Desde que nacemos nos hacen entender que la vida es una fórmula alquimista entre sacrificio y éxito. El sublime momento de salir del vientre materno se ha convertido en la práctica capitalista patriarcal de la ganancia maximizada. La unión e intimidad entre la madre y cría es el sacrificio que se debe hacer para dar pie a la prontitud, exactitud y el lucro de una cesárea.

La vida se resume en un cúmulo de certificados, diplomas y papeles que acrediten que una persona se ha esforzado, ha demostrado ser capaz y puede insertarse en la carrera por el éxito. Se sacrifica la salud física y, centralmente, la mental. Todas las personas somos parte del ciclo de la exigencia; las hijas e hijos a la escuela, a conseguir los papeles, las madre y padres a la lucha del capital; horas sin verse, sin escucharse, sin conocerse, pero es el sacrificio esperado para que la “mano invisible” se mantenga en movimiento.

Este ciclo es en extremo extenuante para una mujer, ya se ha dicho por todos lados, pero sigue siendo una realidad, ya que la exigencia es multidimensional, como profesionista, como madre, como hija y como persona al servicio del patriarcado. Desde pequeñas nos enseñan que nuestro cuerpo es para satisfacer a otras personas, y debe ser bajo ciertos cánones. El vestido y los moños, porque así se viste una niña; cultivar el cuerpo como un producto, atraer a la pareja, - hombre, porque el patriarcado es heteronormativo- pero sin caer en lo “corriente”, sin parecer desesperada. El cuerpo gestante, el cuerpo que alimenta, el cuerpo que sostiene, el cuerpo que cuida, el cuerpo que parece no pertenecerle a ninguna mujer nunca.

En la vida profesional parecen existir tres tendencias que ayudan a maquillar el sufrimiento, o se “machea” el ser, o se vuelve una quejumbrosa-revoltosa, o simplemente pasamos a la sombra del ente rector de la esfera pública. Sea cual sea la opción asumida, la carrera es contra el tiempo, contra las bocas y los ojos externos, las creencias propias e inculcadas, contra el sacrificio. Ser, pero sin dejar de ser lo otro, o al menos aparentando serlo todo.

Cuántas madres hemos visto en los eventos escolares con la laptop, el móvil y el bolso a tope haciendo malabares entre el “aquí estoy para ustedes”, pero también para los otros. Debemos demostrar ser capaces de sacrificar, pero sin afectar. Podemos ser madre y profesionista, tan exitosas, que el dormir se convierte en un espacio para las débiles, porque para demostrarlo hay que comprobarlo, otro diplomado, otra maestría, otro idioma conquistado.

¡Ah! Pero ser una mujer completa implica una pareja, perdón un esposo (patriarcado heteronormativo). Él también trabaja, es el proveedor por antonomasia, aunque la “mano invisible” contabiliza las mismas ganancias de hombre y mujer, él se puede ausentar de la crianza, de la faena diaria del cuidado de un hogar, es el proveedor. Las jornadas laborales de 12 horas, sí o sí nos otorgarán un padre ausente.

No es culpa de nadie, él también sacrifica algo, su familia, su salud, su sueño, su espacio, y muchas veces hasta su cordura. El capitalismo patriarcal nos exige sufrir, esa su verdadera ganancia; una maquinaria laboral en extremo desprotegida, sin seguridad social, sin salud pública operante, sin descanso. No nos mintamos, la educación no es universal, ni pública, menos gratuita; para acceder a ella se debe pagar. Las familias están separadas no por la distancia, no por el deseo, sino por la necesidad de producir, por la exigencia de demostrar capacidad. El consumo es la cereza del éxito, demuestra el poder adquisitivo, ponderando entonces el poseer y no el ser.  

Pero, en las últimas décadas de nuestra existencia sabemos que fuimos; no tanto por las memorias, sino por los papeles que nos avalan lo que vivimos. Somos, no por el reclamo de las hijas o hijos, o por su ausencia, sino porque pudimos pagar a la enfermera (sí, en femenino, dice la estadística) y los medicamentos. Seguiremos siendo, porque aún formamos parte del círculo capitalista, ahora somos abuelas que criamos y cuidamos de las hijas de nuestras hijas, pero somos felices porque al final para eso estamos, para servir al patriarcado capitalista.