La importancia que han ido adquiriendo los comités de ética para evaluar proyectos y protocolos de investigación en ciencias sociales es notoria, cuya presencia es bienvenida para guiar y poner límites a las investigaciones sociales –lo que no implica que se acabe la responsabilidad ética permanente que debemos mantener en nuestro trabajo académico, como sabiamente me recordó mi colega Angélica Landa–. En la columna de hoy, quisiera destinar algunas reflexiones sobre el tema. Más a manera de inicios de interrogantes.
Recuperando un poco de historia sobre la introducción generalizada de esta figura en el campo de la investigación en ciencias sociales podemos decir, siguiendo a Mayra Achío Tacsan, que la ética de la investigación se entiende como la responsabilidad que debe tener la ciencia –y más concretamente los científicos– hacia los sujetos de investigación y la sociedad en general (2003) y que la llamada “ética de la investigación” es relativamente reciente.
Achío afirma que en países “desarrollados”, principalmente Estados Unidos (yo prefiero nombrarlos del norte global), se establecieron regulaciones y códigos éticos alrededor de la década de los setenta. Y siguiendo con la temporalización de esta autora, para Latinoamérica dichas regulaciones se empezaron a instaurar en las ciencias sociales, de manera incipiente, a principios del siglo XXI.
Recientemente estuve en el XIV Encuentro de Antropología del Mercosur y dentro de las actividades del Congreso acudí a algunos grupos de trabajo cercanos a mis temas de interés. El de Antropología de la salud: perspectivas, debates y problemas coordinado por Everton de Oliveira, Guadalupe García y Monalisa Dias de Siqueira me dejó con reflexiones sobre la importancia de los comités de ética y, sin embargo, también sobre los límites y riesgos de este tipo de instancias que evalúan proyectos de investigación en los campos de la antropología de la salud.
Curiosamente, el tema de los comités de ética acompañó diversas conversaciones que tuve con colegas durante esos días. Muchas versaban sobre cómo se han convertido más en obstáculos que en buenas guías éticas para sus investigaciones.
Dos ejemplos que ilustran los riesgos de burocratización
En particular, durante la tercera sesión del grupo de trabajo ya referido, dos ponencias colocaban de manera central interrogantes al respecto. La de Luciana Corrêa titulada “Tortuosidades en la ciudad: trabajo etnográfico durante la pandemia y los desafíos éticos de un abordaje interdisciplinario en la antropología ‘de’ y ‘en’ salud”; y la de Stephania Klujsza (o más bien la ausencia de ponencia) la cual debía ser sobre la formación de médicos en obstetricia y sus discusiones científicas actuales, pero nos explicó que no pudo presentar resultados de su investigación, justamente por el tiempo que llevó a los comités de ética aprobar su trabajo de campo.
La ponencia de Luciana era sobre las dificultades de explicar a los comités de ética que un trabajo etnográfico no siempre, ni obligatoriamente, conlleva un cuestionario o una guía de preguntas para entrevistas. Por lo que, a manera de ejemplo, explicó que cuando buscó tener la autorización para realizar un trabajo con personas en situación de calle durante la pandemia de COVID-19, Luciana se enfrentó a situaciones absurdas; según nos narró, ante la no comprensión del comité de ética sobre el tipo de herramientas utilizadas en el trabajo etnográfico y las maneras a través de las cuales pudo encontrar una vía de salida. En el diálogo con un funcionario tuvo que explicar lo que quería observar (de manera general cuál era la relación entre vivir en la calle y la pandemia) y entonces, éste, seguramente, tratando de facilitar la situación le dijo “pues ahí tiene su pregunta, eso pregunte”.
Seguramente el proceso fue más largo, pero en los 15 minutos de su ponencia lo que buscaba resaltar eran las complejidades de tener lógicas burocráticas para enfrentar procesos de investigación tan diversos y, sobre todo, trabajo de campo de corte cualitativo, el cual requiere mucho tiempo para construir lazos de confianza.
Son pertinentes para este caso las reflexiones de María Lucrecia Rovalleti (2009) “en las investigaciones de campo existe un imperativo epistemológico: no se pueden lograr datos con validez si no existe confianza y una relación mutua que se siga de un contacto cercano y prolongado con las personas en su mismo medio”.
La segunda reflexión, la de Stephania (yo había acudido a esa mesa puesto que ella trabaja el tema de la violencia obstétrica y ahora el de la formación de médicos en obstetricia), giró en torno a por qué no tenía resultados de investigación para presentarnos; la razón se debió a lo tortuoso de los permisos para poder acceder al trabajo de campo, por lo que utilizó sus 15 minutos en reflexionar sobre los límites que puede llegar a tener una buena y necesaria práctica. Es decir, cómo dichos espacios surgieron con la premisa de orientar adecuadamente a las investigaciones, pero pueden llegar a convertirse ellos mismos en fuertes instancias burocratizadoras.
En las conclusiones de la mesa justamente una de las coordinadoras del grupo de trabajo, la argentina Guadalupe García, retomó la reflexión. Señaló que quizá nos encontramos en un momento en el cual deberíamos investigar con mucha más profundidad el papel que están jugando hoy en día los comités de ética en el campo de la salud y en el de las ciencias sociales, las maneras cómo se han colocado en actores normativos que pueden ser capaces de obstaculizar las investigaciones si llegan a mantener criterios que provienen de otras lógicas de acción, por ejemplo, con reglas más de tipo administrativo.
Los dos casos, muy brevemente reseñados aquí, tienen que ver con campos que se entrecruzan; nos encontramos en efecto entre la biomedicina, la salud y las ciencias sociales (en particular la antropología), lo cual complejiza el panorama. Pero sea cual sea el énfasis, la reflexión sobre el papel de este tipo de instancias, las lógicas con las que evalúan y el nunca abandonar nuestra responsabilidad ética frente a las investigaciones, son facetas que no debemos dejar de pensar.