A las 10:00 de la mañana en México (17:00 en España peninsular), el mundo pareció detenerse. Rosalía estaba de regreso. Berghain, el primer sencillo de su esperado álbum Lux, se estrenó simultáneamente en todo el planeta.

Pero la emoción ya había comenzado días antes: la cantante compartió la partitura del tema en Instagram y Substack, y los fans —sus motomamis del mundo— se lanzaron a interpretarla, analizarla y compartir sus propias versiones en redes. La expectativa se había convertido en un ritual colectivo, y yo —como fan— sentí esa mezcla de ansiedad y fascinación que solo ocurre con Rosi.

El título ya era una pista: Berghain, la legendaria discoteca de Berlín, templo del techno y del exceso, convertida aquí en metáfora del pecado y la redención. Pero, como siempre con Rosalía, lo que esperábamos no fue lo que obtuvimos.

En lugar de un beat electrónico, nos regaló una liturgia sinfónica: cuerdas, coros y una estructura que parece sacada del segundo movimiento de una ópera. En Berghain se mezclan tres idiomas —español, inglés y alemán— y tres almas sonoras: Rosalía, Björk y Yves Tumor.

La canción es un delirio hermoso. Björk invoca versos que suenan a plegaria: “Su miedo es mi miedo, su rabia es mi rabia, su amor es mi amor”. Rosalía susurra, casi infantil: “Solo soy un terrón de azúcar”, antes de hundirse en un paisaje pesadillesco donde la voz de Yves Tumor repite: “I’ll fuck you till you love me”. Es una escena entre lo sagrado y lo profano, un ritual en el que Dios y el deseo bailan sobre el mismo altar.

El video, dirigido por Nicolás Méndez —el mismo de Malamente—, amplifica el contraste: vemos a Rosalía planchando o haciendo la cama mientras la rodea una orquesta sinfónica. Todo parece cotidiano hasta que lo sublime irrumpe: una Blancanieves con un cervatillo que sangra tinta negra, imágenes que recuerdan al cine de Yorgos Lanthimos y a los sueños febriles de una santa moderna.

De Motomami a Lux: el poder a la fe

Cada era de Rosalía es una reencarnación. Si Motomami (2022) fue velocidad, ruido y poder —como canta en Saoko: “yo soy muy mía, yo me transformo, una mariposa, yo me transformo” / “yo manejo, Dios me guía”—, Lux parece ser la otra mitad de esa frase: introspección, entrega y búsqueda espiritual.

El universo visual de Lux combina arte sacro y sensibilidad contemporánea. En la portada, Rosalía viste de blanco, con un hábito que parece camisa de fuerza: una metáfora entre cuerpo y espíritu, fama y recogimiento. La aureola dorada brilla sobre su cabeza, pero también parece una corona de luz artificial, una ironía pop. En la contraportada, la vemos desnuda y en cruz, evocando a Cristo. El rojo papal tiñe su piel. Lo divino se vuelve humano, lo santo se vuelve deseo.

Dentro del álbum aparecen dos figuras que iluminan su narrativa:

Rabia al Adawiyya, mística musulmana del siglo VIII, que escribió: “Ninguna mujer pretendió jamás ser Dios”, frase que Rosalía rescata como un acto de rebeldía espiritual.

Simone Weil, filósofa francesa del siglo XX, que dejó grabado en La gravedad y la gracia“El amor no es consuelo, es luz”.

No es casualidad que Rosalía haya decidido incluir a ambas. Son mujeres que, en sus épocas y contextos, desafiaron lo establecido y exploraron la espiritualidad de manera radical.

Rabia al Adawiyya, mística sufí del siglo VIII nacida en Basora (actual Irak), fue pionera en la historia del sufismo. Su vida estaba dedicada al amor divino entendido como entrega total, sin esperar recompensa ni temer castigos. En un tiempo donde la mujer tenía roles muy limitados, Rabia vivió su fe con absoluta libertad: rezaba, meditaba y hasta usaba la ironía para responder a comentarios misóginos de su entorno.

Simone Weil, por su parte, es una mujer del siglo XX que también desafió los límites: filósofa, trabajadora de fábrica, activista y participante en la Guerra Civil española, Weil exploró cómo el amor y la verdad se encuentran en el vacío interior y en la atención radical al sufrimiento ajeno. Nacida en una familia agnóstica, tuvo acercamientos místicos al cristianismo, pero nunca se adhirió formalmente a la Iglesia.

Al incluir a estas dos figuras históricas, Rosalía no solo homenajea a mujeres brillantes, sino que deja claro que su era Lux no es solo música o estética: es un viaje espiritual y conceptual, una exploración del cuerpo, del deseo, de la fe y de la entrega radical que conecta pasado y presente, tradición y reinvención.

Con Berghain y todo lo que ya hemos visto de Lux, queda claro que Rosalía no se conforma con sorprender: busca transformarnos. Cada detalle, cada colaboración, cada gesto visual apunta a un universo propio, donde la música, la espiritualidad y la estética se entrelazan. Y sí, como fan, mis expectativas son altísimas: espero que el álbum completo nos lleve aún más lejos, que me haga sentir, reflexionar y perderme en su mundo. ¿Tú qué opinas?