Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales,
que lavándose las manos se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido, partido hasta mancharse.
Porque vivimos a golpes, porque apenas y nos dejan decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno,
estamos tocando el fondo, estamos tocando el fondo…
(Gabriel Celaya)
Nota indispensable: Este es un texto que nació de pensar una y otra vez sobre la figura de las cuidadoras del fuego, después releí el prólogo que escribió Gloria Anzaldúa a su texto “Luz en lo oscuro” y fue imposible no abrevar de ella, dialogar, expandirme en el sentipienso (encontrarán como citas todos los textos de ella),
Este texto es un texto con varios textos dentro, promesas (o no) de algunas cosas más por escribir; pero siendo fiel a la configuración que dio nacimiento a “Río que suena” lo traigo así, interdialogal para que platique con ustedes, para que platiquemos juntas.
Me conmueve la vida en todas sus expresiones; pero también me duele y es de este dolor de lo que quiero hablar, de que algo hay que hacer con ese dolor que no sea voltearse hacia otro lado...
Es tiempo de respirar desde las heridas y hacer que esa respiración se transforme en canto. Es tiempo de hacerle frente una época que apuesta por el oscurantismo y el fascismo. Una época en la que las palabras se han vuelto slogans.
Es tiempo de tomar partido: partido por vida. Acercarse nuevamente a lo poético y a su vez acercar lo poético a lo vivo. La poesía es una de las formas más antiguas y profundas que ha tenido siempre la humanidad de preguntarse sobre sí misma; de pararse frente a la estupefacción de su existencia; del mismo modo que hace la filosofía, la poesía se pregunta y además es experiencia misma, sentido, cuerpo que indaga en el misterio, como bien lo sabía Gorostiza:
Bajo el conjuro poético la palabra se transparenta y deja entrever, más allá de sus paredes así adelgazadas, ya no lo que se dice, sino lo que se calla… la poesía ha sacado a la luz la inmensidad de los mundos que encierra nuestro mundo.
Hay que transparentar la palabra, más ahora que nunca; ahora que pareciera que todo carece de sentido, que ya son cada vez menores las preguntas, ahora que la hiper conectividad nos rebasa convirtiéndose en desconexión. En medio de esta desconexión que es una apuesta por la muerte -¿qué otra cosa es el individualismo sino una apuesta por la muerte?- se vuelve imprescindible el retorno a lo poético; el retorno al análisis fundamental y emotivo de nuestra relación con el mundo.
Se pierden los parámetros vitales en aras de un capitalismo rapaz y la verdadera voz queda escondida detrás de balbuceos inteligibles, es necesaria la esperanza de volverse a preguntar, luchar contra el silencio, tomar partido por el pensamiento complejo y complejizante.
Sí, en estos tiempos importa hacer poesía.
Hay que escribir, como un modo de ganarle terreno al horror, porque más ahora que nunca es necesaria la búsqueda de sentido, la construcción de ese mismo sentido en comunalidad; porque sin construir autoconciencia respecto de los demás -y sobre todo respecto a la unidad del misterio- no podremos reconstruir el mundo. Es indispensable identificarnos respecto al mundo. Es indispensable un discurso en el que el pensamiento se clarifique comprendiendo su misterio: hacer poesía llena de preguntas y repartirla, como quien reparte el pan, o el agua.
Ahora que los espacios culturales y artísticos se llenan de obras que -disfrazadas de colectividad- giran sobre únicamente sí mismas o parecieran mera diversión, alejamiento, repetición de frases e imágenes, pensamiento que se acerca a ser peligrosamente marketing políticamente correcto que vende falsas soluciones y certezas ante una época que lo que necesita son preguntas fundamentales, las preguntas que nacen en la incomodidad, que toman forma en la poesía y la filosofía.
Escribir es un proceso de descubrimiento y de percepción que produce saberes y conocimiento. a menudo soy llevada por el impulso de escribir algo, por el deseo y la urgencia de comunicar, de dar sentido, de que las cosas tengan sentido, de crearme a mí misma a través de este acto productor de conocimiento.
Es urgente apelar a lo entrañable del misterio y la comunión humana. Apelar a una profundidad sensible en el momento de compartirse para llegar a ese acto productor de conocimiento del que habla Anzaldúa. La profundidad sensible de lo poético. Hablo de lo poético como una relación con el mundo y una visión de él, que llevan en sí capacidad de transformación, de metamorfosis = metáfora.
Pienso en cierto tipo de “arte kitch”, ahora que tan de moda está. Quizá en sus inicios tuvo una interpelación de la realidad mucho más allá del ornato; sin embargo, poco a poco fue teniendo gusto a moda; quedó atrás lo sensiblemente entrañable que era recurrir a la nostalgia. Ahora se ha convertido en mero jugueteo insensible en el que quien crea la obra va siendo víctima de su narcisismo; toca los mismos linderos de la moda: lo fácilmente digerido y digerible, la falta de preguntas.
Estética que podríamos identificar como fashion, que no tiene interés alguno en generar lazos, ya no digamos activos, ni siquiera pasivos.
Maneras de generar espacios de reflexión, acercamiento y creación poética hay muchas, desde diversas trincheras, con todas las modificaciones posibles; pero el fondo es el mismo: defender la poesía significa defender la vida, defender la estupefacción ante la existencia… defender los lazos invisibles, pero fortísimos que nos unen.
Lidiar con (des)conocimientos, con lo que no quiero saber, abrir y cerrar mis ojos y oídos a las realidades culturales, expandir mi consciencia y mi percepción, o rehusarme a hacerlo, a veces, resulta en el descubrimiento de la sombra positiva: Aspectos ocultos de mí y del mundo. Cada molestia es un grano de arena en la ostra de la imaginación. A veces, lo que se acumula alrededor de una molestia o una herida, produce una perla de gran revelación
Pienso que trabajar sobre ese grano de arena del que habla Anzaldúa -tener la paciencia de volverlo perla- es muy similar a la paciencia y el cuidado requeridos en una de las prácticas fundacionales de las comunidades humanas: cuidar el fuego. Quien cuidaba fuego mantenía viva la comunidad.
Una vez generado un fuego de manera natural, la persona que cuidaba el fuego era la encargada de que la llama no se apagara; esta fogata servía para cocinar los alimentos, asustar a animales salvajes y mantenerse calientes por las noches. Al rededor de la fogata se reunía la comunidad y alrededor de ella se gestaron las primeras historias comunes.
Concibo a las/xs poetas como personas cuidadoras del fuego: encargadas de ese calor original, de ese misterio Y su labor tiene una parte individual: a solas, mientras las demás personas realizan sus labores ellas cuidan el fuego, lo alimentan, lo mantienen vivo, y este fuego no es sólo para quien lo cuida, es para toda la comunidad, para que todas se alimenten de él y se calienten con sus llamas.
La poesía frente al mundo debe abrirse a éste, no solamente en lo que escribe si no en su relación con las otras/xs. Hay que reconocer en el poema a las otras personas, a la otredad. Abrirse al mundo no es imponer mi poética: es escuchar, intercambiar, repensarme junto al mundo, Los mundos, diría Anzaldúa.
Cuando “me hablo” en escrituras creativas y teóricas, estoy constantemente cambiando de posición –lo cual implica considerar remolinos ideológicos, disonancias culturales y la convergencia de mundos rivales. Significa tratar con el hecho de que yo, como la mayoría de las personas, habito en diferentes culturas y, al cruzar a otros mundos, giro hacia o me alejo de las perspectivas de cada uno; significa vivir en espacios liminales.
En esos espacios liminales podemos observar críticamente “acciones” como la de Frontera Corozal, una acción aparentemente artística comunitaria que fue muy sonada en los años noventa y de la que fui testigo en un viaje. De esa “activación” no queda ningún rastro.
En la frontera de Chiapas y Guatemala existe un lugar llamado Frontera Corozal, que carece de los servicios más básicos y es uno de los lugares más peligrosos de esa frontera. Basta una lancha para, en quince minutos, estar en Guatemala. Al cruzar el río hacia Frontera Corozal es evidente que la frontera no existe: en uno y otro lado la cultura, la gente y las costumbres son las mismas y apenas sobreviven.
En medio del río hay un sitio emblemático para las comunidades de ambos países: islote en cuyo centro hay una enorme ceiba. Un grupo de jóvenes acudió a Frontera Corozal a realizar una especie de “performance curatorial”. La idea en principio pareciera tener bases sobre el quererse compartir, pero bien mirada es extractivismo e imposición: los artistas llegaron, armaron una gran estructura industrial y juegos “interactivos” puramente urbanos, durante días se dedicaron a éstas construcciones y después se fueron, habiendo dejado su huella en el espacio. El proyecto costó un millón de pesos (en los años 90’s).
Una ceiba de cientos de años, emblemática de las comunidades fronterizas de ambos países, fue usada como pretexto para colocar una enorme ¿escultura? que nada tiene que ver con los habitantes de este sitio. Las personas originarias de Frontera Corozal sólo fueron contratadas como mano de obra. Todo fue indiferencia narcisista disfrazada.
En la ceiba de Frontera Corozal, quienes crearon la inmensa escultura no están repensando el mundo, están girando sobre su visión, imponiendo literalmente una estructura (mental y de concepción del mundo). El otro se convierte en su espectador. No se comparten, se imponen. No se re-significa la ceiba, No se preguntan por la ceiba, por el árbol, por ese territorio flotante justo en medio de la frontera que es el río, esa metáfora que significa: no hay frontera, el árbol es de ambos.
Defender la poesía sería, por ejemplo, defender el árbol… pero más allá, redescubrirlo, repensarlo en su metáfora implícita, el árbol mismo en su relación con los habitantes de ambos países es ya lo poético vivo en todas las cosas: es metáfora; para descubrir esa carga en esa ceiba es necesario compartirse. Esa es la función exacta del canto, de quien cuida el fuego. Dejar que la raíz misteriosa de la vida emerja y nos toque, como dice María Zambrano:
En determinados momentos (…) aquella raíz misteriosa, aquél fondo último de la realidad… emerge y sacude la noción que tenemos, como individuos y como cultura, sobre la realidad.
No importa el tema de un poema, puede ser amoroso, político, religioso… No importa la corriente literaria, si es romántico, impresionista, neoclásico. Todos los temas humanos nos atañen. El poema tiene en sí la musicalidad del canto de quien cuida el fuego. El misterio original de la experiencia emotiva de lo humano.
Cuidemos el fuego compartiéndolo, seamos susceptibles de ser tocadas/xs. No sólo hablemos: escuchemos. Involucrémonos con el mundo hasta la médula. No tiene sentido defender el fuego si el fuego tan sólo ha de calentar y alimentar a minúsculo grupo de privilegiados lectores o literatos, culturizados occidentalmente.
El fuego ha sido creado misteriosamente, no nos pertenece. Tenemos la obligación de cuidarlo, de propagarlo, de mezclarlo con otros fuegos. Es una responsabilidad humana mirarse en conjunto frente a las nuevas sociedades individualmente consumistas, escuchemos a Gloria Anzaldúa, cuando nos interpela diciendo:
Estoy en constante lucha con mis propias formas de producción cultural y con el rol que juego como artista. Escribo para “idear”, -como se dice en español-: para formar o concebir una idea, desarrollar una teoría, “inventar e imaginar”, mi trabajo es cuestionar, afectar y cambiar los paradigmas que gobiernan las nociones prevalentes.
Inventemos e imaginemos; interpelemos, seamos interpeladas/xs. No tan sólo exhibiendo los poemas. Sino compartiéndonos en el sentido más profundo, retomando lo poético que existe en todo lo humano, contagiemos la poesía, las palabras que nos pertenecen a todas/xs, el ritmo de todo el misterio.
Cuidemos el fuego (la poesía) frente a todas las actuales tinieblas.