“(…)Yo me quedaré contigo, hasta el fin, yo te quiero infinito (…)”

-Infinito, Mitre y Ely guerra

Recién ha pasado el cumpleaños de mi padre, 59 años está cumpliendo. Así es, en tiempo presente, lo he dicho antes ya. Vivirlo así no es una negación de su muerte, es más bien el reconocimiento del lugar que ha tenido en mi vida, tan central en aquello que me estructura. A quiénes se van físicamente en lo que denominamos muerte no hay que intentar superarlas y menos olvidarlas. Eternamente extrañaremos su abrazo, sin embargo, me niego a ceder ante el olvido y su amenaza constante de llevarse uno de los vínculos más importantes para dar sentido a muchos aspectos de mi vida.

Por esto digo: ”Mi padre no era. Mi padre es.” Como lo ha dicho Chimamanda Ngozi Adichie en Sobre el duelo. Ella cuenta lo duro que es hablar en tiempo pasado de alguien a quién has amado tanto, de lo doloroso que resulta que el resto de las personas lo apalabren así. Para mí ha es como si algunas piezas tuyas se cayeran al vacío: ¿qué eres si esa persona que ha estado desde el día uno de tu vida un día deja de ser?. ¿Qué se rompe en el mundo de las personas que han vivido “la pérdida”? ¿Qué sigue?…  Y sobre todo ¿cómo le explicas al mundo que tú mantienes el vínculo con esa persona aún después de la "muerte"? 

Entonces, quiero contar que aprendí a defender que él, mi padre, sigue acá.

Su existencia se actualiza a través del ejercicio de memoria que hacemos quienes lo conocemos. Es verdad: mi padre sigue siendo en la memoria de los momentos que pasamos juntas. En el recuerdo de ese licuado asqueroso de huevo con leche y plátano que preparaba. En ese otro sobre el viejo coche Topaz  con olor a desodorante barato para auto, en el cual salíamos rumbo a la primaria y a su trabajo cuando yo tenía seis años de edad.

Mi padre es en las canciones viejitas y en las nuevas: las de Carín León, las de José José, de Marco Antonio Solís, las de Yuridia o Ángela Aguilar. Mi padre está siendo (sí, en gerundio) cuando pienso: “¿qué me diría él?”, cuando mi propia mirada no me es suficiente para discernir en este mundo tan demandante.

Mi padre seguía siendo en el sueño en el que dialogamos a los dos meses de su muerte (material). En esta escena onírica yo le decía: “¡Papá, estás aquí! No puedo creerlo, pero… estás muerto”. Ahí él contestó: “Aquí estoy, aunque realmente no sé si existe la vida después de la muerte, pero sé que estoy aquí porque tú puedes verme y escucharme”. Y así me aferro a pensar este momento como la transformación de nuestra relación. 

Mi padre es porque sigo escuchando su risa, qué digo risa, su carcajada. Sigue siendo porque recuerdo cada una de las arrugas que se le formaban en el rostro al reír. Mi padre es porque vive a través de mí lo que ya no pudo hacer de manera corpórea. Yo lo llevo a todos lados, ahora más que nunca me acompaña a diario. Él es a través de un susurro, a veces yo lo evoco, a veces me asalta sorpresivamente. 

Mi padre es porque me habla a través de mi madre cuando ella lo recuerda o cuando habla con él. Él es porque la gente lo sigue recordando en nuestro pueblo, San Martín Cuautlalpan. Mi padre es porque él habló con mis amigas y ellas lo recuerdan de aquellas ocasiones. Mi padre es porque se asoma en cada lágrima que suelto por él.

Mi padre es porque me enseñó la importancia de aprender a disfrutar lo cotidiano, lo más “común”: las flores, el viento, la compañía de un perrito, el sabor de una cerveza y unos frijoles con caldo. Mi padre es porque me enseñó que no hay nada más valioso que la tierra: “cuando compras un departamento te venden aire, no hay nada como la tierra”, decía.

Mi papá es porque me enseñó de autonomía y de libertad: durante muchos años, mientras le fue posible, él hizo de su proyecto de vida el cuidado de sí mismo y de su salud, siempre evitando cargarnos esa responsabilidad a mi mamá y a mí. Mi padre es porque cuando voy a comprar pulque con don Juan, el doncito me sigue dando la prueba, como lo hacía con papá. Sigue siendo porque uso sus pantuflas y sus chamarras (como a él le hubiera gustado, “aquí nada se desperdicia, mija”, diría él). 

Mi padre es cuando aún con tanta muerte que se hizo presente en el último año (tres muertes para ser exactas: la de mi padre, que como he dicho, es sólo una muerte biológica;  la de una relación de pareja de 10 años y la de una versión de mí que había conocido hasta ahora).

Sigo buscando claves en el dolor y en la rabia para mantenerme en esta vida, junto a mi madre y mis amigas. Así, mi padre es y seguirá siendo porque elijo eso. Y aún si no lo eligiera, la experiencia hecha cuerpo y hecha memoria lo tendrían aquí conmigo. En esto confío.