Bruja. Esta palabra, cuya connotación fue negativa durante siglos, tuvo su época dorada, comenzando por su significado etimológico, el cual, según María Lara Martínez, autora de Pasaporte de bruja, quiere decir “mujer sabia”. Ahora que estamos en temporada de disfraces, te invito a explorar qué hay detrás de uno de los más populares.
Las mujeres que inicialmente fueron descritas como brujas eran consideradas curanderas o conocedoras de la naturaleza, mujeres sagradas y respetadas, pero todo cambió: empezaron a ser representadas como mujeres que pactaban con el diablo, que realizaban rituales oscuros, estaban poseídas por fuerzas malignas y causaban daño a la comunidad utilizando sus poderes. La caza de brujas alcanzó su punto máximo en los siglos XVI y XVII, cuando miles de mujeres fueron acusadas de brujería, torturadas y, en su mayoría, quemadas.
Sin embargo, en realidad, las acusaciones de brujería eran utilizadas como una forma de control social. Las mujeres independientes, curanderas, herbalistas o que simplemente no encajaban en los cánones de la sociedad patriarcal de la época, eran particularmente vulnerables a estos señalamientos.
La caza de brujas también sirvió como una forma para reprimir a las mujeres en general. En un momento en el que no tenían derechos e incluso las leyes las subordinaban formalmente a la voluntad masculina, la imagen de la bruja simbolizaba el peligro de aquellas que se atrevían a desafiar las normas sociales establecidas. Y esta cacería permaneció hasta el siglo XVIII, época en que se dieron cambios en las actitudes y creencias gracias, en buena parte, a la Ilustración, movimiento cultural, político y filosófico que promovía la razón y la ciencia como formas de entender el mundo, lo que debilitó la creencia en la brujería como algo real.
Tres siglos después, muchas feministas vemos en las brujas símbolos de resistencia y liberación femenina, utilizando sus imágenes y estereotipos para reivindicar el poder de las mujeres y cuestionar las estructuras de poder tradicionales.
Una de las más destacadas es Silvia Federici, quien tiene un libro que está mejor que cualquier fiesta de Halloween, “Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria”. Y es que el centro de su argumento es que la quema de brujas estaba intrínsecamente relacionada con el control del cuerpo y la sexualidad de las mujeres: qué miedo… ¡para los hombres!
Federici sostiene que la caza de brujas fue una estrategia utilizada por la Iglesia y el Estado para controlar y disciplinar a las mujeres y mantener el orden patriarcal. Al acusarlas de herejía, se les privaba de su poder y conocimiento, lo que a su vez debilitaba el papel de las mujeres en la sociedad y mantenía su subordinación por el miedo a ser señaladas.
En la más reciente marcha del #8M, a las amigas con las que iba y a mí, un par de muchachos nos gritaron “brujas, feministas…¿qué se creen?”. ¡Justo eso!, les respondí. Así que vamos a celebrar el día de las brujas, sin disfraces y hasta ser plenamente libres.