Cómo no nos puede dar rabia que 14 jóvenes, de entre muchos otras personas que no trascienden a las noticias, hayan sido privadas de la libertad de manera abrupta; que durante días no se sepa donde están, y después sus cadáveres aparezcan (una persona sigue con vida y añoramos su recuperación). Al mismo tiempo que se cumplen 9 años de que 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos fueron ilegalmente privados de la libertad por agentes de las fuerzas armadas y de seguridad del país, y sigamos sin saber de su paradero y sin justicia real. En medio de esta vorágine se encuentran los feminicidios de dos mujeres, de 18 y 25 años, a manos de sus parejas sentimentales.
El escenario anterior sucedió en un lapso de 10 días, la indignación de este recuento es amplia, y más al constatar que es algo cada vez más recurrente; la rabia inunda ante la pereza y complicidad del aparato estatal. México esta viendo cómo desaparece y es asesinada su juventud; la vemos ser reclutada, estigmatizada, y en muchos casos, abandonada. ¿Qué es de un país en donde sus jóvenes (de entre 14 y 18 años) están desapareciendo, están siendo brutalmente asesinadas y asesinados? ¿Qué es de un país en donde dichos asesinatos y desapariciones suceden a los ojos de muchas personas, de la fuerza de seguridad del Estado y nadie hace algo para detenerlo, evitarlo o asistirles?
Sí, la rabia, la indignación, la desesperanza nos lleva a querer quemarlo todo, destruir lo existente porque nos parece podrido, inservible. Escuchaba la declaración de la madre de Ana María, la joven de 18 años asesinada por su ex novio, la noticia sobre la aparición sin vida de 6 de los 7 chicos en Zacatecas, veía los videos de vigilancia del edificio en donde fue asesinada Montserrat, escuchaba el reclamo del abogado de las madres y padres de los estudiantes de Ayotzinapa, sin verdad ni justicia desde hace 9 años, y no podía hacer nada más que llorar, pensar en el dolor ajeno me inundaba un deseo de consuelo. ¿Pero cuántas personas genuinamente pensamos en el dolor de la otra?
Pensar que acabar con todo, que iniciar de cero, en términos sociales, es factible para tener una sociedad distinta resulta completamente naïve. De ser así, las guerras, los exterminios, y genocidios hubiesen traído consigo una mejor nación, una prosperidad social y un entendimiento completo de las diferencias. El estudio de la paz y el conflicto, nos lleva a saber que no existe una paz perpetua, existen momentos de entendimiento y acuerdos, que por ese periodo funcionan, y posteriormente se deberán cambiar. Imponer el sentimiento o pensamiento propio, que devenga de una justificación aceptable, sigue siendo igual de violento que aquel acto que decide acabar con la vida de alguien.
México no podrá proteger a sus jóvenes mientras no se siente a platicar. Sí, el México regiomontano, con el México chiapaneco; el que se mueve en helicópteros con el que debe tomar tres transportes públicos diferentes para llegar a un destino. Sí, nuestro México es un enramado complejísimo, con una polaridad social dantesca, que nos ha hecho creer que no pertenecemos al mismo sitio, que lo que no me afecta ahora no lo hará en un futuro. Sí, tanto las personas asesinadas como las personas que asesinan son nuestro problema. Lo poco que se sabe del indignante caso de los 14 jóvenes asesinados en Zacatecas, es que también fueron jóvenes quienes les privaron de la libertad y de la vida.
Hace una semana salió a la luz un trabajo matemático-analítico[1], que cruzando información estadística del crimen organizado coloca a éste como el quinto mayor empleador en México. La enunciación es brutal, tanto que en Estados Unidos fue utilizado por congresistas republicanos para volver a la circense idea de colocar a los grupos del crimen organizado en México como grupos terroristas y, de esta forma, poderles declarar la guerra. Pero lo central, desde quien escribe estas líneas, es lo invasivo del reclutamiento, forzado o no. Lo preocupante de la inmersión cultural al mundo de las drogas y las armas, como algo divertido y atractivo; así como, la estigmatización de un sector alrededor de las vidas de quienes son atraídas por ese mundo.
Jamás podremos resolver un problema si no lo entendemos, y desde este lado de la pantalla no entiendo cómo una persona puede creerse con la licencia de acabar con la vida de otra, cómo alguien puede sentir que la respuesta está en la violencia, cómo se puede señalar que si alguien desaparece es porque algo “malo” habrá hecho; y lo peor, cómo una estructura gigante de personas funcionarias públicas no hayan querido encontrar estas respuestas. La única forma que tengo para saber es buscando, hablando con quienes han sufrido, han tomado caminos distintos al que yo tomaría; analizando las razones detrás de la mente de jóvenes que matan a otras personas jóvenes, de personas adultas que prefieren mirar para otro lado.
Lo motivador de la propuesta utópica es que no voy sola en mi creencia de reconciliación, y no me refiero al ejercicio fútil con el que arrancó el sexenio actual, las mesas para la seguridad y pacificación del país, sino al trabajo de la academia, la sociedad civil y, en este caso en particular, la Iglesia católica, en su sección jesuita. El Diálogo Nacional por la Paz[2], celebrado hace unas semanas, fue la culminación de un trabajo de poco menos de un año en campo, con foros regionales que recogieron diagnósticos de seguridad, tejido social y sistema de justicia, en los 32 estados, gracias a la amplia red del episcopado mexicano, desde la voz de quienes lo viven; identificaron las buenas prácticas y ayudaron a concebir propuestas. Será muy interesante saber las conclusiones del Diálogo Nacional, y los pasos a seguir.
Finalmente, este ejercicio social no es el único, muchas Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) han dedicado décadas a este trabajo, por nombrar algunas: SERAPAZ, Centro ProDH, Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, y muchos ejemplos locales. Sus recursos son limitados y el Estado ha sido y es un bloqueo amplio. Quienes nos hemos dedicado a la protección de personas, sabemos lo frustrante y compleja que es esta labor, por lo que el trabajo arduo de dichas organizaciones no tendrá puerto nunca, si cada una de las personas que habitan este país no se sacude el egoísmo, el prejuicio y sale del letargo que la comodidad de la inacción genera.
[1] Disponible en: https://www.science.org/doi/full/10.1126/science.adh2888
[2]Más información en: https://dialogonacionalporlapaz.org.mx/index.html/