Muchas veces me encuentro convencida de que la humanidad está atravesando por una severa crisis de fe; fe en una misma, en la otra persona, en las capacidades -propias y ajenas-, en el camino, en los objetivos planteados, en la magia, los astros, o la religión. Despertar con noticias tan devastadoras como el bombardeo a un hospital, en medio de un genocidio descarado, o el número de personas asesinadas en un fin de semana, o de mujeres (siempre incluidas las mujeres trans) violentadas por el simple hecho de ser mujeres, o sobre el alza en los precios de cosas tan básicas, como un kilo de jitomates, o con todos los spots electorales cuyos números ya no creemos, menos sus intenciones, hace que el ejercicio existencialista sea inevitable.

Entonces, toca meternos positivismo, hasta en los jugos verdes. Hacemos acopio de todas las herramientas cósmicas y de superación que conozcamos; intentamos encontrar respuestas en la retrogradación de Mercurio, en la veladora o en la comparación con peores escenarios. Preferimos dejar de escuchar noticias, o de mirar a la persona de a lado y preguntar si hay algo en lo que podamos ayudar. Apenas tenemos mente y oídos para nuestras frases motivadoras.

Lo cual nos lleva a un odioso y doloroso círculo de egoísmo, de desconexión con nuestra comunidad y con nuestro lugar en la sociedad. Nos colocamos entre las paredes del individualismo, y el mantra central es “si no me toca no me afecta”; mientras la podredumbre se encuentre en los límites de los altísimos muros de mi privilegio, todo está bien.

El 13 de enero se conmemora el Día mundial de la lucha contra la depresión, y en México los datos subrayan que “34.8 millones de personas han experimentado algún episodio depresivo en sus vidas (20.37 por ciento de las mujeres y 14. 48 por ciento de los hombres)”[1]. Aunado a este dato, encontramos otros más impactantes, en 2022, el suicidio fue la cuarta causa de muerte más común en niños y adolescentes de 10 a 14 años y la tercera en el grupo de jóvenes de 15 a 24 años[2].

Si dejamos de vernos tanto, de revisitar todo lo que somos y queremos proyectar que somos; y comenzamos a mirar afuera de nuestro ego, a escuchar otras formas de entender la vida; tal vez, podamos salir del círculo individualista

Pero, recordemos: si no me toca, no me afecta. Desde el feminismo, la gran bandera “la sororidad”, la red solidaria que está a tu favor, también está en crisis. “Yo te creo hermana, no estás sola, aquí está tu manada”, se pregona en todo espacio de intervención, pero los muros del privilegio son muy altos y gruesos, por lo que, resulta muy difícil poder mirar más allá del ombligo. Incluso la sororidad se da dentro de quienes pudieron entrar en el espacio de privilegio o resguardo. Para las mujeres del gueto no queda de otra más que chingarle, hacer malabares con todas sus responsabilidades para salir avante. La crisis de fe se profundiza, porque hasta los ejercicios de libertad, de justicia y de emancipación se vuelven una constante clasificación, entre quienes sí merecen ser parte de y quienes "aún no".

Ayer fue Blue Monday, tercer lunes de enero, calificado como el día más triste del año, y mi ansiedad existencialista me lleva a reflexionar sobre el cómo no sentirnos así, si la costumbre más generalizada en occidente es trazar objetivos claros y medibles, que nos hagan “mejores personas”, como ritual de cierre e inicio de ciclos. La mayoría van encaminados a verse (que no es lo mismo a estarlo) más sanas – bajar de peso, meterle más al gym, hacernos tal cirugía, etc.-, lograr otro nivel de profesionalización, un ascenso, viajar, cambiar de automóvil, comprar una casa, y leer más libros.

Qué estresante resulta transitar entre periodos basándonos únicamente en nuestra capacidad adquisitiva, en nuestro ego alimentado por el consumo material, en tener/adquirir poder a través de certificados de excelencia. Qué difícil humanidad estamos siendo, cuando la obsolescencia de las personas es un constante recordatorio que cada micro avance tecnológico hace. Qué triste resulta escuchar spots electorales que confunden feminismo con mercadotecnia.

Tal vez, y esto sólo es una aproximación, ni siquiera una teoría, si dejamos de vernos tanto, de revisitar todo lo que somos y queremos proyectar que somos; y comenzamos a mirar afuera de nuestro ego, casa, círculo, profesión, creencia; y comenzamos a escuchar otras realidades, otras necesidades, otras formas de entender la vida; sólo tal vez, podamos salir del círculo vicioso del encierre individualista al que este sistema nos empuja constantemente más y más. Es decir, salir de estructura, del molde, del pensamiento que se nos inculcó; dejar de creer que somos porque tenemos, y comenzar a dibujarnos en el somos porque hacemos bien a los demás. Ah, menuda tarea, el nuevo modelo es el reto, es la angustia, pero eso me parece más disfrutable que seguir en Blue Monday cíclicamente.  

[1] Dato disponible en: https://unamglobal.unam.mx/2024/01/#:~:text=En%20M%C3%A9xico%2C%20de%20acuerdo%20con,48%20por%20ciento%20hombres).

[2] Dato disponible en: https://www.eleconomista.com.mx/arteseideas/La-salud-mental-no-se-recupera-de-la-pandemia-2-de-cada-10-mexicanos-tienen-depresion-20231120-0014.html