En el estudio de La Cadera de Eva, el ambiente se siente eléctrico. Tenemos la visita de Mar García Puig desde Barcelona, quien llega con dos libros bajo el brazo: La historia de los vertebrados y Esta cosa de tinieblas. “Traer mis libros hasta aquí significa muchísimo”, dice durante la charla. “El feminismo mexicano ha sido una referencia.”

Estas son sus primeras dos novelas, y dialogan entre sí, una nace del derrumbe y la otra de lo que se aprende cuando se sobrevive a él. En la conversación, Mar se permite y nos regala el temblor de saber que los libros pueden rompernos, pero también curarnos. No hay discurso blindado ni pose literaria: solo una mujer hablando del cuerpo, la locura y la maternidad.

Cuenta que escribió su primer libro tras una crisis nerviosa posparto. No buscaba escribir, sino entender. Leyó sin parar a otras mujeres que habían pasado por experiencias similares y descubrió, en ese gesto, una forma de comunidad. La escritura, dice, fue la forma que encontró de volver al mundo. “No había libro, era un acto de supervivencia.”

Desde entonces, Mar mira la literatura como una extensión del cuerpo. No de la mente, sino de la piel. “Mi cuerpo también está hecho de historia, de opresión, de memoria colectiva”, dice, y esa frase, más que escucharla, puedo sentirla. Para Mar, cada palabra tiene una textura física, un peso. Escribir, para ella, no es sólo pensar: es habitar el cuerpo.

Escribir desde la fractura

En La historia de los vertebrados, Mar García Puig narra la experiencia de una crisis nerviosa posparto. El cuerpo que se desmorona, la mente que se fragmenta, la maternidad como un territorio inexplorado. No lo escribió para publicar, sino para sobrevivir. “No había libro, era un acto de supervivencia.”

Mientras la escucho, pienso en cómo la literatura puede ser una forma de rearmarse, de nombrar lo que no tiene nombre. Ella lo explica mejor: leer a otras mujeres la salvó. Descubrió que no estaba sola, que existía una genealogía de escritoras que también habían sentido que el cuerpo se les partía en dos. De esa lectura desesperada nació la escritura.

Para Mar, el cuerpo no es un límite, sino un archivo. “Mi cuerpo también está hecho de historia, de opresión, de memoria colectiva”, dice. Lo pronuncia sin dramatismo, casi como una constatación física. Comprendió que cada vértebra guarda un fragmento de vida ajena, una herencia que no se puede borrar. Desde entonces, escribir se volvió un acto corporal: una manera de escuchar lo que el cuerpo intenta decir cuando las palabras faltan. Hablar con ella es asistir a una reflexión en movimiento. “Escribir, para mí, no es pensar. Es habitar el cuerpo.”

Lo que florece en la oscuridad

En Esta cosa de tinieblas, su segundo libro, Mar García Puig se adentra en el territorio gótico. No busca huir de la oscuridad, sino reconciliarse con ella.

Durante siglos el patriarcado ha colocado a las mujeres en el lado de lo irracional; el feminismo moderno intentó escapar hacia la luz. Pero esa claridad, advierte, también puede cegarnos. “El gótico me permitió reivindicar la penumbra, lo imperfecto, lo irracional.”

Mar habla de la oscuridad no como ausencia de luz ni amenaza, sino como un territorio fértil donde caben la contradicción y el deseo. Ahí florecen las contradicciones, lo impuro, lo que no encaja. En esa penumbra se atreve a mirar las metáforas que nos moldean. “Las metáforas pueden matar, pero también pueden sanar.” La casa encantada, por ejemplo, es una de sus metáforas favoritas, la considera una imagen del patriarcado: el hogar que se supone seguro, pero donde muchas veces acechan los fantasmas de la violencia.

Su escritura es un ejercicio de desobediencia poética. No romantiza la locura, pero tampoco la niega. “Quizá los verdaderos locos son los que destruyen el planeta por dinero”, dice, recordando una charla reciente con la escritora colombiana Mariana Matija. En su voz, la locura suena más a rebeldía que a diagnóstico.

Una brújula en la niebla

Mar fue diputada en el Congreso español durante ocho años. Dice que no abandonó la política: sólo cambió de escenario. “La política está en muchos lugares, también en las metáforas.”

Habla de esa etapa sin nostalgia, pero con calidez. Recuerda con claridad los años de auge del feminismo en España, las huelgas del 8M, las calles llenas de cuerpos en movimiento. Aprendió que los cambios no siempre llegan desde el poder, sino desde las grietas: la calle, la lectura, la amistad entre mujeres. “Por eso necesitamos alianzas internacionales. Escucharnos entre feminismos distintos es una forma de protegernos.” Por eso defiende los clubes de lectura como trincheras de ternura y revolución. En ellos, dice, las mujeres ponen en palabras lo que nunca se había dicho en voz alta. Leer juntas se vuelve una forma de resistencia: una manera de recordar que no estamos solas, aunque el mundo se empeñe en fragmentarnos.

Mar no parece buscar una frase final, pero cuando le pregunto sobre la brújula para guiarnos en tiempos de oscuridad, la encuentra: “Mi brújula son mis hijos y la literatura. En ellos cabe todo: el feminismo, los cuidados y el arte como forma de cambiar el mundo.” Afuera, la Ciudad de México existe en una tarde suspendida. Dentro del estudio, el eco de su voz deja algo parecido a la esperanza. Como si escribir desde la herida, desde la penumbra, fuera también una forma de cuidar lo que todavía puede salvarse.

Mar García Puig participará en la FIL Guadalajara 2025. Mientras tanto, no te pierdas la entrevista completa que tenemos con ella en La Cadera de Eva ¡disponible ahora en nuestro canal de YouTube!