El movimiento feminista busca, a grandes rasgos, repensar las imposiciones que se han establecido acerca de qué es ser mujer, qué es ser hombre y romper con estos binarismos. Busca que mujeres, hombres y personas no binarias tengan las mismas oportunidades de prosperar y vivir una vida digna; que personas que han sido silenciadas recuperen su agencia. Es un movimiento antihegemónico y antipatriarcal.
En México, la agenda feminista (que en realidad han sido muchas y de muchos feminismos) ha ido variando durante las décadas, siempre enfocada en una mayor inserción de la mujer en la sociedad; influyendo en los ámbitos político, social, económico, cultural y ambiental. El movimiento feminista al día de hoy tiene como prioridad la libertad de decidir qué hacer con nuestros cuerpos, así como en algunos países de América Latina que comparten esta misma lucha, por ejemplo, Argentina o Chile, grandes defensores del derecho al aborto, donde la exigencia rectora es el alto a la violencia contra la mujer.
El movimiento se ha visto alimentado por la rabia, la indignación y el hartazgo, que ha sido reflejado, a diferencia de los feminismos anteriores, en protestas que usan la acción directa que rompe con las “buenas formas” de manifestación. Es un movimiento feminista como ningún otro y pertenece a México.
De acuerdo al artículo de Lucía Álvarez (2020), se entiende como movimiento por ser un conjunto amplio de organizaciones y modalidades de acción y movilización que no han sido siempre coincidentes pero que han generado formas de identificación, confluencia y articulación en distintos planos en torno a la problemática de género; y que, a partir de las manifestaciones del 2019, han generado un lenguaje, estrategias de acción acompañadas de demandas muy propias.
El feminicidio y la violencia de género como condición del movimiento
Desde el 2019, en México se ha visto un aumento de protestas del movimiento feminista, y una diversificación de éstas a raíz de la intensificación de la violencia contra la mujer, en específico por el aumento de los feminicidios.
El feminicidio se define en el Código Penal Federal como: quien prive de la vida a una mujer por razones de género. Es la forma más extrema de violencia de género e implica abuso físico, sexual, intimidación y amenazas. De acuerdo con la CNDH (2021) cada día, en promedio, se asesinan a 14 mujeres. Y si bien en 2012 se logró la tipificación del feminicidio como delito en el Código Penal Federal, esto no se ha visto correspondido en el ámbito del ejercicio efectivo de la justicia, y por tanto no se han trasladado aún al plano de los hechos tangibles por lo que quedan impunes. Esta impunidad es una de las causas de mayor afrenta a las víctimas de violencia de género y al mismo tiempo es uno de los desencadenantes de la rabia y de la movilización de este movimiento ya que los culpables permanecen sin castigo.
Foto: Anaí Tirado Miranda
La huelga y consecuente toma de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM por colectivos de mujeres en agosto de 2019 es un ejemplo de una manifestación que fue significativa porque a partir de ésta el movimiento se potenció y se extendió a otros grupos y colectivos feministas y de mujeres. Las demandas, a diferencia de anteriores movimientos, ya no se piden meramente a través del diálogo y la interlocución con las autoridades. Persiste el tono de la exigencia inapelable y del “todo o nada”; se radicalizan las posturas y se manifiesta su ánimo para la acción directa y su incompatibilidad con las “buenas formas” y el “comportamiento cívico” debido a su ineficiencia. El ímpetu y el enojo superan el discurso y se expresan directamente en pintas de monumentos o rompiendo cristales y puertas de edificios de gobierno y empresas trasnacionales.
El público general estigmatiza estas manifestaciones justamente porque las llama “violentas” y las percibe como vandalismo, por lo tanto, las colectivas feministas se han construido como un adversario público. Pero esto es sumamente preocupante porque lo que las colectivas están denunciando y demandando queda en segundo plano. Además, uno de los propósitos de este tipo de manifestaciones es traer el problema de la violencia de género al ojo público. Que se vea y que se sienta el hartazgo y el enojo que todo esto provoca.
Y es que, ¿un movimiento de esta naturaleza, que tiene como eje de impugnación a la violencia de género y que se desenvuelve en un escenario de proliferación extrema de la violencia, puede realmente ser no violento? Llamémosle pues de acción directa, como ya lo hacen un sinfín de autores.
Foto: Valentina Martín del Campo Márquez
El movimiento feminista en México es uno enojado, harto, en duelo y lastimado. Es un actor con una nueva versión de la “radicalidad” y con un alto potencial que ha llevado al movimiento a poner en entredicho y replantear las coordenadas de la lucha política y la transformación social. Es un movimiento lleno de incredulidad ante la poca acción que se toma contra los feminicidios, violaciones y abusos; ante la aparente poca creencia de que el problema es importante; ante la incesante impunidad.
Son mujeres con miedo y atadas a las circunstancias que las ponen en peligro. Pero es también un movimiento esperanzador (que se manifiesta con acción directa) construido a pesar de la violencia extrema de género, es el principal agente de cambio para terminar con la terrible situación que venimos arrastrando. Son mujeres unidas que han formado una sororidad empoderada, diversa y, sobre todo, determinada.