El boom del Ozempic como un producto "milagro" para bajar de peso,  iniciando en Estados Unidos y ahora avanzando rápidamente por todo el mundo, nuevamente puso a debate el uso de medicamentos para alcanzar estándares corporales que, en muchos casos, son inalcanzables o riesgosos como te contamos esta semana, poniendo el ejemplo el caso de Barbie Ferreira.

Lo cierto es que lo que debería ser un producto diseñado para tratar la diabetes tipo 2, se ha convertido en una herramienta de control para satisfacer los estándares estéticos impuestos por una sociedad gordofóbica obsesionada con la homogeneización de los cuerpos.

Ya decíamos que la transformación de Barbie Ferreira y el de otras famosas que han sido juzgadas por cualquier cambio físico pone de manifiesto la presión constante en la industria del entretenimiento para cumplir con estándares de belleza extremos, lo que perpetúa una narrativa de control sobre los cuerpos femeninos.

Que un producto “milagro” se viralice en poco tiempo no es algo nuevo. En realidad este tipo de medicamentos y dietas “milagro” se alimentan por la industria del bienestar o wellness, la cultura de las dietas y las redes sociales que refuerzan la idea de que la delgadez es sinónimo de éxito, salud y autoestima. Aquí lo peligroso es que al hacerlo, se refuerza una narrativa peligrosa: la idea de que los cuerpos gordos son un problema que debe solucionarse.

En la Editorial de esta semana ponemos el foco en este tipo de narrativas gordofóbicas a propósito de estas fechas. Y es que las fiestas decembrinas son el pretexto perfecto para que la cultura de la delgadez se meta hasta en el pavo, en donde ya es común interiorizar discursos cargados de culpa: desde advertencias sobre “cuidarse” para no subir de peso en estas fechas, hasta comentarios disfrazados de preocupación que refuerzan la idea de que los cuerpos gordos son indeseables.

En cada comentario sobre cuánto has subido o bajado de peso, en cada mirada al plato de comida, en cada "propósito de Año Nuevo" que incluye perder kilos, en cada ida al gym antes de tu fiesta familiar para “merecer” esa cena, la cultura de la delgadez se reafirma. 

¿Y qué podemos hacer para transformar estas narrativas? Rebelarnos. Las fiestas no deberían ser un espacio de culpa ni de autoexigencia, sino un momento para celebrar la diversidad, incluyendo la de nuestras cuerpas. (Así que sí, queridas tías nuestras, sí nos vamos a servir doble plato de recalentado sin culpa).

Como ocurre con la romantización de productos milagro o fórmulas mágicas para bajar de peso, muchas de estas narrativas que acompañan discursos pesocentristas, se justifican bajo un supuesto “cuidado de la salud”, invisibilizando que la salud no se reduce al peso corporal y que las personas gordas tienen derecho a existir sin ser constantemente patologizadas.

En estos días es normal que veamos notas y post donde se refuercen estas narrativas, llenando nuestros feeds con publicaciones sobre “cómo evitar engordar en las fiestas” o “rutinas detox post-Navidad”.

Como hemos documentado en distintas ocasiones, la gordofobia es una violencia estructural que se manifiesta en ámbitos médicos, laborales y sociales. Las personas gordas enfrentan discriminación en consultas médicas, donde muchas veces se les niega un diagnóstico adecuado porque sus problemas de salud son atribuidos automáticamente a su peso. 

La popularización de medicamentos como Ozempic y las narrativas que lo rodean no solo refuerzan estas formas de opresión, sino que también las validan. 

Las fiestas decembrinas no deberían ser un espacio de juicios ni de autoexigencia, sino una oportunidad para construir una relación más sana con la comida. Resignificar estas fechas implica cuestionar el sistema que perpetúa el odio hacia los cuerpos diversos. Porque al final, la única tradición que realmente importa es la de ser amable con nosotras mismas.

A propósito del auge del Ozempic y otros medicamentos milagro es necesario que nos preguntemos críticamente, ¿quién se beneficia del odio a nuestros cuerpos?