Por Eva Fernández*
La olfacción es la acción de oler.
Es subliminal, algo muy propio, es una inmediatez fisiológica.
Evocación. Recuerdos y emociones.
Es un recurso que se utiliza para modificar comportamientos, y también algo que constituye una construcción moral de la realidad.
Un proceso.
Emanación.
Entra una luz por la ventana, un aroma cálido se desliza por el espacio.
Quisiera dormir un poco más.
El tiempo está pasando.
Hace un mes todavía tenía a dos niños pequeños jugando en la casa, y hoy tengo a dos adolescentes. Lo supe porque el olor les cambió. Un día comenzaron a necesitar desodorantes fuertes.
Antes olían a algo dulce, a líquido amniótico, a una flor amaneciendo.
Ahora huelen a rabia, a sorpresa, a un pequeñísimo vacío que se les va formando en la boca del estómago y les provoca vértigo y mareo.
También huelen a salsa valentina, a takis, a lápiz del número dos, a dedos húmedos; chupados, babas, agrio, a primeros desamores, a flores amarillas, a primer amor; a primeras veces pues.
Estoy rodeada de estos olores que pican, que escuecen, arden, que me queman, que me revientan en la cara y estallan en las fosas de mi nariz.
Los mando a ponerse desodorante día, tarde y noche.
Utilizo aromatizantes intensos. Incienso.
Me cuesta dejar atrás aquel olor infantil que durante una década quise perpetuar con los jabones y desenredantes para el pelo.
Me hiere acostumbrarme a este olor nuevo.
Respiro. Inhalo y exhalo.
*Eva Fernández Atl es ama de casa y escritora. Estudió periodismo y comunicación colectiva, improvisación teatral y fotografía | @evasauriarex Instagram |
A muchas voces es un proyecto autogestivo que impulsa narrativas desde las maternidades. Desde 2021, leemos, escribimos, compartimos y reflexionamos en tribu.