Pocas cosas hacían enervar la sangre a Leonardo Rodríguez Alcaine como referirse a él en femenino por su apodo “La Güera” o que se pusiera en duda su preferencia sexual.  “¿De qué chingados se asustan?, ¡No me vengan con mamadas!, soy muy explosivo y actúo de manera muy fea, soy de armas tomar”, compartía en una entrevista el legendario líder sindical de la Comisión Federal de Electricidad. Sastre, lavacoches y conserje, le hizo de todo, menos de puto, bromeaba. En esa misma anécdota se recuerda el famoso “me dieron a su hermana”, cuando un periodista lo abordó afuera de Los Pinos y le preguntó si le habían dado línea. 

Contemporáneo al sindicalismo del "Periquito" Rodríguez Alcaine (apodo que sí le gustaba, pues se lo había puesto su abuelo), Víctor Flores Morales apareció como un chispazo en el mapa, con lentes oscuros de aviador, bigote, corbata roja, fan de las chamarras Vogue, los autos deportivos… y las edecanes. Líder ferrocarrilero desde hace casi tres décadas, este personaje que parece etéreo -intocable-, acumula una sarta de desaciertos misóginos, cosificación de mujeres y también, decenas de denuncias penales en más de cinco estados de la República, desde su natal Veracruz hasta el norte en Chihuahua. 

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Abuso de confianza, defraudación fiscal, malversación de fondos públicos, amenaza, enriquecimiento ilícito, fraude y un listado sobrante que define a Víctor Flores Morales quien, en aras de la construcción del Corredor Interoceánico del Istmo Tehuantepec, debe celebrar a lo grande la inyección de capital a la industria ferroviaria, expone el columnista Pedro Botero en “El Canto del Búho”.

En ese mismo tenor, el periodista del Noticiero Heraldo Radio Oaxaca, señala que este líder sindical ha sorteado con paso fácil e impune a gobiernos de diferentes banderas, el líder ferrocarrilero de las edecanes representa el sinónimo de ser un verdadero charro sindical, adjetivo para hablar del degenere, la falta de democracia, la corrupción y el desfalco; palabras que no deberían leerse en la misma oración que “lucha obrera”.

Después de esta lectura que parte desde una profunda misoginia, homofobia, intolerancia y machismo, sólo queda en el plato preguntarse, ¿quiénes salvaguardan a los obreros de nuestro país?, en un contexto donde los Periquines sobran y los charros arrebatan, los obreros resisten y las mujeres sindicalistas patean con fuerza la puerta para que las dejen entrar, ¿en dónde han estado ellas?: siempre presentes. Esto queda por sentado en la poderosa frase que la coordinadora colegiada de la Red de Mujeres Sindicalistas, Inés González, comparte para la La Cadera de Eva.

“Le quiero mandar un mensaje a las mujeres trabajadoras y a las mujeres sindicalistas, tomen las leyes, hagámoslas cumplir y apropiarnos de ellas. Yo sé que lo que estoy diciendo suena muy fácil y que no lo es, pero en nuestras manos está transformar la realidad. Se cree que las mujeres no pueden participar e intervenir de manera efectiva en los sindicatos, no basta con animarse y quitarnos el miedo, hay que crear condiciones para revertir este borrado de las mujeres sindicalistas, porque las mujeres hemos estado allí siempre”, Inés González, coordinadora colegiada de la Red de Mujeres Sindicalistas.

“¿Qué haces aquí?, vete a tu casa”

Chismosas, montoneras, mete discordia, sentimentales y neuróticas, este es el estigma que cargan en los hombros las mujeres sindicalistas. Y es que, en una capitalización de las emociones, defender con rabia los derechos, levantar la voz y discutir es un impensable que va contra el precepto -casi religioso- de la feminidad, sin embargo, si alguien sabe bien de la lucha y la furia son las mujeres mismas. Sus combates incisivos a favor de los derechos de las personas obreras han sido sacados del foco, pero no serán olvidados. Estas son mujeres que desde la trinchera, cambiaron el rumbo del país. 

  • Elvia Carrillo: luchadora, sufragista y feminista mexicana. Ocupó uno de los tres primeros puestos en la historia de nuestro país en el cuerpo legislativo. Sus objetivos siempre fueron alcanzar los derechos de las trabajadoras, la participación política de las mujeres y el derecho al voto. 

  • Las mujeres partícipes del Primer Congreso Nacional de Obreras y Campesinas: en 1931, un grupo de mujeres trabajadoras organizadas se reunieron para exponer sus necesidades y su preocupación por la baja participación política femenina. Entregaron documentos a las autoridades donde constataron la brecha salarial que hasta la fecha, continúa abierta. 

“Convencidas de que la liberación de la mujer no puede ser más que obra de ella misma, llamamos a todas las trabajadoras del campo y de la ciudad, a todas la mujeres, sin distinción de clases y credos, para que vinieran a exponer los grandes problemas que afligen a la Patria.” (Discurso dado por Florinda Lazos León, 1931)”

  • Las sindicalistas resilientes: en este renglón apenas cabe el 8% de las mujeres que lideran los sindicatos y de quienes poco se sabe; el vacío informativo de su resistencia y sus nombres se mantienen a la sombra. 
  • Evangelina Corona: cuando su taller quedó seriamente afectado y sus compañeras de un taller de costura señalaron estar lastimadas tras el sismo del 85, Evangelina Corona supo que no había seguro de vida ni protección alguna para ella ni otras costureras. Conmovida por la rabia, se enfrentó al sistema que rechazaba cubrir sus seguros y, del brazo de otras mujeres costureras, se plantó en Los Pinos para exigir derechos laborales y un sindicato por y para mujeres. Este hecho, asentó las bases para la creación del Sindicato de Trabajadores de la Industria Textil de la Confección Similares y Conexos de la República Mexicana.

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En entrevista para La Cadera de Eva, Inés González, coordinadora colegiada de la Red de Mujeres Sindicalistas y colaboradora en la elaboración de la Reforma Laboral de mayo de 2019. Con décadas de experiencia, esta mujer sindicalista ha escuchado los chiflidos de sus congéneres cuando una mujer toma la palabra, burlas, risas estrepitosas de otros sindicalistas hombres, hostigamiento y descalificaciones: “¿Qué haces tú aquí? Esto no es para ti, vete a tu casa”, comparte Inés González en remembranza.

El sindicato se escucha y se vive como un espacio altamente masculinizado, aunque se hable de paridad e inclusión en el papel de la Reforma Laboral 2019, la realidad violenta y de acoso se vive de puertas para adentro. La lucha de las mujeres sindicalistas no es sólo por las personas obreras, es una lucha de supervivencia por abrirse un camino que, muchas veces, raya la frustración y el coraje, señala la coordinadora de la Red de Mujeres Sindicalistas.

“Al interior del Comité Ejecutivo en los Sindicatos es una lucha porque acepten nuestras propuestas y una vez que los convences, que no siempre llegas a convencer y genera mucha frustración, te dicen que no hay presupuesto para lo que tú propones”, (Inés González)

Pero el enemigo no sólo se encuentra en una posición jerárquica, el hombre gínope (incapaz de reconocer la experiencia femenina) y patriarcal muchas veces se encuentra en la lucha hombro a hombro con otras iguales, esto representa que la existencia de las mujeres sindicalistas en este espacio también es una lucha contra sus propias filas, reconoce Inés González, pues muchos de sus compañeros carecen de perspectiva de género, lo que para ella se traduce en un esfuerzo importante para negociar colectivamente; es luchar contra un monstruo de varias cabezas. 

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Esta última frase resuena en Olga, enfermera que ejerce en el Instituto Mexicano del Seguro Social al norte de la ciudad. Ella cubre el turno nocturno y con frecuencia se encuentra en una situación difícil: está sola. Al interior del instituto los conflictos son cotidianos: abusos de autoridad, robo de equipo, incumplimiento del contrato, agresiones y acoso. ¿Qué hace Olga cuando debe mediar la situación entre sus colegas y defender a un trabajador?, la respuesta es simple: no dejarse intimidar. 

“Hay muchos compañeros que te ponen el pie, niegan trámites, exigen que llegue un hombre del sindicato aunque tú estés ahí y te intentan intimidar. No se ponen en tu lugar (…) hay uno que otro compañero que alguna vez me gritó e intentó intimidarme y mi resistencia es no tener miedo. Yo no me dejo intimidar por nadie”, explica en entrevista para la Cadera de Eva.

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Al igual que Inés González, Olga ha atestiguado la violencia de género que inunda los sindicatos, sus congéneres le han cuestionado sobre cuál es su papel ahí, porque desde el ojo del charro sindical, la labor de las mujeres no es lo suficientemente seria como la de ellos, por el contrario, es motivo de burla, chiflidos estrepitosos y rumores, ¿y por qué si nosotras también luchamos?, increpa Olga. Su voz se escucha molesta; para ella, las mujeres no nacieron para sólo ser madres, amas de casa y “chismear”, mantiene la mirada firme en que la mujer también puede ser líder sindical y llegar lejos. 

“Cuando los hombres se reúnen es porque van a hacer cosas importantes y cuando nosotras lo hacemos es para chismear, ¿y por qué si nosotras también luchamos? Cuando empezaba mi gestión pedían tratar con hombres porque ellos sí iban a luchar por el trabajador, no, nosotras también lo hacemos, es más, nosotras buscamos siempre soluciones; los compañeros no”, explica la enfermera sindicalista.

Mujer temible, medusa y sindicalista 

En el tablero entra en juego el rol de género y la división sexual del trabajo; el brazo sindicalista, defensor y luchador es masculino, mientras que los medios estigmatizan a la mujer sindicalista. Es necesario despojar de todo tinte político esta lectura para poder ver con claridad el poderoso patrón del discurso público y patriarcal que se ha heredado. Un concepto que Mary Beard abordó en su obra “Mujeres y Poder: Un manifiesto”, de la siguiente manera:

“Una vez más, no somos simplemente víctimas o incautos de nuestra herencia clásica, sino que las tradiciones clásicas nos han proporcionado un poderoso patrón de pensamiento que nos permite decidir lo que es bueno o malo, convincente o no, y el discurso de quién merece espacio para ser escuchado. Y el género es, obviamente, una parte importante de esta amalgama”

La mujer es un ente polarizado, por un lado, es la buena mujer y, por otro, la mala mujer, no hay media tinta. Existe un arquetipo de orden social que señala a toda mujer que rompe con el rol de género feminizado; por ejemplo, Medusa, Lilith, Eva, la esfinge: las malas mujeres que se ha instaurado en el pensamiento colectivo. 

Elba Esther Gordillo tomó el nombre de “Esther” en honor a su nana, quien cuidaba de ella y fue su primer bastión en la vida. Huyó de casa con su madre y hermana a los 12 años, luego de que su abuelo, un acaudalado hacendado, ejerciera violencia física en contra de las tres. En estado de vulnerabilidad, Elba Esther Gordillo se asentó con su familia en un barrio popular de Chiapas, donde inició su carrera como docente. 

Posteriormente, contrajo matrimonio con Arturo Montelongo, se mudó a la capital y tuvo una hija. Un año después, quedaría en viudez y, ante la situación, los amigos de Montelongo le consiguieron una plaza como maestra rural en Nezahualcóyotl, lo demás es historia. 

Se enfrentó a un mundo gobernado por el charro sindical, abusaban sexualmente de las docentes, cobraban favores por tramitar documentos, excluían, agredían y, desde el poder, tenían la facultad de actuar por encima de todo, incluso, de derechos humanos, documentan Sabina Berman y Denise Maerker en “Mujeres y Poder: México”.

Sin ahondar en gajes políticos, el nombre de la exlideresa rompió con el arquetipo sindical y con todo un sistema patriarcal en contra, Elba Esther Gordillo se posicionó como líder sindicalista, convirtiéndose en una de las mujeres más poderosas en la historia moderna de nuestro país liderando los sindicatos más grandes de Latinoamérica. Aún con ello, su rostro tapizó la prensa mexicana y no por su trabajo, sino como una manera de caricaturizarla; la imagen de Elba Esther Gordillo era suficiente para sacar el lado más misógino y violento de los medios, políticos y sociedad. 

Comisuras marcadas, exageración de sus líneas de expresión, el ceño fruncido, mofa a su cabello y de cerca, elementos como serpientes, un recordatorio muy palpable a la Medusa. Eso sí, es necesario acotar que la caricaturización de figuras políticas relacionadas con animales no tiene un ápice de novedad, pero en este caso existe una importante lectura que la ligó a seres mitológicos que entran en la categoría histórica de la mala mujer; la ex lideresa fue durante años la mujer serpiente de la política mexicana, explica la doctora en ciencias sociales y catedrática Castelli Olvera en “La reiteración mítica y género”.

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En contraparte, líderes como Leonardo Rodríguez han pasado a la historia como leyendas, con decenas de artículos celebrando sus frases cargadas de mensajes violentos y homófobos. Caso completamente opuesto a la imagen de su igual, Elba Esther Gordillo, que está sujeta a la ridiculización, el escrutinio y el ataque directo a su imagen. 

En este contexto, las figuras de mujeres poderosas y sindicalistas remueven las fibras más profundas -o no tanto- de la intolerancia.

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“En el caso de Elba Esther se recurre a un ser mitológico, primero, por lo extraordinario que resultaba que tuviera tanto poder; segundo, debido al tiempo que duró con él y al miedo que ocasionaba en sus oponentes; y tercero, por su género” (Castelli Olvera en Reiteración mítica y género).

La lucha obrera será femenina o no será 

Las mujeres sindicalistas resisten desde la Revolución Mexicana, su participación es dejar de cerrar los ojos ante la violencia de género y ser pared a los charros defensores de los obreros. No sólo se trata de reformar la Ley del Trabajo y luchar por la paridad, es parte de un derecho fundamental que toda mujer tenga acceso a desarrollarse en plenitud en su trabajo. 

Ese mínimo de 8% de mujeres líderes sindicalistas no es suficiente para salvaguardar a las millones de mujeres que, allá afuera, viven sometidas a violencia económica, brecha salarial, sin acceso gratuito a servicios de higiene menstrual, jornadas dobles, abuso sexual, abuso de autoridad y una lista larga de violencias que atraviesan el cuerpo de las trabajadoras. La defensa, derechos humanos y protección debe de ser ejercida en paridad y con perspectiva. Los charros “monta yeguas”, como se autodenominaba el Periquín, no son, ni serán, representantes de las trabajadoras mexicanas. 

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La lucha obrera mexicana se mantendrá siendo una batalla que no saldrá victoriosa sin la mano poderosa de las mujeres defensoras que ondean la bandera de la resistencia

“Es inminente la discriminación que sufren las mujeres porque como se tiene este pensamiento androcéntrico de que la política es para los hombres y por los hombres, pero no es así (…) las mujeres viven muchas violencias en los centros laborales y en los sindicatos, pero se cierran los ojos para no ver esta realidad violenta, ¡las sindicalistas y trabajadoras necesitamos espacios libres y armónicos!” (Inés González)