A partir de la frase del presidente López Obrador, expuesta el 27 de diciembre de 2022 en su conferencia de prensa de la mañanera, donde mencionó que a finales del 2023 nuestro sistema de salud sería igual, o mejor que el de Dinamarca, con medicamentos gratuitos, me llevó a investigar sobre dicho sistema, en el cual, por supuesto de manera muy resumida cuenta con una política pública clara, soportada con recursos económicos para el mantenimiento y atención de su infraestructura, pago de personal y prestaciones dignas, así como de su formación, pago de tecnología tanto para la atención a distancia, como para la compra de tecnología que garantice un menor impacto a sus usuarias y usuarios, siendo menos invasiva en su intervención y garantizando su pronta recuperación y calidad de vida.
Dicho lo anterior, al contrastarla con la realidad mexicana nos lleva a preguntarnos si un escenario tan abismalmente distinto podrá solucionarse en tan poco tiempo, y sin una estrategia visible de política pública y presupuestal. La infraestructura actual no es suficiente, requiere urgentemente una actualización e inversión para su reparación, y mejoras, lo cual se vuelve realmente un reto el hacer de un sistema de salud tan deficiente en tampoco tiempo un sistema de primer mundo.
Indudablemente me remití a mi experiencia de hace 25 años que hice mi servicio social en la comunidad indígena de Zompeltepec, perteneciente al municipio de Chilapa Guerrero, al igual que muchas más brigadas de la UNAM enviados a diversos puntos del país para realizar actividades de desarrollo social, uno de los ejes focales era justamente la salud comunitaria. En dicho programa nos enfrentamos a la inexistencia de un servicio médico, literalmente no había ni aspirinas, y los botiquines proporcionados por la UNAM a las enfermeras de las brigadas estaban más equipadas que las “clínicas comunitarias” las cuales estaban abandonadas y sin estantería siquiera, mucho menos se contaba con una enfermera, médico, pasante, o termómetro, solo se miraba el letrero desdibujado y carcomido.
Han pasado 25 años y no ha cambiado mucho esa realidad, en donde mujeres caminaban dos días seguidos, sin comer y con la esperanza de que la enfermera de la brigada universitaria atendiese a su hijo, vivimos muchos casos parecidos y era frustrante, cuando la Secretaría de Salud, de ese entonces, nos daba solo cepillos de dientes para la higiene bucal. Si bien, ahora se están construyendo nuevos hospitales y se han contratado médicos cubanos, la ineficiencia sigue siendo la misma, no hay medicamentos, no hay personal, y no hay materiales para realizar las atenciones y/o operaciones necesarias y urgentes de sus afiliados, tal vez ahora, lo urgente sea hacer operables los centros hospitalarios existentes.
Actualmente, la gente tiene que seguir esperando meses para la realización de estudios, o bien, realizarlos en laboratorios privados para “avanzar” un poco más rápido, sin embargo, tienen una caducidad y no sirve de nada porque en realidad el sistema se dedica a prolongar lo más posible, uno o dos años sus procesos debido a la falta de instrumentos, camas y materiales para proporcionar alguna hospitalización, operación y/o atenciones especializadas. Así que, en muchos casos desgraciadamente la población perderá la vida antes de recibir un tratamiento, o bien, su calidad de vida se verá bastante afectada provocando una recuperación mucho más larga.
A partir de la pandemia se ha registrado cada año el aumento de enfermedades y sintomatología diversas, a los diez meses de pandemia el tema del cansancio y fatiga pandémica, al siguiente año aumentaron las fracturas de todo tipo, las caídas, el año que terminamos se destacó por el registro de crisis de pánico, la depresión y brotes psicóticos, este año lo comenzamos con el aumento de hospitalizaciones, además del aumento de tipos de cáncer y todas las sintomatología derivadas de quienes se han contagiado de COVID. Además de las ya existentes.
Lo cual nos da la pauta de pensar en la salud no solo desde la parte técnica e institucional sino del entorno en el que vivimos y desde lo que se juega en el inconsciente y sin que esto parezca receta, como hemos dicho cada caso tienen su propia particularidad, sin embargo, podemos decir que tal vez una operación de columna es el aviso del cuerpo de ya no poder sostener más, la cual se derrumba y tiene que ser literalmente cimentada nuevamente para devolverle la fuerza y poderse sostener a sí misma. En el caso del apéndice, tal vez, está puesta la necesidad de quitarse algo de tajo, que en un inicio era necesario para el funcionamiento en la ingesta del alimento, pero con el tiempo dejó de ser necesario, y lo mejor era extraerlo para que no ocasionara infecciones graves al intestino.
Cuando se realizan diversas operaciones, tal vez esté una permanente confusión de vivir o no, ante la pérdida del compañero de vida, en donde parece que se termina la propia, pero es toda una lucha interna, de ahí las entradas y salidas del hospital. En la operación de la espalda, el cargar cosas que no le competen y que tarde que temprano cansan y duelen. La operación de los ojos con cataratas, tal vez sea indicativo de no querer ver esa realidad tan dura que se está viviendo, mejor perder la vista poco a poco, que tomar decisiones.
La realidad es abrumante sin duda y un sistema de salud integral tendría que observar y actuar de igual manera en sus protocolos de atención, en su perspectiva de salud, y no seguir repartiendo fichas que invisibilizan a las personas y sus historias, que llegan con un síntoma que no solo es físico, sino emocional, el cual parte de un contexto sociocultural en el que vivimos. Y eso no es un precepto de Dinamarca, es una perspectiva de los pueblos indígenas que miran el corazón y el espíritu de las personas cuando las atienden en su consulta de medicina tradicional, una atención que prioriza a la persona y no al registro de un número de atenciones, que tampoco impacta para invertir en investigación, y en mejoras de un modelo de salud integral.