Giorgio Armani, el “rey de la moda italiana”, murió este 4 de septiembre a los 91 años. Su muerte no sólo marca el final de una era en la alta costura, también abre la puerta para pensar en cómo la moda moldea aspiraciones de poder, cuerpos y discursos de emancipación. 

Si algo definió la huella del diseñador italiano fue el traje sastre, para hombres y mujeres, que terminó por convertirse en el símbolo de una era de prosperidad económica global y de un modelo de poder profundamente asociado al capital.

En 1970, Armani revolucionó el mundo de la moda con la creación de la famosa chaqueta sin forro ni estructura para hombres, que permitía mayor libertad de movimiento al eliminar la rigidez del patronaje tradicional de la prenda. Este diseño se transformó en un éxito inmediato y marcó el inicio de un giro radical en la vestimenta femenina. 

Meses después de la avasalladora recepción de su chaqueta sin forro, Armani presentó una versión para mujeres que significó un antes y un después: no sólo redefinió la moda femenina, sino también la manera en que el mundo comenzaba a mirar a las mujeres en espacios de poder

Así se consolidó la estética del power suit, que años más tarde se convirtió en emblema de las llamadas girlboss, símbolo de un “feminismo funcional" al capital corporativo. 

¿Una alternativa feminista?

En la década de 1980, no sólo nació una nueva generación de sastrería, también una nueva generación de mujeres que adoptarían una estética bossy

La creación de Armani proveía de una alternativa a la silueta entallada de Dior de la posguerra: la clásica falda debajo de la rodilla, los estampados de flores y las ajustadas cintillas a la cintura. 

El power suit, opuesto a al traje tradicional en muchos sentidos, fue asociado con la masculinidad, la agencia y el liderazgo entre las mujeres, y se consideró como una alternativa emancipador de la moda femenina.

Su diseño icónico fue la chaqueta sin forro, que combinada con pantalones de corte relajado, ofreció una silueta elegante y cómoda, popularizada por su aparición en la película American Gigolo y adoptada por la clase ejecutiva de Hollywood y Wall Street.

Tal fue la influencia de los “trajes de poder”, que el atuendo se convirtió en un elemento característico de películas de Hollywood como el American Gigolo (1980) y Working Girl (1988), esta última, una película en la que una ambiciosa secretaría persigue el éxito dentro del mundo corporativo.

Así, el power suit alimentó la idea de que el éxito corporativo, al servicio del capital agresivo, debía estar presente en la agenda de las mujeres que buscaban la emancipación de las tareas de hogar.  

Del “power suit” a las “girlboss

El traje de poder se convirtió en un símbolo de empoderamiento femenino que ahondó en los estereotipos de género y, a la vez, en la brecha de cuidados.

Basta con hacer una búsqueda rápida en Google para encontrar decenas de encabezados que replican la misma idea: “el power suit empodera a las mujeres, les da confianza autoridad y profesionalidad”.

Cuando pensamos en una girlboss, la idea de una mujer independiente, autosuficiente. Una girlboss  es una mujer empoderada que, con liderazgo, determinación y confianza, construye su propio éxito y camino profesional o empresarial, desafiando normas y barreras de un mundo históricamente dominado por hombres, o al menos eso dicen las definiciones en internet. 

La emprendedora Sophia Amouroso, viralizó el concepto a través del éxito de su carrera en el mundo capital con su marca de ropa Nasty Gal, un esquema de “triunfo” que se ha institucionalizado como el epitoma de la realización femenina, porque ¿que es más poderoso que realizar las tareas de cuidados diarias, criar infancias y trabajar? Bajo la lógica individualista del girlboss, una mujer en traje que realiza las tareas de cuidados diarias, cría infancias y trabaja.