Celeste sostiene una maqueta que representa el movimiento de las fallas tectónicas. Frente a ella, sus alumnos, de segundo grado de primaria, la observan con atención.  La Falla (2024), es un documental mexicano sobre la fractura, la discontinuidad, el defecto y el vacío social que atraviesa la vida de las y los niños. 

Dirigido por Alana Simões, este documental ofrece una mirada íntima a la vida de un grupo de infancias en el pueblo de Acatic, Jalisco. La historia gira en torno a la despedida de la profesora Celeste y el impacto que su partida tiene en sus alumnos, a la vez, se asoma el conflicto. 

Los comportamientos de las infancias revelan una situación aún más compleja: la forma en la que las infancias ven el mundo a través de una sociedad rota, llena de violencia doméstica, violencia de género, abuso infantil, estigmas y tabúes, especialmente en un entorno rural. Celeste, una maestra egresada de la Escuela Normal Rural Miguel Hidalgo, se enfrenta a un grupo de infancias que reflejan sus ámbitos familiares particulares.

La Falla se estrenó en el Festival Internacional de Morelia en 2024. Esta propuesta apuesta por visibilizar y reflexionar sobre las fallas sistémicas que se materializan en el silencio y en las acciones de las niñas y los niños. 

En entrevista con La Cadera de Eva, Alana Simões y Celeste Pérez platican sobre el documental y la importancia de la educación durante la niñez.

 

¿Alana, qué te motivó a contar esta historia?

Me motivó ver gente como Celeste, entender que hay jóvenes, que en su momento eran todavía estudiantes a maestros, que tienen esa vocación por la formación de nuestras infancias. Me parecía un acto particularmente heroico dado el contexto de violencia en el que estamos en México desde hace tanto tiempo.

Fue ya a partir de que conocí a un grupo de normalistas en donde más me apasionó conocer sus historias y conocer sus motivaciones. Nada más que se interrumpió nuestra relación por la pandemia y entonces cuando me reencuentro con Celeste, ella ya tiene un grupo a su cargo, y la visité, estuve ahí, y dije: "Esta es la película ideal, está aquí."

¿Qué importancia tiene visibilizar la labor de las profesoras en la educación de las infancias? 

El impacto que tiene es que el cine provoca una idea y un discurso, provoca una experiencia y, entonces, en ese sentido tiene mucho poder. Yo creo que el impacto ha sido maravilloso porque hemos logrado que muchas personas de distintos ámbitos vuelvan a estar en su salón, vuelvan a sentirse niños y niñas y tengan una reflexión retroactiva del valor que tienen las profesoras y los profesores en estos momentos, y de lo delicado que es todo lo que les narramos a nuestras infancias. 

Desde el ámbito cinematográfico, pero también educativo, yo creo que el lenguaje del cine provoca estos impactos que a veces son muy vivenciales. 

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Alana, has mencionado que, las aulas escolares son microcosmos que revelan estas fisuras de la sociedad. ¿Podrías contarnos un poco más de esta idea?

Los chiquillos a veces son unos espejitos de lo que ocurre afuera, y eso es bastante impresionante cuando uno vive la película, y para mí, para mi equipo haber estado ahí con Celeste y con los chiquillos. Los niños traen las historias que viven afuera, y a veces también las narrativas de afuera se meten al salón, como el caso de estas problemáticas que vivimos, que están allá afuera, pero que de alguna manera empiezan a acercarse a estos espacios.

A eso me refería con que a veces, a través de los niños, sus preguntas, sus situaciones, uno puede de alguna manera vislumbrar esto que ocurre allá afuera, porque ellos, en realidad, como lo dice Celeste en la película, ellos a veces no tienen ni idea de lo que significan las cosas, pero andan repitiendo lo que oyen. Ellos nos traen un reflejo de esta complejidad, como en temas de migración y la familia

Celeste, ¿a lo largo de la grabación del documental, cuáles fueron las complicaciones más grandes a las que te enfrentaste como profesora?

Considero que los desafíos más grandes son el poder enseñar a los niños, aunque ellos vengan de un contexto que les pone muchas barreras, barreras sociales, incluso familiares, que les impide aprender. Yo puedo tener al niño ahí, sentadito en mi clase, pero ¿realmente el niño está ahí o está pensando en sus problemas de casa, o está pensando en la separación de papá y mamá? No sabemos realmente. 

Entonces los niños traen muchísimas cosas a la escuela que algunas veces sí nos impide a nosotros llevarles a ellos el aprendizaje. Eso sí es algo que he vivido y que sí digo, “¿Cómo le hago?"

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Alana, ¿cómo decides tomar esta decisión de darle a las infancias una cámara para que esas imágenes juguetonas y divertidas aparezcan en el documental?

Fue una decisión que nos ayudó por partida doble. Por un lado, como nuestra intención desde siempre fue llevar al espectador a su infancia, el punto de vista que me interesaba retratar era el punto de vista de los niños y las niñas, por eso la cámara siempre está a la altura de sus ojos y por eso todo se narra desde los pupitres. Este, entonces me interesaba mucho su imaginario pero además, justamente la despedida de la maestra y cuando ellos proponen distintas formas, nosotros también dijimos: "Ah, pues mejor el video." 

Nos permitía también darles una tarea y entretenerlos con su camarita para que no tuvieran que agarrar las nuestras porque estaban muy curiosos. Fue algo muy bonito, porque ellos hacen su película.

¿Cuáles fueron los retos al abordar estos temas que no siempre son visibles, pero que tienen un impacto en la vida de las infancias?

Desde un principio sabíamos los temas que queríamos abordar y cómo estos temas podían detonar algo en los niños, cómo iban a formar parte de su vida también. Entonces, Celeste y yo elegimos, dentro del programa de estudios, algunos temas que nos parecieran particularmente interesantes, y lo diseñamos como si fuera un guión. Eso sí estaba muy premeditado.

Lo que nunca se sabe en un documental es lo que ese tema va a generar. A veces generaba cosas muy interesantes, a veces menos. Por eso tuvimos todo este mes de grabación y, ya en la etapa de edición, el trabajo fue seleccionar, entre muchas horas de material, lo que más nos funcionaba. Así armamos la narración.

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¿Qué esperan que el público se lleve a casa después de ver La Falla?

Alana: Algo que me gustaría, y creo que ya lo hemos estado viviendo Celeste y yo, y nos da mucho gusto, es que se genere una reflexión colectiva. Creo que eso es algo que me encanta del cine documental, esta posibilidad de diálogo desde distintos puntos de vista. Eso ya es muy enriquecedor.

Lamentablemente, el cine por sí solo no puede cambiar el mundo. Eso es muy difícil. Pero por lo menos puede poner sobre la mesa algunos temas. Y creo que eso, poco a poco, puede llevar a algo.

Celeste: Yo le decía a Alana que es muy bonito ver cómo las personas, antes, solo nos veían desde fuera del aula. Y ahora, a través de La falla, nos están viendo dentro del aula.

En este documental está reflejado el corazón de la educación, los niños. Es una manera de hacer reflexionar tanto a las personas del ámbito educativo como a toda la sociedad sobre la importancia que tienen las infancias y el cuidado que debemos tener con ellas. Y sí, yo creo que La falla va a contribuir a generar un cambio en la sociedad, que es lo que buscamos.

Finalmente, ¿qué mensaje pueden dejarle a nuestras lectoras de La Cadera de Eva, y qué reflexión les deja La Falla sobre el género?

Alana: Yo les diría que algo que me encantó de esta experiencia fue ver cómo nuestro rol, como mujeres, ha cambiado desde que somos pequeñas. Las niñas ya no permiten, como quizás antes, el abuso o la crítica. Las mujeres, desde muy chiquitas, empiezan a tomar el control de sus vidas, a defenderse, y eso es algo muy valioso que ha sucedido de forma más contundente en los últimos años.

Para mí ha sido muy bonito que Celeste sea una maestra, y que en ella también se refleje todo lo que entrega desde su ser mujer, una mujer que ha luchado por hacer lo que quiere y por perseguir sus sueños. Y por otro lado, ver a estas niñas de nuevas generaciones que ya vienen con otro chip, con otra seguridad. Eso a mí me emociona profundamente como mujer.

Celeste: Por mi parte, yo les comparto que, cuando tenía 12 años, mi papá me prohibió estudiar. No me dejó ir a la secundaria porque decía que las mujeres no tenían que estudiar, que se iban a casar y a tener hijos. No nos dejó estudiar a mis hermanas ni a mí. Pero yo no me quedé con eso: seguí, seguí y seguí con mi sueño de ser maestra, hasta que lo logré.

Siento que cuando una se propone algo, lo logra. Es una satisfacción muy grande como persona, como mujer, y sobre todo, ver que lo que tú haces le da tanto a los demás. En mi caso, ser maestra es dar de ti siempre para los demás.