"Una mujer no se desvaloriza por sexualizarse, se revaloriza por apropiarse de su sexualidad y de su deseo, al elegir qué hacer con ellos, en un mundo totalmente reservado al placer masculino heterosexual”. Con esta potente declaración, Cazzu, “La Jefa del Trap”, nos invita a un viaje profundo sobre reguetón, feminismo y autonomía en su libro Perreo, una revolución (Penguin Random House, 2025).
Por años, la artista argentina enfrentó una pregunta repetida hasta el cansancio: “¿Qué se siente tener éxito en un género musical tan machista?”. En su libro , Cazzu no solo busca responder, sino que nos provoca con otra pregunta: ¿Y si el machismo no está tanto en el reguetón, sino en la lente con la que lo miramos?
En La Cadera de Eva somos fans de Cazzu y amamos su libro así que aquí te dejamos una reseña para que te animes a leerlo.
Resignificar para resistir
Al reguetón se le ha acusado de todo: vulgar, satánico, misógino. Sin embargo, es imposible negar su triunfo global. Lo paradójico, recuerda Cazzu, es que mientras a los hombres se les celebra su “vida de placer”, a las mujeres se les condena por el mismo comportamiento.
Cuando la llamaban “machista” por hacer reguetón, Cazzu lo sentía como un golpe: ¿cómo renegar del género que le daba de comer? Al mismo tiempo, reconocía que sí había lógicas patriarcales en la música, como en la vida misma.
Pero la verdadera pregunta, que ella misma se hizo, es: "¿Es más machista el reggaetón o lo es la lente con la que lo miramos?". Lo revelador fue notar que esa pregunta incómoda casi nunca se les hacía a los hombres, sino a las mujeres. Ahí comenzó a gestar su respuesta.
Uno de sus hallazgos fue el poder de resignificar palabras. Muchas letras describen a mujeres que disfrutan del sexo sin compromisos, que piden y gozan lo prohibido. Para la moral patriarcal, eso es fantasía.
Para Cazzu, es una utopía: “Una mujer que termina la noche con quien quiere, sin tener miedo de ser descuartizada, que ejerce su derecho al sexo sin preocuparse por la condena social, y que se comporta igual que lo haría un hombre”.
Inspirada por fragmentos como el de Ñengo Flow en Siente Remix, que desafía el insulto de “puta”, Cazzu le dio la vuelta en su tema Mucha data: “¿Puta? Puta, pero no tarada”. Con esa frase, convierte un insulto en manifiesto. Una mujer puede ser deseante, sexual y autónoma, y aun así exigir respeto.
Cazzu también aborda las críticas de hombres como Vico C, quien ha dicho que mostrar la sexualidad “desvaloriza” a las mujeres artistas. Para la artista argentina, ese argumento no es más que el cliché del pensamiento masculino que intenta culparnos de todo. Su respuesta es clara: “Una mujer no se desvaloriza por sexualizarse, se revaloriza por apropiarse de su sexualidad y de su deseo, al elegir qué hacer con ellos”.
Tokischa lo ha llevado aún más lejos. Ella misma reconoce que vendió sexo para poder invertir en su arte y se autoproclamó “perra” como sinónimo de poder. “Yo no fui una perra porque me llamaron perra, yo me llamé perra a mí misma”, dice. Para ella, ser “perra” es ser jefa, abrirse camino. Esa apropiación del insulto es, también, una forma de empoderamiento.
El perreo: un baile de resistencia
Y si hablamos de reguetón, hablamos de perreo. Para muchas, el baile se ha visto como una forma de “exposición”. Para Cazzu, es libertad. La periodista June Fernández lo describe como uno de los bailes con mayor margen de decisión para las mujeres: “puedo decidir si me pego o no, si me doy la vuelta, marcar el ritmo, tirarme al suelo, bailar sola, regresar…”.
El reto sigue siendo que no se confunda con acoso. Ivy Queen, la reina máxima del movimiento, ya lo había dicho en 2002 con su himno Quiero bailar: “Yo quiero bailar, tú quieres sudar… pero pa’ la cama digo mira na’, na’, na’”. Su mensaje adelantado sigue siendo la clave: consentimiento y autonomía.
Incluso cuando Bad Bunny lanzó Yo perreo sola, gesto de aparente alianza, Cazzu señala con lucidez la ironía: se invisibilizó a Nesi, la única mujer en el tema, al no darle crédito al inicio. Una prueba de que la revolución no solo es cantar sobre mujeres, sino darles voz real.
El verdadero superpoder
Detrás de cada mujer en la música hay una batalla constante: la invisibilización, el síndrome de la impostora, la presión estética, la reducción a un cuerpo antes que a un talento.
Elena Rose, compositora y amiga de Cazzu, lo explica con crudeza: “Yo estaba dando ideas y me estaban mirando el culo”. Su respuesta fue legendaria: “Va a llegar el día que voy a estar desnuda en el estudio y me la van a tener que mamar”.
Ahí Cazzu lanza una de sus frases más luminosas y brutales:
“Nosotras alcanzamos nuestro prime, nuestro mayor éxito, nuestro valor propio y brillo máximo después de volver de la muerte, de las derrotas, de las peores heridas que la vida nos provoca por ser mujeres”
Su arte es catarsis. Es transformar la rabia y el dolor silenciado en música, en ritmo, en deseo. Esa es la verdadera revolución: hacer del sufrimiento poder y del cuerpo libertad.
Entonces, ¿se puede ser feminista y perrear hasta abajo? La respuesta es un rotundo sí. En manos de mujeres como Cazzu, el reguetón deja de ser solo música: se convierte en un espacio de emancipación, deseo y rebeldía.
Perrear es político. Perrear es feminista. Y como dice Cazzu, se trata de apropiarnos del cuerpo, del arte y de la voz, sin pedir permiso.
Como sentencia Cazzu: “Yo me sirvo de lo vivido, hago arte que se vende y por ende hago dinero con lo que me dieron, lo que me quitaron y lo que rompieron”.
Porque perrear, en su voz, no es contradicción: es revolución.