En un México atravesado por la gentrificación, donde los intereses corporativos amenazan el equilibrio de los ecosistemas y las representaciones culturales mediáticas suelen borrar la identidad racializada de los barrios, el “meximalismo”, o maximalismo mexicano, emerge como un término de resistencia y reivindicación cultural.

La popularidad del trend Ojitos Mentirosos, que reivindica los bailes, la música y la estética de los barrios no centralizados en México es muestra de ello. Y es que no, el clean look,  los estudios de pilates y los cafés de la Roma-Condesa no son el rostro de la Ciudad de México, y menos aún del resto del país. 

¿Qué es el maximalismo?

El maximalismo es un movimiento estético que surgió a finales del siglo XX. Esta corriente se opone a los principios del minimalismo: cuando esta se enfoca en el “menos es más”, los tonos grisáceos y lo austero, el maximalismo apuesta por la riqueza en la complejidad,  la abundancia, lo llamativo y lo ecléctico

Este universo multicolor es una celebración al exceso donde “más es más” y, aunque aparentemente puede percibirse como despilfarro estrafalario, el exceso también es una respuesta política, pues permite reivindicar espacios, donde las personas tienen que “achicarse” para entrar en el molde, el maximalismo es una herramienta de expresión creativa.

 ¿Por qué se dice que México es maximalista?

Usuarios en redes sociales, como la cuenta Méximalismo Official en Instagram, han señalado que esta estética se refleja en la ropa mexicana: vibrante, luminosa e identitaria. Sin embargo, el concepto va más allá de lo visual,  está atravesado por la memoria, la herencia cultural de los pueblos y barrios indígenas que existen como una forma de resistencia frente a los intentos de homogeneización cultural.

Aunque en la arquitectura y el diseño el maximalismo intenta “llamar la atención” deliberadamente a través de combinaciones entre diferentes texturas, colores vibrantes, relieves y otros elementos extravagante, el “maximalismo mexicano” no intenta persigue la obviedad incansablemente, es parte del ADN de México, un reflejo de memoria, territorialidad y tradiciones

Desde los textiles de pueblos originarios hasta relicarios de la Virgen de Guadalupe entre rosas diamantadas, México está vivo; basta con voltear a ver las lonas de los tianguis de cada semana, los rótulos en los puestos de tortas, e incluso las famosas “micheladas” o, por otro lado, la estética kitsch, que celebra el exceso, lo llamativo y el “mal gusto”, fusionando la cultura popular, las tradiciones y la ironía.

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Esta “tendencia” se ve en cada rincón del México no hegemónico, al orden de occidente; aquí la cultura, el arte popular, arquitectura y espacios públicos incorporan la filosofía de “más es más” como parte de su identidad simbólica y estética

No se trata de una romantización de los valores estéticos predominantes en México. En el contexto actual, abrazar lo identitario sin maquillarlo con eufemismos importados desde occidente constituye un acto de resistencia cultural. 

Reivindicar la estética de los barrios, de los mercados, de los pueblos indígenas y de los espacios populares es confrontar las narrativas que buscan homogeneizar la diversidad mexicana bajo cánones globales de “buen gusto” o “posmodernidad”. 

El meximalismo se convierte así en un lenguaje político que reconoce el valor de lo propio frente a los intentos de borrarlo o diluirlo en discursos estandarizados de consumo cultural.