Este 8M es histórico. Miles de mujeres marcharán, como lo han hecho durante años, por las mismas calles que han sido testigos de su lucha. Este año, sin embargo, lo harán en un país donde, por primera vez, una mujer ocupa la presidencia. Pero la pregunta que resuena con fuerza es inevitable: ¿Realmente hemos llegado todas?
El 5 de marzo, una imagen del Zócalo blindado por vallas metálicas nos recordó que, aunque la historia cambia, las respuestas del poder no tanto. Esta semana, la presidenta Claudia Sheinbaum defendió este muro de la vergüenza como una medida de protección tanto para manifestantes como para mujeres policías. "No vamos a permitir que quemen la puerta de Palacio", dijo.

Pero la seguridad que realmente nos preocupa no es la del Palacio Nacional. Es la seguridad de las mujeres en un país donde son asesinadas 11 mujeres en promedio, donde las denuncias de las víctimas de delitos son sistemáticamente ignoradas, y donde muchas no están para marchar porque han sido desaparecidas, asesinadas, porque están sosteniendo la vida de otros, o viven en una violencia que el Estado sigue sin reconocer.
Solo el año pasado, de enero a noviembre, se registraron 2 mil 409 asesinatos violentos de mujeres y 733 feminicidios, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
Sheinbaum llegó al poder con la consigna "Llegamos todas", pero esa frase se contradice con su historial de represión a las protestas feministas cuando fue Jefa de gobierno en la Ciudad de México y con la deuda de políticas públicas que realmente transformen la vida de todas las mujeres a quienes se les sigue negando el derecho a decidir sobre sus cuerpos, a quienes se les criminaliza solo por buscar justicia.
Mientras el gobierno levanta muros y vallas, las mujeres seguimos llenando las calles con los nombres de víctimas, con consignas que llevamos años gritando, porque las violencias persisten y el avance de la ultraderecha en todo el mundo amenaza los derechos conquistados por el movimiento feminista.
Como cada año, en La Cadera de Eva marchamos por las madres de víctimas de feminicidio que hoy colocan las fotos de sus hijas en esas mismas vallas, con la rabia de saber que la justicia nunca llegó. Marchamos por las buscadoras asesinadas, por las mujeres que no pueden salir a protestar porque sostienen la vida en un país donde el 75% de los cuidados recaen sobre ellas, sin pago ni reconocimiento.

Marchamos por las mujeres trans, por las trabajadoras del hogar, por nuestras colegas periodistas que son violentadas durante el ejercicio de su labor, en los espacios digitales, por las jornaleras que enfrentan condiciones laborales inhumanas. Marchamos por las mujeres indígenas, migrantes, por las activistas que defienden la tierra y son asesinadas en el intento. Marchamos porque las políticas siguen sin incluirnos a todas, porque la transformación no es real si no nos ve a todas.
Las cifras de violencia feminicida sigue golpeándonos día tras día. En muchos casos, el Estado se niega a reconocer estos crímenes como feminicidios, disfrazándolos de delitos comunes o reduciéndolos a cifras sin rostros. Los refugios para mujeres en situación de violencia siguen sin recibir el apoyo suficiente, mientras que las fiscalías se niegan a atender con perspectiva de género las denuncias de violencia doméstica, abuso sexual y desapariciones. Mientras tanto, los agresores caminan libres, protegidos por un sistema que sigue sin creerle a las mujeres.
No solo es la violencia física. La brecha salarial persiste. Las mujeres en el sector informal viven en condiciones de precariedad extrema. Las mujeres con discapacidad siguen siendo ignoradas por un sistema que no las ve ni las escucha. Las mujeres en comunidades rurales enfrentan un abandono absoluto, sin acceso a salud, educación o derechos laborales. Las mujeres migrantes son violentadas, criminalizadas y expulsadas de un país que se aprovecha de su trabajo pero les niega cualquier garantía.
En su informe de los primeros 100 días de gobierno, Sheinbaum habló de seguridad, programas sociales e infraestructura bajo la bandera de un "humanismo mexicano". Pero la pregunta persiste: ¿Dónde está el humanismo cuando las madres tienen que buscar a sus hijas con sus propias manos? ¿Dónde está cuando las mujeres trans son asesinadas en un país que se niega a reconocerlas? ¿Dónde está cuando las mujeres con discapacidad son esterilizadas sin su consentimiento y nadie habla de ello?
La verdadera transformación no llega únicamente con una mujer en el poder. La verdadera transformación es que ninguna mujer tenga que morir por ser mujer. Que ninguna mujer tenga que luchar sola por justicia. Que ninguna mujer sea invisible para el Estado.
Este 8M no celebramos una presidencia. Marchamos porque la revolución feminista no se trata de cambiar un rostro en el poder, sino de derribar un sistema que sigue sin garantizarnos una vida digna.
No hemos llegado todas. Y hasta que lleguemos todas, seguiremos marchando.