañaron en El podcast de Eva, donde hablamos de violencia obstétrica. Y es que, a pesar de que se trata de una práctica sexista muy antigua, fue hasta 1993 cuando por primera vez se acuñó este término en un foro sobre parto humanizado en Brasil. Posteriormente, en 2017, Venezuela fue el primer país en incluirlo dentro de una ley.
En México, la primera ley que lo consideró fue la Ley de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia del estado de Durango, lo que ha sido replicado por otros gobiernos al interior de la República. Sin embargo, nos explica Cecilia Kalach, la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia sigue sin reconocer la violencia obstétrica.
Rasurados innecesarios, enemas, maltratos físicos e incluso no remitir a las personas en el parto a otros profesionales médicos, en caso de ser necesario, son otras situaciones de violencia. Pero también hay que considerar la discriminación, el racismo y, una las acciones que han hecho más visible la violencia obstétrica, la realización de cesáreas innecesarias y no consentidas.
Según la Organización Mundial de la Salud, la tasa ideal de cesáreas debe oscilar entre el 10% y el 15%, en México, en cambio, es del 50%. Hannah Borboleta nos explica que aunque muchas veces estas son necesarias para salvar vidas, en ocasiones este tipo de decisiones suelen ser tomadas por motivos económicos o para reducir el tiempo de un trabajo de parto.
“¿Su bebé señora?” “Se murió, señorita”. La violencia obstétrica en México
Julia Carolina supo que estaba embarazada de gemelas en julio de 2009. En ese momento tenía un hijo de un año que había nacido en el IMSS de León, Guanajuato; sin embargo, esta vez prefirió realizar el seguimiento de su embarazo en el Hospital Regional de León, ya que, relata, su primera experiencia fue muy fea.
En enero de 2010, cuando tenía 29 semanas, ya no podía moverse mucho y se sentía muy cansada; por lo que la inyectaron para adelantar el parto. Esa misma semana le realizaron estudios preoperatorios y, un día después de estos, cuando acudió a su cita de ultrasonido. La médica le dijo: “Señora, sus hijas ya no viven”.
“¿Cómo que ya no viven, si ayer vine, me revisaron, pasé a laboratorio”. Pero ese miércoles me tocaron puros residentes y les dije que me revisaran porque me sentía rara. Dijeron, “No, señora, usted está bien. Véngase mañana al ultrasonido, es que ahorita no está el doctor que puede decirle”. “¿Y entonces ustedes que son?” “Nosotros sólo somos residentes, no podemos hacernos responsables”.
Julia Carolina tuvo que esperar en el hospital en espacios donde había otras personas embarazadas y en labor de parto. Durante su recuperación también fue asignada junto a quienes acababan de parir y estaban con sus bebés. Su testimonio es uno de los 27 que, el 9 de mayo de 2016, se presentaron en el “Tribunal Simbólico sobre Muerte Materna y Violencia Obstétrica”, donde por primera vez en nuestro país se presentaron historias de víctimas en Chiapas, Yucatán, Sinaloa y Zacatecas.
Durante este tribunal se redactó un informe con recomendaciones al Estado para prevenir violaciones a los derechos humanos. Como nos explica Cecilia Kalach, las leyes tienen la capacidad de impulsar un cambio social, pero para que este ocurra deben ser implementadas y, además, es fundamental que estas nombren e identifiquen experiencias como fenómenos sociales.
A pesar de que la mayoría de las leyes de acceso a las mujeres a una vida libre de violencia reconocen la violencia obstétrica, el gran reto, expresa Kalach, es que esta no solamente esté regulada y reconocida, sino que realmente se traduzca en verdaderas políticas públicas.
¿Cómo reconocer si estamos siendo víctimas de violencia obstétrica?
Las cuestiones relacionadas con la reproducción o la sexualidad han sido consideradas como algo privado, cuando en realidad son temas de salud pública de los que se deberíamos estar hablando más. Al preguntar a Cecilia Kalach y a Hannah Borboleta cómo podemos darnos cuenta si estamos siendo víctimas de violencia obstétrica o ginecológica, coinciden en la importancia de empezar a reconocer experiencias similares de otras mujeres, como una manera de validar aquello que nos ocurrió y que no se sintió bien.
La violencia no solo tiene que ver con los tratos, sino con la situación en que se encuentra la persona. Por ejemplo, cuando se les pide consentimiento para esterilizar a quien acaba de parir. “La violencia tiene que ver no solo con los tratos que da el personal médico, sino en qué situación está la mujer”, relata Cecilia Kalach.
Además, la violencia obstétrica se puede manifestar de forma psicológica, lo que la vuelve aún más difícil de evidenciar, ya que va desde la discriminación hasta la falta de información oportuna. Así mismo, estas acciones se encuentran normalizadas en los espacios médicos en nuestro país.
Yo recuerdo mucho a una mujer que le atendimos su parto y nos decía “es que yo en mi primer parto, pues estaba en el hospital y entonces repetidas veces llegaban diferentes personas, me metían los dedos y pues yo no sabía para qué”, comenta Hannah Borboleta.
Otros testimonios de experiencias previas que con frecuencia escucha son:
- “Si ese bebé muere va a ser tu culpa”
- “No dejaron entrar a nadie conmigo, yo estaba sola”
- “Me quitaron mi ropa, no tenía mis objetos personales”
- “No me dijeron nada”
- “Se llevaron a mi bebé”
"Es absolutamente difícil hacer estudios cuantitativos de cuáles son los índices de violencia obstétrica, menciona Cecilia Kalach, necesitamos profesionalizar los estudios que midan la incidencia y violencia obstétrica para poder resolverlo, pero para eso tenemos que reconocer que es mucho más que una cesárea forzada, es mucho más que violencia física, es como tú llegas a deshumanizar a la paciente".
Además, Hannah Borboleta nos señala cómo la despersonalización en este proceso es un efecto sistémico, ya que no solo se trata de la persona o el personal de salud, sino del modelo médico hegemónico que se caracteriza por una desigualdad de poder entre el personal de salud y las personas que acuden a atención.
Para erradicar las prácticas violentas es necesario transitar de un sistema punitivista a uno que reeduque la manera en la que las personas gestantes se vinculan con su proceso de embarazo, parto, posparto y nuestros cuerpos en general; además de empezar a reconfigurar las concepciones sobre la patologización del cuerpo, para esto, nos explica Kalach, hay que promover un programa de educación sexual, reproductiva y menstrual.
“Volver a resignificar la manera en la que nos conectamos con nuestros cuerpos y cómo dotar otra vez de la capacidad de decidir a las personas: quién nos acompaña en nuestro parto, posparto y embarazo”, menciona Cecilia Kalach.