Los territorios mayoritariamente rurales con grandes producciones agroalimentarias y diversidad pluriétnica se encuentran atravesados por la precarización, discriminación y violencia, siendo particularmente las mujeres quienes han sido excluidas y sujetas al trabajo no remunerado y al cuidado. Difícilmente son dueñas de las tierras, son limitadas a acceder a recursos productivos y a la obtención de créditos, lo que profundiza en su explotación, pobreza y marginación. En ese sentido, un grupo de mujeres artesanas han encontrado en su trabajo la emancipación.
Originarias de San Antonio de las Tejas en Guerrero, a las periferias de la entidad y muy cerca de las fronteras que se encuentran bajo el yugo de La Familia Michoacana que pretende apropiarse del territorio, de los recursos y de las plantaciones de aguacate.
Creaciones en Madera, es el nombre de un pequeño taller donde las mujeres de esta comunidad se reúnen para crear piezas únicas que serán vendidas más adelante, representando una retribución económica importante para sus hogares y el apoyo de su familia que, mayoritariamente, se dedican al campo.
A través de la Comisión Nacional Forestal, se les concedió el espacio y la maquinaria necesaria para la producción, aunque el proceso fue de constantes altibajos, especialmente, por parte de los ejidatarios que ponían en tela de juicio si las mujeres de la comunidad sacarían adelante el proyecto.
En entrevista para La Jornada, una de las participantes señaló que a raíz del esfuerzo y de los resultados positivos, se espera que reciban maquinaria nueva para que se les permita trabajar con figuras más grandes. Además, proyectan hacer viajes a Chilpancingo, Tecpan de Galeana y Acapulco para expandir su mercado y vender sus trabajos a un precio redituable.
El trabajo remunerado como liberación
"Feminización de la agricultura", este es el término que se reconoce para hablar sobre las estructuras patriarcales del poder. El papel histórico de la mujer ha sido relegado al espacio doméstico, pero también, deriva a la explotación de su trabajo, es decir, se desempeñan paralelamente en el campo sin alguna retribución económica al considerarlo intrínseco en sus actividades como mujer.
En esta línea, las mujeres comparten que han tenido que turnarse para desempeñarse en el taller pues muchas de ellas, además de su trabajo en el hogar y de cuidado se desempeñan con sus maridos en el campo lo que dificulta que tengan tiempo libre para ejercer la carpintería.
"Es pesada (la vida en la sierra), trabajamos mucho en el campo, la mayoría vamos a las huertas a sembrar o cosechar, pero con esto sentimos que nos liberamos de la cocina y por eso venimos a desestresarnos", compartió una de las 20 mujeres que se desempeñan en el taller para La Jornada.
Otra de las cuestiones más importantes de este espacio es que funge como un punto de encuentro donde las mujeres comparten sus experiencias, se amigan y se refugian las unas a las otras. Desde la escucha, el compañerismo y el cariño, las mujeres alientan a otras a realizar sus piezas: "nos gusta mucho, nos emociona cuando una compañera tiene una así vamos todas haciendo cosas diferentes".
Finalmente, señalaron que este proyecto abre una oportunidad importante para su economía y también, para su salud mental al llenarles de orgullo su trabajo y observar el potencial que poseen al usar las máquinas y generar piezas únicas. El taller no es sólo un espacio de trabajo, es también su emancipación al reconocerse como actores fundamentales para su comunidad más allá del rol patriarcal que las oprime, sofoca y aisla. En palabras de una de las entrevistadas:
"Nosotras estamos felices porque nunca se había dado apoyo a la sierra, ni mucho menos a las mujeres porque según sólo servimos para hacer tortillas, barrer, lavar, atender al marido y a los hijos"
*Con información de la Jornada