Cuando Marta Lamas sacó aquel libro en 2018 para abrir el debate, la funaron horriblemente diciendo que ya estaba “vieja” y que se retirara inmediatamente del feminismo, que defendía hombres y agresores, que era amiga de Brozo (como si eso fuera un crimen o una feminista no pudiera tener amigos) y por lo tanto apoyaba la cosificación, y casi casi que la trata de mujeres. Las críticas más suaves fueron que manipuló datos en su ensayo, y que invalidaba a las víctimas. Y como cereza del tribunal online, hubo una colectiva que imprimió una gran lona para ir al senado a protestar y decía: “Fuera el lamismo del feminismo”. No les estoy mintiendo, ¡se los juro!

Pero Marta tenía toda la razón, como la ha tenido por décadas en muchísimos temas sobre corporalidades, género y mujeres, y esa razón es que tenemos que hablar y poner a debate el tema del acoso, nos guste o no, sea agradable o no, coincidamos o no. En primera, porque las mujeres no somos deidades, puras, sagradas, y también tenemos sexualidad y cachondería; y en segunda, porque hay un movimiento digital de superficialidades color violeta, que ha satanizado y criminalizado con un enorme victimismo hasta un “hola” de cualquier hombre, y están a una comisión parlamentaria de tipificar la simple mirada como delito de violación simbólica, ¡tal parece! Tenemos que hablar y hablar en serio, es decir, sin ofenderse por cualquier cosa y sin victimismos de ningún tipo.

Y es que, para empezar, se ha cimentado y reforzado tanto la idea de que si una mujer (o cualquier otra persona) lo dice y punto, ya es acoso: “Porque yo lo digo”, y no vamos a “invalidar a las víctimas”. Una praxis que tiene como base un dogma profundamente religioso del “Yo te creo, hermana”, como en el catolicismo a ciegas, que no se cuestiona a dios, haz de cuenta; o el ahora clásico “a mí también (me too)”, como una sororidad de nomás hacer montón porque sí, porque es mujer y punto, sin un sentido político ni ético de nada, la mayoría de las veces. Así pues, se ha generado en los últimos 6 años un movimiento de jóvenes, y no tan jóvenes, que si reciben un “hola” en la calle, un “buenos días”, o un “guapa” o un mensaje privado similar en redes sociales o un desconocido les da un fav en sus fotos o historias, lo llaman acoso y agresión, o que si alguien las ve en la calle aunque no les diga absolutamente nada, dicen que vivieron acoso porque “las miraron”. Pero hay una tipificación, aquí en México y en muchos países, sobre el acoso como delito sexual, que no ha podido hacer match con las denuncias de tendederos universitarios ni hashtags en redes sociales, porque específicamente se toma como acoso alguna agresión de insistencia, hostigamiento, tocamiento, que te persigan y te tomen por fuerza, y en ningún lado está escrito el “porque yo digo que es acoso y punto, es acoso”. Entonces, no se han podido hacer políticas públicas ni medidas institucionales con este panorama de “no invalidemos a las víctimas”, porque no hay un acuerdo o flexibilidad (y sí mucha rabia mal organizada), ni tampoco hay una ley que mencione que es delito que el profe rancio de tu escuela diga que “las mujeres solo sirven para cocinar” o “son hormonales”. Profe rancio al que puedes encarar y no tomar como objeto de un tendedero universitario político. Seamos serias, por favor.

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Y la cosa no se ve que vaya a mejorar, porque de no tener a nadie en los MP o instancias, ahora tenemos a un montón de asesoras “feministas” o especialistas de curso exprés en género, que te dan el avión y te revictimizan (nomás por cumplir) y te dicen: “sí, yo te entiendo, es acoso”. Del acoso te puedes defender, basta abrir la boca y dejar en claro que no te gusta que te saluden de beso, o te digan cualquier pronombre o adjetivo que no sea tu nombre propio, que no se te acerquen; ¡puedes hasta soltar un chingazo o mentar madres! Puedes salir, pasar de largo bloqueando a tipos molestos en redes. Se puede resolver antes de generar más y más esta montaña digital que despolitiza el término “acoso”, y banaliza las agresiones sexuales más rapaces: Mujeres acosadas por el jefe para no liquidarlas, o quitarles el empleo, hombres con poder y coerción de los que no puedes negarte a salir o ser amables con ellos porque incluso puede estar en peligro tu seguridad física o profesional o académica. O literal potenciales violadores, por mencionar algunos ejemplos.

Y ustedes dirán que hay mujeres que quedan congeladas del pánico o el sentir pena/culpa/vergüenza, y no pueden defenderse. Y yo les diré que soy mujer y sé de qué hablan porque me ha pasado, y me pasa: ese hormigueo del trágame tierra, ese temblorín en las patas o en la voz para defenderse, o ese no saber reaccionar tan rápido, del coraje o el espanto. Lo conozco, también me atraviesa.

Pero somos feministas caray, cacareamos tanto de empoderamiento, autodefensa, emancipación, igualdad, presumimos de ser las más leídas; entonces, hay que trabajar y trabajar también en perder el miedo e ir aprendiendo a reaccionar más rápido, y aprendiendo a soltar… ¡A soltar un codazo o guamazo en la cara! Aunque a veces sigamos con el miedo. Ir trabajando, no hay de otra.

No toda la praxis violeta o ética feminista tiene que ser nomás llenar de discurso o análisis woke y progresista lo que vivimos. Es urgente accionar y defenderse en corto, hablar más de autodefensa y soltar el victimismo. No lo necesitamos, porque ya sabemos que está, ya sabemos el contexto, ya vivimos en el capitalismo y los gobiernos neoliberales, ya somos víctimas de facto ante la desigualdad estructural, política y social. Ya vivimos el machismo. Nos toca ahora soltar un chingazo y dejar un poco las historias ficcionadas de redes sociales, y las denuncias tantito manipuladas o falsas (que sí las hay, perdón) por querer pertenecer o sentir que pertenecemos a un movimiento digital, o mundial. Seamos además de serias, honestas.

Por otro lado, romantizar a las víctimas no es solución de nada, las víctimas (las que han llamado o se llaman víctimas) no siempre tienen la razón, y esto es así en la vida, no sólo en el feminismo o cualquier otro movimiento social. Para hacer estudios, para hacer investigación, para hacer teoría, para recabar datos, para hacer periodismo, para vivir, se cuestiona. Las víctimas no están exentas de ser cuestionadas. El feminismo no puede ser una religión donde no se cuestiona a dios ni a las diosas que lo conforman.

Por eso es urgente sentarse a hablar de acoso y hablar en serio, sin que se sientan atacadas porque haya miradas distintas, sin tapujos, antidiplomáticas, de debatir o analizar, o repensar, el tema. No le podemos llamar acoso a cualquier cosa, hay que devolverle el sentido político al término. Y cuando se lo devolvamos, tampoco el acoso puede ser ahora el tema número uno en el mundo para las mujeres, porque la lucha con perspectiva de género no es nada sin la unión de una lucha de clases, y desde ahí es mucho más profunda la violencia económica histórica y actual, si es que queremos hablar de prioridades, en lugar de hacer tema universal el que un tipo en Facebook te mande foto de sus genitales o te diga hola. Fúnenme, pero hablemos en serio.