En el primer 8M bajo el gobierno de la primera presidenta de México, Claudia Sheinbaum, miles de mujeres marcharon por las calles de la Ciudad de México para exigir justicia y visibilidad para las víctimas de feminicidio y violencia de género. La manifestación, que comenzó temprano en la mañana, recorrió distintas partes de la ciudad hasta llegar al Zócalo, donde las voces se unieron en un grito unánime: “No llegamos todas”.

Desde el amanecer, grupos de mujeres comenzaron a congregarse en diferentes puntos de la ciudad, como el Ángel de la Independencia, el Monumento a la Revolución, la Glorieta de las Mujeres que Luchan y el Monumento a la Madre. Cada grupo llevaba consigo pancartas, tambores, banderas moradas, y por supuesto, sus consignas. 

En la marcha se sentía la rabia y el dolor, pero también la esperanza de que, juntas, podrían provocar un cambio verdadero. Entre las consignas más escuchadas, destacaban frases como "Claudia Sheinbaum no me representa", “con falda o pantalón, respétame cabrón”, “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”, y “El gobierno opresor es un macho violador”.

El calor de la tarde no detuvo la fuerza de las mujeres que marchaban al unísono por las principales avenidas de la capital. Contingentes de distintas edades se unieron para exigir justicia por sus desaparecidas y asesinadas. 

Foto:  Raúl Estrella
Foto: Raúl Estrella

Un grupo de madres de víctimas de feminicidio se manifestaron con un plantón frente a un muro, exigiendo ser recibidas por la presidenta Claudia Sheinbaum. Las mujeres, entre ellas Maricruz Velasco Najera, madre de Karla Yesenia Gómez Velasco, buscan un diálogo con la mandataria para dar seguimiento a las carpetas de investigación de sus hijas, las cuales denuncian se encuentran en la impunidad y sin judicializar.

Entre ellos, un grupo de mujeres de Ecatepec, Estado de México, desplegaba pancartas sobre la violencia feminicida, mientras otras, como las mujeres mazahua, marchaban acompañadas de sus comunidades, pues sabían que la lucha por la justicia no solo era de las mujeres, sino de los pueblos enteros que sufren de violencia estructural.

En la Glorieta de las Mujeres que Luchan, el ambiente era denso y cargado de emociones. Mujeres de todas partes del país se habían reunido para alzar la voz por las que ya no estaban. 

La primera marcha de muchas de ellas, como la madre, hermana y tía de muchas de las que marcharon, marcó un antes y un después en su vida, pues nunca se habían encontrado en una protesta como iguales, unidas por la misma causa. 

En la marcha, se podían ver desde científicas, psicólogas, maestras y veterinarias, hasta trabajadoras del hogar y mujeres indígenas.

Entre las mujeres que marchaban, también había mujeres que entregaban en claveles a las mujeres que trabajaban ese día, como un acto simbólico para reconocer su lucha. Al acercarse a un grupo de ellas, la reportera se enteró de que los claveles eran para las trabajadoras, como un recordatorio de que, aunque no pudieran unirse a la marcha, también estaban presentes en la memoria colectiva del movimiento. 

En el Monumento a la Revolución, el eco de las consignas no dejaba de crecer. “Ni una más, ni una asesinada más”, era una de las principales demandas. Los testimonios que compartían las mujeres durante la marcha eran desgarradores, como el de las madres de víctimas de feminicidio, quienes exigían que no quedaran impunes los crímenes que aún no habían sido resueltos. El dolor de estas mujeres no solo era por la pérdida de sus hijas, sino por la indolencia del sistema judicial que, según ellas, permitía que los responsables quedaran libres de castigo.

El aumento de la participación de la sociedad civil fue notable este año, pues la marcha no solo estuvo llena de mujeres jóvenes, sino también de niñas y adultas mayores. Las infancias marchaban junto a sus madres y abuelas, asegurando que la lucha por un mundo libre de violencia debe empezar desde pequeñas. Las consignas de estas pequeñas resonaban con fuerza: “Un niño sin violencia crece libre”, dejaban claro que, para ellas, la educación y la cultura de la no violencia era esencial.

Los contingentes del sector salud también estuvieron presentes, destacando las mujeres que laboran en la gineco-obstetricia, quienes exigían un trato digno y el fin de la violencia que muchas sufren en el sistema de salud. 

Su lucha no era solo por el reconocimiento profesional, sino también por el respeto a sus cuerpos y derechos como trabajadoras. Otras, como las científicas y académicas, protestaban por la visibilidad de sus logros y el respeto a su profesionalismo en un sistema que aún las ve a través del lente de la desigualdad de género. “La academia será toda feminista”, gritaban al unísono, haciendo eco de la necesidad de transformar las estructuras patriarcales en todos los ámbitos de la sociedad.

A lo largo de la marcha, el llamado a la acción fue claro: las mujeres ya no podían esperar más promesas vacías. Las acciones deben ser inmediatas, deben generar cambios concretos en la política pública, y no solo quedarse en discursos. La exigencia de justicia, seguridad y el fin de la impunidad fueron los ejes principales que unieron a las miles de manifestantes.

En un país donde la violencia contra las mujeres sigue siendo una constante, el 8 de marzo de 2025 se convirtió en un recordatorio de que la lucha feminista no tiene vuelta atrás. Aunque la jornada terminó, las voces de las mujeres siguen resonando en las calles y en los corazones de aquellos que luchan por un México libre de violencia. “No llegamos todas, pero seguimos luchando hasta que todas lleguemos”, fue la consigna final, un grito que continuará atravesando las generaciones hasta lograr la verdadera justicia para todas las mexicanas.