La llegada del camión al destino final me despierta. Despacio, abro los ojos y muy tranquila, lo primero que veo por la ventana, sentada y apretujada en uno de sus asientos, es la Luna redonda y blanca en un cielo que no termina de atardecer. Repaso mi cuerpo: suelto, en calma. Suspiro.

Y aún más relajada, me doy cuenta: en los 10 o 20 minutos en que me quedé dormida en el camión, pude descansar. ¡He podido descansar!, me repito ahora asombrada, en una sonrisa que me comparto a mí misma. He podido descansar. Y me sorprendo infinitamente, con honesta gratitud porque hace ya varios meses que, caída y perdida en un agotamiento mental, emocional, corporal, político, lloraba en silencio porque ya no tenía ni tiempo ni sabiduría para abandonarme a mi recuperación y a mi descanso.

En efecto, este descanso posible y factible, es para mí toda una celebración. El año pasado, entre los excesos, las exigencias, las auto-exigencias y los extractivismos que recaen socialmente en el trabajo de las mujeres (en el cuidado, en el activismo, en la academia, en lo doméstico), yo me hundí en un agotamiento profundo de todo mi ser.

Con angustia observaba como mi cuerpo ya no se reponía con las horas de sueño nocturnas, ni siquiera cuando me robaba tiempo a mí misma para hacer una pequeña siesta. Me enfermaba a cada rato de cualquier cosa. Y los doctores me decían: “eso con lo que llevas semanas, no es una infección del estómago, es estrés”. No tenía energías ni para pensar, ni para sentir, ni para crear. Ni para sanarme. 

Desincorporar la autoexigencia desde una ética sintiente de autocuidado

Me asusté mucho más cuando los ataques de ansiedad (que hacía años creía conjurados) volvieron a mí. Respiraba profundo y trataba de encontrarme a mí misma en la vitalidad de mis emociones y afectos, en su capacidad para decirme por dónde ir, pero ya no encontraba casi nada, más que el desgaste y el desgarro. Un cansancio inexorable que lo colonizaba todo en mí. Estaba sola, abandonada por mi propio ser, invadida por mi propia ineficiencia, socialmente posibilitada, para sostener “Intentos de autocuidados y de límites a la demanda permanente de otres, pero también de mí misma”*. 

Comencé entonces, encarnada en mi propio agotamiento, a escuchar y a sentipensar el cansancio de otras mujeres cuidadoras de diversos seres: hijos, hermanas, mamás, esposos, agrupaciones, territorios, historias. Su cansancio para mí ya no sólo fueron datos que anunciaban estadísticamente una desigualdad brutal en los usos del tiempo, por ejemplo, entre hombres y mujeres, entre mujeres de cierta clase social y otras. Ahora lo entendía desde mi cuerpo exhausto: éramos vidas que se iban consumiendo por no poder descansar y por ser despojadas de nuestras sabidurías corporales y afectivas para poder hacerlo.

Entonces decidí que yo quería apostar por una vivir donde el descanso cotidiano formara parte de un horizonte de justicia y se considerara un derecho vinculado “a la resignificación social de nuestros cuerpos; esto es, a la apertura de un proceso de descolonización de las relaciones sociales”*. 

Donde el descanso sea entendido como cuidado, como reparación de mi ser, de mis vínculos, de mi encarnación afectiva y creativa, fuera factible. Pero, aunque lo quería, ya no sabía cómo hacerlo.

Entonces comprendí que yo no podía reaprender a descansar sola. Y en ello, fueron mis amigas (cuidadoras de diferentes personas, seres, procesos y actividades, situadas principalmente en San Luis Potosí, en Ciudad de México, en Yucatán) quienes me re-enseñaron a hacerlo. Agotada y angustiada, ellas con cariño me llevaron a escaparme del trabajo de todo tipo para irnos juntas a pasear. Me confirieron espacios secretos y seguros para quejarme de lo cansada que estaba sin que fuera recriminada, abrazos fuertes (presenciales y virtuales) para soltar mi cuerpo y poder llorar y llorar de que ya no podía más, para resguardarme de los ataques de ansiedad y de la culpa. Me invitaron a comer gorditas por los tianguis y los mercados. Me llevaron a comprar ropa bonita y cocinaron hotcakes de plátano con crema de avellana y huevitos en salsa verde para mí. 

Mis amigas me hicieron conocer lugares de paz. Me enseñaron a caminar lento y a que puedo relajarme y ahuyentar las pesadillas si escucho música de piano antes de dormir. Con ojos de complicidad, nos arriesgamos a “perder” el tiempo juntas y a apagar los teléfonos para hacernos inalcanzables, ingobernables frente a las demandas externas de trabajos y de atenciones. Me enseñaron, pues, que el cuidado mutuo entretejido con el autocuidado, es una forma de desandar la ética sacrificial que asfixia el trabajo de las mujeres. Me permitieron conectar de nuevo con el descanso a través del cariño y la amistad, y me hicieron habitar en él una práctica de resistencia frente al poder extractivista de cuidados, de gestiones, de afecto de este patriarcado insensible, insaciable e ingrato.

 Y con ello, mis amigas me ayudaron a encontrar en el descanso una revolución compartida y cotidiana. Donde el cuerpo se cuida y se le permite ser reparado, querido. Donde se le permite vivir. Donde hay tiempo para dedicarse a las actividades del sostenimiento de la existencia diaria, e incluir en ellas el disfrutar, el dar y el recibir, el gozar, el detenernos, para no perder nunca la sabiduría de la restauración de nuestras vidas y de nuestras alegrías.

Por eso, amigas mías, cuando en este camión abro los ojos y caigo de nueva cuenta de que ya sé otra vez cómo descansar, respiro sonriente y emocionada: aunque sigo viviendo en este mundo de prisas y de trabajo excesivo, aunque ya no nos podemos ver todos los días, todavía sé descansar. Gracias, porque con cariño les digo que nuestra revolución todavía habita y cuida de mí. 

*Referencias:

  • Johnson, Cecili; Marotta, Cecilia y Bonavitta, Paola. (2021). “La intimidad de los cuidados Una apuesta narrativa desde la epistemología afectiva” en Scarpino, Pascual; Maritano,Ornella y Bonavitta, Paola( comps). Escrituras anfibias: ensayos feministas desde los territorios de Nuestra América, Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades, pp. 264-279.

  • Palacio Avendaño, Martha. (2023). “El derecho a descansar desde el feminismo poscolonial de Gloria Anzaldúa” en Res Publica: revista de historia de las ideas políticas, 26(1), 57-66.

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