El 19 de septiembre es un día emblemático para quienes vivimos en México, el cual trae a nuestra mente sin duda, el tema de los sismos permanentes, los cuales ya forman parte de la cultura y la vida cotidiana de nuestro país en algunas regiones, y en particular para quienes habitamos la Ciudad de México, la cual se caracteriza por sostenerse en un suelo lacustre de origen, sobre el cual hay capas de chinampas y sobre ellas, capas de asfalto.
Los últimos 19S nos remiten no solo a tener presente el simulacro anual que tiene la intensión de sensibilizarnos a la ciudadanía, niñas, niños y adolescentes en la importancia de seguir el protocolo de seguridad, como una posibilidad de poder salvar nuestra vida en caso de un sismo. De igual manera, los entes gubernamentales, escuelas, universidades, hospitales, iglesias, unidades habitacionales, centros comerciales y demás tienen la obligación de contar y difundir dicho protocolo de seguridad.
Recuento de las deudas después del sismo
Después de lo sismos del 7 y 19 de septiembre del 2017, aún siguen rezagos por cubrir de los damnificados, si bien, en la página de la Comisión para la Reconstrucción de la Ciudad de México se menciona un avance del 80% en la reconstrucción de viviendas, iglesias, escuelas, unidades habitacionales, construcciones del patrimonio cultural e histórico, clínicas, hospitales, y carreteras, entre otros. También existen registros de que aún siguen sin resolverse casos como el del Colegio Enrique Rébsamen, el predio de Álvaro Obregón 286, el edificio de Simón Bolívar 190, Ámsterdam 107 y Medellín 176, entre otros. Lo cual nos lleva a pensar en lo que significa para las personas y/o familias, el no contar aun, con uno de los espacios vitales como es la vivienda y el tener que pagar una renta mensual, o bien, el reiniciar de la nada para volver a construir nuevamente un patrimonio. Seguramente no es nada fácil, sin embargo, pese a todo esto, es admirable la pulsión de vida de las personas que perdieron todo literalmente, y aun con esas desventajas no pierden la ganas de reconstruir en todo sentido su vida, como dicen “no perdimos la vida y nos podemos volver a levantar, y si pudimos una vez, claro que podemos volver a hacerlo, y más por los hijos que todavía les falta, pa’ dejarles algo”.
Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada en pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.
@EscamillaBarr
Dentro de esta memoria histórica y colectiva también tenemos presentes las pérdidas humanas que conocidas o no, nos duelen por la forma en que perdieron la vida, los daños materiales donde literalmente vimos demolidos edificios completos, o a medio caerse, quedando una parte al descubierto, exponiendo cosas personales, imposibles de recuperar. Con la mirada incrédula al ser espectadores literalmente de cómo se habría la tierra para tragarse sus casas, su patrimonio familiar aun sin terminar de pagar, o pagado durante 30 años de trabajo, en un abrir y cerrar de ojos ya no existía, “soy madre soltera, acá en Santa María Aztahuacan toda mi familia vivíamos en ese predio, cada quien construyó su casita, y yo después de tanto tiempo logré construirla, y ahora me quede así, en un segundo sin nada, no sé qué voy a hacer, porque además tengo tres hijas, una en la universidad, otra en prepa y la chica en secundaria, pues por lo pronto acá en el albergue nos dan comida, ropa, donde dormir y bañarnos, y así yo las estoy mandando a estudiar, mientras yo veré en la delegación cómo hago para tener donde vivir, porque me dicen que como hay fractura en el suelo ya no es posible vivir ahí”.
También en nuestra memoria histórica están todos los actos de solidaridad y empatía que como ciudadanía manifestamos a quienes perdieron sus casas, diversos grupos gubernamentales, de la sociedad civil, de universidades y familiares, fueron convocantes para proveer de medicamentos, agua, comida, café, ropa, cobijas, herramientas para excavar y quitar escombros, guantes, lámparas y hasta para cargar los celulares e ir al baño. Se acondicionaron albergues para resguardo y descanso, acercándoles talleres de contención emocional y atención psicológica para acompañarles en sus pérdidas, atendiendo crisis nerviosas y de shock postraumático, en algunos casos también se proporcionaron medicamentos psiquiátricos, la asesoría legal y la bolsa de trabajo también fue importante ya que aunque no lo creamos los atropellos laborales fueron muchos a causa del sismo, la gente fue despedida sin ser remunerada.
Las huellas tras el sismo
Las huellas que se quedan en la memoria histórica de las personas se manifiestan en diversas acciones para bien o para mal, en algunos casos se logra tramitar y se vuelve una herramienta, una fortaleza, una razón para vivir, una posibilidad de seguir aprendiendo, un aprendizaje desde la humildad y la empatía, la sororidad, la importancia de la colectividad y las redes de apoyo para sostenernos en los quebrantos y porque no en la vida misma.
La posibilidad de morir nos confronta con la imposibilidad que tenemos de vivir, de hacernos cago de nuestra vida, vivimos las más de las veces sin un sentido de vida, corriendo, de prisa, viviendo la vida de los otros, resolviendo la vida de los otros para evadir la propia, sin disfrutar el día a día con lo bueno y no tan bueno que tiene. El espíritu misionero, masoquista diría yo desde una perspectiva más freudiana, de tener que sufrir y limitarnos para que valgan la pena las cosas, “el vivir”. A veces, el saber que moriremos pronto nos hace reaccionar y entonces nos damos cuenta del desperdicio que hicimos de nuestra vida y corremos entonces, a cumplir esos sueños que postergué “por falta de tiempo” o “se nos olvidó” de manera consciente siendo sinceros, pues bien, a calibrar los miedos y a vivir la vida en el aquí y ahora, porque mañana no sabemos, talvez transitar por la muerte cuando hemos vivido realmente la vida solo sea un paso más y no una tragedia.