Existen muchas formas de abordar el terror: espectros, demonios y maldiciones que atormentan al ser humano y a su conciencia; pero cuando la pluma que lo narra es la de una mujer latinoamericana, el terror deja de ser algo únicamente sobrenatural para confrontarnos con realidades crueles, entornos cargados de violencia y estructuras sociales que nos oprimen. Miedos más profundos que un fantasma, porque la línea entre lo real y lo espectral se diluye, obligándonos a enfrentar temores tangibles.
Desde esa mirada escribe Elaine Vilar Madruga en El cielo de la selva (Elefanta Editorial, 2024), donde nos adentra en las profundidades de una entidad mística y todopoderosa. En su relato, la selva es un dios. Un ser que ignora la moralidad humana, posee un hambre insaciable y exige el mayor de los sacrificios a quienes se atreven a buscar refugio en sus fauces. Una mujer huye de la guerrilla junto con su hija, tras haber delatado a sus conocidos; la selva les ofrece una hacienda como refugio… pero pronto descubrirá que todo tiene un precio, y que deberá pagarlo con sangre.
En entrevista con La Cadera de Eva, Elaine Vilar Madruga comparte su perspectiva sobre el terror, su obra El cielo de la selva y la forma en que las mujeres han transformado las narrativas del género.
Vilar Madruga afirma que la narrativa de terror atraviesa una transformación profunda, impulsada por voces de mujeres desde Latinoamérica. Esto no solo ha elevado la calidad del género contemporáneo, sino que ha redefinido sus temas y temores, permitiendo ser “más justos con la realidad crítica” que habitamos.
Este terror escrito con nombre de mujer también nos permite ser más justas con la realidad crítica del universo que estamos viviendo… nos interesa la posibilidad de no escribir desde los centros, sino desde las periferias. (Elaine Vilar Madruga)
Esta nueva literatura entrelaza la distopía contemporánea con lo sobrenatural y lo mítico. La autora destaca la “opacidad de los géneros” como un rasgo clave que enriquece y complejiza los relatos.
La maternidad es un eje central en su obra, y su abordaje cambia radicalmente cuando es explorado por mujeres. Vilar Madruga subraya la importancia de narrar las maternidades desde la memoria del cuerpo y en plural, reconociendo la diversidad de experiencias gestantes.
El concepto que define su visión es la desacralización.
“A mí me gusta mucho la palabra ‘desacralizada’ porque significa colocar en el lugar correcto aquellos temas o historias que en determinados momentos se elevaron como un altar inalcanzable”, dice.
Desmitificar la maternidad la acerca a la realidad, permitiendo abordar temas esenciales como los cuidados, las maternidades solitarias y, de manera crucial en El cielo de la selva, la maternidad forzada y el mandato social biologicista.
“Explotamos el cuerpo de las mujeres porque son aquellos que darán a luz… dejamos de ser sujetas y nos convertimos en objetos, en objetos gestantes… y también estamos desmitificando esas ideas del amor romántico”.
Su inmersión en la memoria de sus ancestras —cuerpos sometidos por la cultura y el patriarcado— ha sido fundamental para construir personajes como Santa y La Vieja, llevando la crítica social y antropológica a un plano íntimo y familiar.
En la novela, la autora teje una atmósfera de terror profundo mediante elementos de terror cósmico, ecoterror y body horror, generando una sensación de claustrofobia pese a la inmensidad del paisaje. La selva es un ente vivo y amoral, un dios hambriento que exige sacrificios e invierte la lógica de explotación humana.
La condición mística y mítica de la selva… es un ente vivo, además amoral, que se entiende como Dios… Esta es una inversión de la voracidad humana y del esquema de voracidad que hemos ejercido sobre la naturaleza. (Elaine Vilar Madruga)
La novela es una crítica directa al mundo antropocéntrico. En El cielo de la selva, las leyes humanas son sustituidas por el “caos organizado” dictado por la naturaleza.
“El cielo de la selva es la inversión de todas las reglas humanas; es la sustitución de las leyes humanas… Han sido interrumpidas y reemplazadas por una especie de caos amoral donde la naturaleza dicta y la naturaleza manda”.
Vilar Madruga coloca su obra con los pies firmes en la crítica a los tejidos desmoronados de la sociedad, la cultura y la política. Cuestiona la violencia sistemática contra los cuerpos de las mujeres, la anestesia social ante el dolor ajeno, los desplazamientos forzados y el narcotráfico. En este contexto, la selva opera como un espejo del lado oscuro y negado de lo femenino. La autora reivindica un concepto esencial: el derecho a la furia.
Yo defiendo el derecho a la furia. El derecho a gritar. En un mundo donde se nos exige el bien hacer, el murmullo y el silencio, yo exijo lo contrario: la posibilidad de quitarnos la mortaza
Para ella, es crucial concebir la humanidad dentro de lo femenino. Un “tejido gris”, donde la mujer es capaz tanto de actos atroces como de momentos de esplendor, superando la dicotomía entre víctima o bienhechora. Esta complejidad —alimentada por autoras como Samanta Schweblin y Mariana Enríquez, y por la tradición oral de sus abuelas— convierte la literatura en un espejo necesario.
“Son realidades que es necesario contemplar para tomar una acción política sobre el mundo, y una acción transformadora también”.
La literatura, en manos de Elaine Vilar Madruga, es un acto político y transformador. Bebe de las aguas de grandes escritoras contemporáneas, pero también de la oralidad y los mitos de su tierra, para construir un relato que funciona como un espejo incómodo, crudo y esencial.
Si buscas una novela que confronte la violencia estructural, la maternidad impuesta y la furia reprimida de lo femenino, sumérgete en el horror cósmico y visceral de El cielo de la selva. Atrévete a entrar en esta hacienda donde la única ley es el hambre del dios selvático y descubre por qué la crítica social más feroz se esconde hoy detrás del terror.

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