La asimetría del poder y las desigualdades de género que viven las mujeres en todo el mundo, son fenómenos que reflejan cómo funciona el orden público y privado, cómo operan los actos violentos en cada estructura social y cómo, de entre estas grietas sociales, se ha dado pie a una categoría que abarca estas desigualdades y opresiones: la violencia estructural

De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la violencia en contra de la mujer corresponde a una misoginia normalizada que nos ha acompañado históricamente y que puede verse reflejada en prácticas que son palpables, pero ignoradas. Por ejemplo, la precarización laboral, mayor número de niñas en abandono, pobreza, injusticia, inseguridad, escaso valor de los aportes femeninos, bajo valor social, alto abandono escolar, abuso sexual e infanticidios. 

Ante esto, se coloca bajo el reflector el poder discutir los criterios violentos que atraviesan la vida de una mujer desde su infancia, hasta su vejez. Y lo más importante, comenzar a deshilar cómo esta violencia se engarza, de manera directa, con las estructuras sociales de toda la humanidad. Entonces, ¿cómo podemos entender de manera simple la violencia estructural e identificarla?

Violencia estructural: cultura y poder

“En la violencia estructural se hallan relaciones de poder naturalizadas que hacen aparecer al sometimiento y la inferioridad de las mujeres como hechos normales e inscritos en normas que mantienen la violencia socialmente institucionalizada. Son relaciones de poder asimétricas con las cuales las mujeres son ultrajadas, carecen de reconocimiento, soportan dinámicas estructurales, procesales e ideológicas desfavorables.” (Fragmento del artículo académico Structural violence of gender, de la Universidad Nacional de Colombia)

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo señala que cuando se define la violencia estructural, siempre se debe tener en mente también la cultura y es que, esta última legitima y hace posible que exista la primera. La cultura, es el sostén y el mecanismo por el que la violencia estructural existe.

Créditos: Cuartoscuro
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Las relaciones sociales y el carácter estructural se extienden en cada rincón, por ejemplo, al interior de las instituciones, los gobiernos, las leyes e incluso al interior de la familia, algo que la doctora en sociología, Clotilde Proyever, define de la siguiente manera:

“La institución familia, por ejemplo, que es básica en la sociedad, sigue estando estructurada asimétricamente, jerárquicamente, basada en el poder masculino, con la mujer en una posición de subordinación. Entonces, esa es una institución que, en su estructura y funciones, es patriarcal y favorece la reproducción del patriarcado y de la discriminación”.

En esta misma línea, la doctora señala que podemos encontrar la violencia estructural en la división sexual del trabajo, es decir, cuando en las familias quien se hace cargo del trabajo del cuidado, de la reproducción y atención, es la mujer. Esto la coloca en una posición de subordinación en donde ella, explica Clotilde Proyever, debe renunciar a su privacidad, a su autonomía y autorrealización, privándola de su poder político, económico y social. 

“Reconozcamos que la violencia estructural es la cara, el aspecto más prosocial de la violencia de género, porque es la que la condiciona, la hace posible a nivel de relaciones sociales, estructuras e instituciones”, explica la socióloga.

Entender la violencia estructural es mirar todo lo que nos rodea y cuestionarlo, por ejemplo, el maltrato infantil en la infancia, el abandono, el machismo en el hogar, la educación, el matrimonio, la sexualidad, la vejez o la violencia doméstica.

Las vidas domésticas de las mujeres y las opresiones que viven tienen que ver con las relaciones de poder, es decir, con el poder se que detenta dentro de un sistema de privilegios llamado patriarcado, explica la escritora y ensayista Francesca Gargallo en su obra Ideas feministas latinoamericanas.

¿Por qué es importante reconocer la violencia estructural?

Aprender este concepto, reconocerlo y nombrarlo abre una ventana para detener la reproducción de un sistema que ha naturalizado la violencia sexista, homófoba, misógina, excluyente y racista. Y es que, reconocer las estructuras instauradas, es parte de la resistencia misma, pues percibir la violencia estructural es un ejercicio de introspección compleja que requiere de cuestionar, incluso, de lo que creemos natural, algo que la Enciclopedia de Paz y Conflictos, escrita por Francisco Jiménez, define de la siguiente manera:

“La persona subordinada no la percibe como tal, no tiene conciencia de su situación porque existen mediaciones que le impiden visualizarla. Se percibe como algo inmutable y natural, en su caso, incluso razones aleatorias como el destino, los dioses, e incluso, mala suerte, en consecuencia, no se le opone ninguna resistencia”.

La herramienta que rompe con las barreras patriarcales es la perspectiva de género, ya que con ésta se permite identificar las violencias que viven las mujeres sin importar clase social, edad, sexualidad, geografía, religión o etnia. También, abre la oportunidad para explicar cómo cada estructura vulnera de manera distinta a las mujeres y las aleja de vivir en plenitud y paridad de oportunidades

Créditos: Cuartoscuro
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El hecho de no nombrar la violencia estructural y tampoco dimensionarse como sujetas a ella, perpetúa el orden patriarcal y reproduce relaciones de poder. Reconocer el sistema desfavorecedor y la gran transformación que representa la perspectiva de género desde la formación, son las armas combativas para construir nuevos caminos de lucha para erradicar, de manera paulatina, la opresión que cae en los hombros de las mujeres y que se traduce en trabajo no remunerado, pobreza, violencia económica, violencia simbólica, patrimonial, política e institucional. Cuestionar al mundo es el primer paso en contra de una estructura que intenta vendarnos los ojos