La temporada decembrina ya empezó y, con ella, las reuniones eternas, las mesas llenas y ese famoso maratón Guadalupe-Reyes que parece no tener fin. Entre el ponche, los romeritos y el brindis tras brindis, a muchas nos asalta una sensación incómoda: la culpa. Esa vocecita que aparece justo cuando vas por el segundo plato.

Para desmontar ese malestar tan normalizado, platicamos con Aranza Quiñones, nutrióloga clínica, quien nos propone algo radical (y liberador): dejar de pelear con la comida y empezar a escuchar al cuerpo.

¿De dónde viene la culpa al comer?

Para Aranza, la culpa no nace de la comida, sino de todo lo que nos enseñaron alrededor de ella.

“La culpa viene de estas ideas de que hay alimentos buenos y malos. Y la verdad es que no nos ayuda: solo nos desconecta del cuerpo y vuelve el acto de comer algo estresante”, explica. 

Ese malestar suele empujarnos a “compensar”: no desayunar porque habrá cena pesada, castigarnos con ejercicio extremo o prometer que “en enero ahora sí”. Pero Aranza es clara:

“Compensar genera un ciclo de culpa y castigo. No mejora la relación con la comida, la empeora”.

En lugar de reglas rígidas, la invitación es mirar la comida decembrina como lo que es: convivencia, tradición y disfrute. Comer con calma, sin prohibiciones, suele ser mucho más saludable que vivir contando culpas. Porque, como insiste la especialista, la salud no se construye desde el castigo, sino desde hábitos sostenibles.

Tips reales para sobrevivir al Guadalupe-Reyes (sin pelearte contigo)

Llevar esta mirada a la vida cotidiana sí es posible. Aranza comparte algunas claves prácticas:

1. No llegues con hambre voraz.

2. Evitar ayunos largos antes de una reunión ayuda a tomar decisiones más conscientes. Una colación ligera —fruta, yogurt, algo pequeño— puede hacer toda la diferencia.

3. Arma tu plato con intención, no con miedo.

4. Escucha la saciedad.

La nutrióloga propone el llamado “plato inteligente”: la mitad con frutas y verduras, una cuarta parte con cereales o granos y la otra con proteínas.

El tamaño sí importa (pero sin drama). Servirte en un plato pequeño te permite probar de todo sin sentirte saturada. Así disfrutas los clásicos sin terminar incómoda.

Comer despacio, elegir lo que realmente se te antoja y parar cuando ya es suficiente es una forma de autocuidado. Si aparece un pensamiento negativo, haz una pausa y pregúntate: ¿por qué me siento culpable por comer algo que disfruto?

El alcohol suele ser otro punto de tensión. Aquí no se trata de prohibir, sino de equilibrar:

  • Alterna cada copa con agua natural.
  • Evita refrescos o jugos como mezcladores.
  • Los refrescos “cero” tampoco son la mejor opción: los edulcorantes también tienen impacto en la salud. Agua o infusiones siguen siendo la mejor compañía.

¿Y cuando llegue enero?

La recomendación es clara: cero castigos. Nada de dietas extremas ni rutinas imposibles. Los cambios drásticos pueden ser riesgosos si el cuerpo no está preparado. Volver a hábitos gradualmente, con realismo y acompañamiento profesional, es la ruta más segura.

Porque ningún alimento define tu salud. Estas fechas no son un examen, son una oportunidad para relacionarte con la comida desde el disfrute y el respeto.

Si quieres profundizar o buscar acompañamiento profesional, puedes encontrar a Aranza Quiñones en:

  • Instagram: @nutriologa.aranzaqb
  • Facebook: Nutrióloga Aranza Quiñones
  • Consulta presencial en CDMX y Estado de México

Comer también puede ser un acto de amor propio. Incluso —y sobre todo— en diciembre.