Mi padre murió sin que pudiera volver a verlo y ni siquiera fue un número entre las 11 791[1] personas que emigraron para los Estados Unidos en 1992 porque él se fue a vivir para Nicaragua y a esos nadie los contó. Ese año los cubanos y cubanas estaban llegando a la cúspide de una de las tantas crisis económicas, sociales y políticas que haya vivido la isla, pero la solución no estuvo en un cambio de gobierno si no en la estampida de la gente huyéndole al miedo de morir por inanición o en la cárcel.

La década del 90 fue trágica. Tuve que llorar a muchos amigos que, apenas siendo adolescentes, se echaron al mar y nunca más nadie supo de ellos. Otros llegaron y se convirtieron en una de las 170 675[2] personas que tocaron territorio norteamericano.

El dolor de esos años hay que contarlo aunque sea a grandes rasgos porque si no, no se entiende el dolor de estos días cuando ves la ciudad quedarse vacía porque todos los amigos prefieren partir, porque no ven esperanzas o porque los obligan a irse por sus ideas políticas, y ya no te queda ninguna casa donde tomar un café por las tardes.

"Nos pusieron en una habitación que medía cuatro metros cuadrados, con un colchón muy sucio. Cuando vi eso me aterré"

En Cuba el hambre, la insalubridad, la persecución política y la desesperanzas asechan en cada esquina. El peor estigma es que muy pocos le creen, muchos lo justifican, mientras el poder se asienta sobre el mito de la revolución cubana y el paraíso de la igualdad que lleva expulsando a sus ciudadanos desde 1959.

Miriam* cuenta su historia con la esperanza que no la reconozcan porque en su mochila se llevó el miedo a que la persigan. Ella está consciente de que fue víctima y a la vez testigo de un delito de trata de personas, pero fue la única salida que encontró, como muchas de las 425 mil personas que se fueron de Cuba entre el 2022 y el 2023[3].

Entre las políticas migratorias de los Estados Unidos que no son suficientemente claras ni transparentes, y el gobierno de La Habana que invierte en uniformes antimotines y no en ambulancias ni en necesidades básicas alimentarias y sanitarias; que se sostiene entre discursos políticos y la militarización de las calles, Miriam decidió que era hora de irse tras diecisiete años sin ver a su única hermana.

“Salí un 12 de febrero de Cuba. No tuve que pagar boleto ni nada porque mi hermana me lo pagó todo. Salí de Cuba con mi esposo y con mi hijo que en ese momento tenía 15 años y que fue diagnosticado desde pequeño con un retraso mental leve, así que también lo hice por él”, y confiesa que, aunque su historia no es de las peores, se sintió muy desamparada.

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En agosto de 2021, Médicos sin Fronteras (MSF) reportó que al menos 88 mujeres[4] habían sido agredidas sexualmente en la selva del Darien. Una de las principales testimoniantes del reporte de MSF fue una cubana que asegura, pudo huir, pero sintió los gritos de otras mujeres.

“Nosotros llegamos a las 12 de la noche a Nicaragua y nadie nos fue a recoger. Tuve que empezar a llamar a los contactos que mi hermana me había dado y sobre la 1 de la mañana nos recogieron y nos llevaron para un lugar en medio del campo, con gente muy buenas y muy pobres”, cuenta Miriam sobre cómo comenzó su travesía.

“Nos pusieron en una habitación que medía cuatro metros cuadrados, con un colchón muy sucio. Cuando vi eso me aterré. Nos habían dicho que íbamos a estar en hoteles, me puse mal y le dije a mi esposo que no iba a quedarme ahí pero mi hijo me dijo: 'Mamá, esto empieza ahora y es lo que hay'. Al mi hijo decirme eso entendí que si yo estaba haciendo eso por él, y me decía que estaba bien, entonces nos quedábamos”.

“A las 4 de la mañana del otro día nos levantaron y nos llevaron a un recorrido. Éramos un grupo más o menos de veinte, veinticinco personas. Fue una caminata bien larga y a un paso que pensé que no resistiría. Me cansé, me agité y tres horas después, sobre las 7 de la mañana nos montaron en unas camionetas”, lo que le volvió a dar fuerzas fue ver a su hijo como nunca antes lo había visto, pese a la oscuridad y el silencio que les obligaban a llevar, “iba en punta, con su mochila y con tanta disposición que me propuse llegar al final”.

Los que no logran llegar y a los que regresan

“Las camionetas iban por unas lomas extremadamente peligrosas. Nos llevaron hasta una terminal donde íbamos a cruzar la frontera con Honduras y allí nos bajaron solo a los cubanos. Parecía que no nos iban a dejar pasar. Alguien los llamó y así atravesamos la frontera” a Miriam y a su familia no les tocó atravesar el Tapón del Darien pero las carreteras para cruzar fronteras entre Nicaragua y Honduras son las que más muertes y desapariciones reportan[5].

 “En Honduras nos llevaron para un motelito, pero no tuvimos acceso a agua corriente. Estuvimos los seis primeros días sin bañarnos por las malas condiciones de cada lugar al que nos llevaron”,  recuerda.

Lograron llegar a Guatemala, donde “continuamos en autos que iban a muchísima velocidad. Íbamos dos por asiento. El conductor iba comunicándose con otra gente. Le decían: 'Por aquí no. Ahora la base 5, ahora la 7. Por aquí no que está la policía', le iban guiando para que no se metiera en lugares en los que nos detuviera la policía y se dieran cuenta de que estaban contrabandeando”, Miriam pensó que moriría, no solo por la velocidad sino por la situación violenta en la que se sentía, por su cabeza pasaron muchas interrogantes, “¿qué pasaría si el chofer se equivocaba y la policía los atrapaba?”. Las historias de agresiones sexuales y de robos, incluso por la policía, habían llegado a La Habana y siempre había pensado que eran exageraciones de la gente.

Miriam cuenta que ella tuvo un vecino que fue “virado” para Cuba porque lo atraparon en Guatemala y “nunca más fue persona”, así dicen en Cuba cuando alguien cae en desgracia. Pero nadie le creía en el barrio porque todo lo que contaba era malo y la gente nunca está dispuesta a escuchar las historias de fracaso. Se rumoreaba que la esposa había sido violada en su presencia, pero nadie tenía certeza.

Según Miriam, ese vecino lo vendió todo para poderse ir y terminó trabajando en “cualquier cosa” porque estaba sin dinero para montar un negocio y no lo contrataban por el Estado porque “no era confiable”, esta es una terminología que ha empleado el gobierno cubano para excluir a las personas que no comulgan al cien por cien con las políticas de Estado.

Pero su vecino tenía razón. Solamente en julio de 2022, Guatemala interceptó un camión con 45 migrantes cubanos[6]. Todos fueron deportados.

“Vino una persona de atrás que parecía que tenía experiencia y le dio un piñazo en el pecho a mi hijo y así fue como pudo respirar. Estaba muy frío. En ese momento llamé a mi hermana y le dije que yo no podía más, que iba a virar para atrás."

"En México dejamos de ser personas"

“El tramo más largo fue el de México” y Miriam agrega, “el más angustiante, el más aterrador, el más humillante. En México dejamos de ser personas”, y es duro escucharla decir eso.

“Nos llevaron en una camioneta, sentados encima de las mochilas. Éramos 18 personas en una camioneta tan estrecha que los dolores en las piernas no te los puedo describir. Íbamos unos encima de la otros. A penas podíamos respirar. Había mucho calor. Mi hijo se desmayó tres veces. Pensé que lo iba a perder” y no hay manera de contar su angustia.  “Vino una persona de atrás que parecía que tenía experiencia y le dio un piñazo en el pecho a mi hijo y así fue como pudo respirar. Estaba muy frío. En ese momento llamé a mi hermana y le dije que yo no podía más, que iba a virar para atrás. Ese fue uno de los peores momentos que pasé. Sentí que estaba poniendo la vida de mi hijo en peligro realmente”, y llegaron a la “nada” en medio de la noche.

“Nos sentamos en el piso sobre unos nylons y esperamos a que nos vinieran a buscar y llevarnos a un campamento. Todo eso ocurrió en cuatro días y parece que te he contado la historia de mi vida” y está segura que le quedan cosas por contar.

“Los próximos 15 días la pasé en México y nunca tuve la suerte de dormir en un hotel como cuentan otras personas. Para ese momento ya habíamos formado un grupo con otras seis personas que decidimos cuidarnos los unos a los otros. Había un niño de 6 años. En ese primer lugar en México estuvimos cuatro días. Nos iban sacando en buses, pero nosotros fuimos los últimos en llegar y los últimos en irnos”.

De allí los llevaron a una casa y por lo que cuenta Miriam fue una parada innecesaria.

“Nos dijeron que al día siguiente nos íbamos. Nos lavamos, lavamos algo de ropa, dimos dinero para que nos compraran comida y a los cinco minutos se apareció un bus y nos dijeron: ‘dale que nos vamos’. Esa gente nunca llegó, nos estafaron ese dinero e hicimos el viaje de 20 horas que nos esperaba con la mitad de una botella de refresco y la mitad de una botella de agua”.

“Ese viaje de 20 horas fue en un bus con capacidad para cuarenta e íbamos doscientas. Íbamos muy apretados. Al lado mío iba un señor nicaragüense que empezó a tener nauseas, le prestaron un nylon negro y empezó a vomitar encima de mí. Te puedes imaginar cómo me sentí”, dice tratando de encontrar algo de empatía, más de la que sabe que recibe.

“En esas 20 horas nos alternábamos. Unas veces mi esposo me cargaba a mí, otras veces yo lo cargaba a él porque no era que fuéramos unos al lado de otros, íbamos unos encima de otros”, y dice que se sintió aliviada cuando llegaron a un campamento que debía tener más de mil personas.

Cualquier lugar dentro del territorio mexicano puede ser un “campamento”. Es tanto el desespero de los miles de migrantes que llegan a las fronteras que muchas veces llaman “campamento” a espacios descampados donde solo encuentran la solidaridad de unos pocos y el miedo a ser descubiertos. Miriam no llegó a ninguno de los cuatro que el gobierno mexicano había habilitado en el CDMX y que ha empezado a desmantelar[7].

“Ese fue el penúltimo lugar antes de llegar a la frontera americana. Lo que nos quedaba era llegar a unas casuchas abandonadas donde tuvimos que estar en completo silencio mientras esperábamos los taxis que nos iban a llevar a la frontera. No nos dijeron si íbamos a cruzar el río Bravo o si íbamos a ir por Piedras Negras. Te decían muy pocas cosas”, dice que lo único que se escuchaba eran los llamados que iban respondiendo a los pagos que depositaban las familias desde los Estados Unidos.

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“Y así y todo, tuvimos que tragar muchos tragos amargos. Nos trataron muy mal. Toda esa travesía me insinuaban que mi hijo podía ir con los hombres. Él, aunque es muy corpulento, nada más tenía 15 años. Esa fue mi única condición, si no, renunciaba aunque ya estuviera llegando”, aunque su hermana le recordaba cada vez que podía los 17 años que llevaban distanciadas y la falta de futuro que tenían en Cuba, un país donde estigmatizan a las personas con discapacidades intelectuales, como su hijo.

“Llegó un momento en que nos dicen, desháganse de todo que ya vamos a cruzar la frontera de México. Éramos una mamá con su niño y el esposo, mi esposo, mi hijo y yo, una muchacha de 22 años con una niña de 6 meses. Todos en el mismo taxi”, cuenta Miriam.

“Te dejan en un lugar donde tienes que caminar más o menos metro y medio, bajar una rampa y cuando miramos no era el río, eran aguas residuales que me llegaba a la cintura. La primera que se lanza es la muchachita de 22 años con la bebé. Y después me tiré con mi niño de la mano. Nos dijeron que cuando viéramos una patrulla blanca y verde nos acercáramos que eso eran los oficiales de Estados Enidos, que si no, huyéramos”. No tuvieron que huir, los vieron y se entregaron.

“Pero las humillaciones no pararon. Cuando nos acercamos a la patrulla estábamos tosiendo mucho porque había mucho polvo y nos dicen: ‘si siguen tosiendo, van pa atrás’. Tuvimos que aguantar la tos. ¿Tú sabes lo que es aguantar una tos?” y mientras lo cuenta todo llora por momentos por el peligro en que estuvo su familia o por la suerte que tuvo de lograr estar junto a su hermana y trabajando para salir adelante.

Miriam, pese a que contó su historia lo más prolijamente que pudo, pese a que dice no tener conciencia política ninguna porque  “cuando hay hambre no hay forma de pensar mucho”,  ahora está convencida, como lo estuvo mi padre en algún momento, que "del paraíso socialista hay que huir aunque te cueste la vida porque de todas formas allá tampoco tienes vida”, y cree coincidir con todos los que encontró en su camino y con los que no, también.

*Miriam dio su testimonio con la condición de no mostrar su cara porque le teme no ya al régimen cubano si no a los traficantes, quienes los mantienen localizables. Las imágenes que acompañan este texto fueron creadas con inteligencia artificial 

[1] https://journals.openedition.org/etudescaribeennes/21355#tocto2n8

[2] ídem

[3] https://www.wola.org/es/analisis/tendencias-migracion-cubana/

[4] https://elpais.com/internacional/2021-08-09/ves-muertos-pasas-hambre-y-te-violan-los-testimonios-de-los-migrantes-que-sobrevivieron-a-la-selva-del-darien.html?event_log=go

[5] https://www.univision.com/noticias/inmigracion/migrantes-venezolanos-accidente-muertos-honduras

[6] https://www.france24.com/es/minuto-a-minuto/20220721-interceptan-en-guatemala-un-camión-con-45-migrantes-cubanos-y-tres-de-georgia

[7] https://www.infobae.com/mexico/2023/11/12/grave-crisis-de-migrantes-en-cdmx-albergues-colapsados-e-inicia-desalojo-masivo-de-extranjeros/