La mañana del 25 de noviembre comenzó con un mensaje desde Palacio Nacional. La presidenta Claudia Sheinbaum y la secretaria de las Mujeres, Citlalli Hernández, presentaron los avances del Plan Integral contra el Abuso Sexual, que amplía la definición del delito, coloca el consentimiento en el centro e incorpora la obligación de investigar estos casos aun sin denuncia. 

La reforma al artículo 260 del Código Penal Federal detalla qué actos constituyen abuso sexual y cuándo no hay consentimiento, aunque varios aspectos operativos, como las medidas reeducativas, siguen sin definirse. En el anuncio tampoco se mencionó la impunidad que enfrentan las víctimas al denunciar, ni las fallas institucionales que suelen frenar las investigaciones.

Horas después, mientras el discurso oficial seguía resonando, las calles ofrecieron una respuesta distinta. “No llegamos todas”, se leía una y otra vez en los carteles, en réplica al “Llegamos todas” que Sheinbaum pronunció en su discurso de triunfo. En la marcha, la frase adquirió otro sentido: no llegan todas porque muchas han sido asesinadas, desaparecidas o silenciadas por un sistema que aún no garantiza justicia.

La movilización de este 25N no fue una marcha unificada. En la Ciudad de México tomó la forma de una serie de desplazamientos paralelos, contingentes que avanzaron a distintas horas y desde distintos puntos. El contingente de mujeres con discapacidad, convocado desde las dos de la tarde, fue el primero en reunirse en El Caballito; otros grupos comenzaron a avanzar hasta las tres y media, siguiendo la convocatoria oficial de Reforma y Avenida Juárez.

Desde temprano, FemiDisca afinaba detalles: sillas de ruedas, apoyos, banderas moradas, asistentes personales. Mildred, Jen y otras mujeres con discapacidad llevaban años marchando juntas porque, dicen, la violencia también habita en la falta de accesibilidad, en trámites imposibles y en instituciones que infantilizan o desestiman sus denuncias. Su presencia cuestiona quiénes pueden ocupar el espacio público de manera segura y quiénes no.

Foto: Sandra Rojas
Foto: Sandra Rojas

A mitad del recorrido ocurrió la primera tensión del día. Madres de víctimas de feminicidio pidieron a las mujeres con discapacidad hacerse a un lado para encabezar la marcha, argumentando que debían ir al frente y que FemiDisca avanzaba lento o no llegaría más allá de Plaza Palestina. Ninguna de esas razones resultó cierta: FemiDisca mantuvo el paso y llegó completo hasta el Zócalo. Aun así, el grupo, reducido pero firme, cedió el espacio y continuó bajo la consigna: “Nada sin nosotras, con nosotras”.

Sobre Avenida Juárez, la protesta avanzaba con consignas que volvieron a colocar en el centro violencias que siguen sin respuesta institucional. Entre ellas, la violencia vicaria, que utiliza a hijas e hijos como mecanismo de castigo hacia las madres y que todavía no encuentra camino claro dentro de las fiscalías.

En Bellas Artes, el ritmo se quebró por unos minutos. Colectivas levantaron un tendedero de denuncias, y en cuestión de instantes las pinzas sostenían hojas con relatos de agresiones, carpetas abandonadas y funcionarios que no escucharon. Detenerse a leer al menos una era inevitable. Cada historia hablaba de un sistema que pide denunciar, pero que suele fallar desde el primer contacto.

Foto: Wanda Pacheco
Foto: Wanda Pacheco

A propósito del 25N, la CEPAL presentó sus últimos datos este lunesy reveló que en 2024 ocurrieron 852 feminicidios en México, uno cada 10 horas en promedio. El organismo registró una tasa de 1.3 asesinatos por motivos de género por cada 100 mil mujeres, superior a la de 2015 y apenas menor a la de 2020. También advirtió que, aunque ese año murieron asesinadas 3 mil 739 mujeres, sólo 22.8% de los casos fueron clasificados como feminicidios, una brecha que evidencia las fallas institucionales para reconocer y registrar la violencia de género en el país.

Más adelante, frente a la Antimonumenta, una manta enorme con la frase “México feminicida” se convirtió en el punto de mayor silencio del día. La cifra que la acompaña, 11 mujeres asesinadas al día en promedio, volvió a circular como un recordatorio brutal de lo que sostiene esta marcha.

Ahí mismo, entre carteles y flores, Nayeli Morales sostenía una lona con la imagen del agresor de su hija.

 “Soy Nayeli Morales, soy mamá de la víctima”, dijo. “Mi hija fue abusada por un exfuncionario del DIF al que han dejado libre porque lo protege el presidente municipal. Nadie me ayuda. Necesito apoyo para hacer justicia por mi hija”.

Su voz, quebrada pero firme, hizo que varias mujeres se acercaran a escucharla, a tomarle la mano, a prometerle que su historia no quedaría en silencio.

Unos metros más adelante, en el camino hacia el Zócalo, una mujer avanzaba sola con una cartulina apretada entre las manos. Marcharía, dijo, “porque ya no alcanza con la indignación”. Cuando le pregunté por la primera vez que fue acosada, su mirada se perdió por un instante. Hizo una pausa larga. Prefirió no responder. Siguió caminando. Ese silencio breve pesó más que muchas consignas.

El trayecto continuó entre batucadas, cantos, contingentes contra la violencia vicaria, mujeres buscadoras y agrupaciones obreras y sindicales, cada cual con su urgencia propia, con sus duelos abiertos o ausencias.

Foto: Wanda Pacheco
Foto: Wanda Pacheco

Al llegar al Zócalo, las diferencias entre grupos se hicieron más visibles. En el templete, la Coordinación 8M denunció la violencia estructural del país y cuestionó la estrategia presentada por Sheinbaum en Palacio Nacional. Señalaron que el plan contra el abuso sexual parecía diseñado “para unas cuantas”, para “las mujeres con poder”, y no para quienes enfrentan la impunidad desde abajo.