La llegada de Prania Esponda a la música estuvo impulsada por una mezcla de curiosidad temprana, una inclinación natural por la escritura y un profundo sentimiento de empoderamiento y propósito social

Originaria de Tlaxcala, Prania ha estado en contacto con el rap desde la infancia, cuando sus hermanos, aficionados del género —y con quienes tiempo después formó el grupo de rapPerros de Guerra”—, escuchaban flows con mensajes poco comunes en la música popular del momento. 

Su fascinación por el rap y la escritura la llevaron a componer versos desobedientes, o como ella nombra su primer álbum de estudio en 2024, “Desobedienta”, pero la magia y el furor de su lírica no llegó sola, estuvo fuertemente influenciada por un terremoto que continúa haciendo rugir y retumbar las calles del patriarcado: el feminismo

Para Prania Esponda —rapera, compositoratallerista y conferencista— hablar de rap feminista es hablar de colectividad, de acompañamiento y de denuncia social. No solo se trata de un género musical, si no una herramienta en un país en el que más del 70% de las mujeres ha experimentado una forma de violencia de género (ENDIREH 2021). 

Al ritmo de Yo soy María pero no santa, Prania Esponda celebró el pasado 19 de julio una década rapeando frente a decenas de mujeres sublevadas y desobedientas en el espacio de gestión cultural, Kanton 17.

Al día siguiente, regresa al mismo lugar, pero esta vez para conversar  con La Cadera de Eva. Rodeada de posters y graffitis feministas, discute los desafíos de operar en un espacio dominado por hombres, las violencias digitales que ha enfrentado y la importancia de la comunidad feminista en su desarrollo. “Creo que las complejidades que vivimos cuando hacemos arte tienen que ver con el género, con si somos hombres o mujeres”, dice.

Prania, cuéntanos ¿cómo comenzó tu relación con la música y el rap?

Yo tenía 14 años la primera vez que pude rapear en un público. Tuve este acercamiento con la música rap desde muy niña, porque mis hermanos escuchaban rap en mi casa. Me llamó la atención las letras, los flows, cómo es que se podían expresar diferentes cosas en este género que no había escuchado en ningún otro lugar.

Tuve un grupo con mi hermano que se llamó “Perros de Guerra”, el rap que hacíamos no era feminista, pero sí tenía un mensaje político. A los 18 años hicimos una canción que hablaba de las diferentes violencias que en ese momento yo consideraba que eran las únicas que vivíamos las mujeres. En mi letra hablaba sobre la trata que vivimos en Tlaxcala, sobre la desaparición forzada, sobre los homicidios, pero cuando llego a la universidad me di cuenta de que había muchas otras violencias que vivíamos las mujeres.

En la universidad es cuando me doy cuenta de que puedo contar más cosas en mis canciones que hablen de lo que vivimos las mujeres. Fue la marcha del 8 de marzo en Tlaxcala en el 2020 y cuando estoy en la marcha, una compañera dice que si alguien quiere tomar la palabra, a mí se me ocurre que puedo cantar esta canción que ya había escrito previamente, me pongo en medio de las compañeras en la concentración y empiezo a rapear.

Y cuando termino de rapear me doy cuenta de que todas estaban en shock, como que no sabían qué estaba pasando, yo tampoco, pero lo que sí sabíamos todas era que era yo estaba cantando cosas que vivíamos todas. Yo venía de un público de vatos, un público que me escuchaba y que no me veía como una ser humana.

En ese momento en el que yo veo a otras mujeres viéndome como una persona, entendiéndome como alguien que que está diciendo algo que ellas también sienten, mi vida cambia completamente. Ese es el momento en el que creo que yo llego al feminismo, este y no vuelvo a regresar nunca. 

A partir de este momento, ¿cuál ha sido tu experiencia como artista y activista dentro del mundo del rap?

Ha sido una experiencia feroz en todos los sentidos porque desde muy niña estando fui víctima de distintas violencias. Ahí conocí a uno de mis agresores, y constantemente estaba siendo expuesta, no es que nosotras nos expusiéramos, no sabíamos que esas violencias existían ahí. Yo era una niña, tenía 14 años y en estos espacios pues los vatos están tirandote la onda o si no te cierran espacios por cómo eres o por cómo piensas o porque eres morra.

Estoy muy consciente de que muchos de los espacios que tuve ahí, fueron porque era una morra, para cubrir la cuota. Esa es la parte dura de la que no me había dado cuenta, apenas lo empiezo a entender ya desde una mirada feminista y entonces me doy cuenta que no nos toman como artistas. Es lo primero que es complejo, que las mujeres no tengamos espacios dignos y seguros en donde podamos desarrollarnos artísticamente. 

Nosotras tenemos espacios porque somos las morras, porque nos quieren tirar el pedo, pero nunca porque nos quieren escuchar o porque quieren escuchar lo que decimos. Ha sido complejo por eso y ya en este punto en mi vida, nombrándome como como rapera feminista, he tenido como con más cosas chidas que feas, he tenido un apoyo con la comunidad tanto de Tlaxcala, como la comunidad feminista.

Algo que he estado viviendo los últimos meses de mi vida es una nueva forma de violencia digital que antes no conocía, que es como el hate por redes sociales;  cuando una se vuelve vista, cuando una se vuelve una figura pública la gente cualquier en internet se siente con ganas de decirte cualquier cosa, solamente porque estás ahí existiendo.

Al ser yo una mujer racializada, feminista y una mujer, siento que estas violencias se potencializan. Yo ya vengo de sobrevivir la violencia digital por la difusión de contenido íntimo sin mi consentimiento y ahora me toca vivir esta nueva violencia por medio de redes sociales. 

Muchas canciones tuyas también hablan de la violencia sexual. ¿Qué significa para ti retomar este tipo de violencia, como la que mencionas ahora, y cuál ha sido la respuesta del público?

He hablado de violencia digital porque yo sobreviví a la violencia digital cuando tenía 15 años. Se difundió un contenido íntimo mío sin mi consentimiento, o como lo conocemos,  el pack. Eran unas fotografías mías, principalmente en mi municipio, en Tlaxcala. Quien robó esas fotografías de mi teléfono fue un amigo mío; él las sacó y luego las difundió.

Entonces, por supuesto que las violencias se viven de manera diferente en distintos contextos. Por eso creo que Olimpia Coral y yo hemos tenido una conexión importante, muy curiosa, porque la violencia que vivimos es muy similar. Ella lo vivió en Guachinango y yo en Tlaxcala. Relativamente son dos municipios cercanos pero en lo que más se parecen es en que son pueblos, lugares donde lo que sea que pase, toda la gente se entera.

Vivir esa situación y poder sobrevivirla es lo que nos permite realizar cualquier tipo de arte y nombrarnos desde ahí. Yo, como sobreviviente, sentí que me tocaba. Yo elegí hacerlo. No pude arrancarle la justicia al Estado ni al sistema de justicia. Yo realicé mi denuncia, que sigue ahí, pero nunca pasó nada.

Entonces entendí que la denuncia no es solamente algo que tenga que ver con el Estado, con el sistema de justicia, sino que es un movimiento social, y eso involucra muchas formas de hacerlo: se denuncia en redes sociales, en las paredes, con un dibujo, una obra de teatro, una canción. Yo tengo las herramientas para hacer una canción, así que decidí hacerla, nombrarme a mí y nombrar a otras compas.

A través de esta canción generé vínculo con muchas personas. Mi amor, no es tu culpa, que es esa canción me ha dado muchas cosas muy bellas. La última que me dio fue poder ser parte del documental Llamarse Olimpia, realizado por la directora Indira Cato. Ahí podemos ver de cerca la vida de Olimpia Coral principalmente, pero también aparezco yo, mi historia y esta canción.

Como todo, Mi amor, no es tu culpa me ha traído muchas críticas porque es muy explícita, pero me ha dado muchas más cosas bellas. Me dio la posibilidad de denunciar, de estar en un documental, de escuchar que muchas mujeres la canten. Para mí es muy bonito, es muy chido. Yo escribo música por algo y sé perfectamente lo que quiero decir. Mi música llegó exactamente al público que yo quería.

Después de tu incursión en el rap feminista, ¿cómo fue el acuerpamiento en Tlaxcala?

Es indispensable decir que las primeras mujeres que me acuerparon fueron colectivas feministas, precisamente en Tlaxcala. Fueron las primeras que me abrazaron, que hoy son mis compas, mis amigas. Ahí conocí a grandes amigas que actualmente son parte de mi vida y trabajan conmigo.

Por la comunidad en general, repito, yo no me he sentido apoyada. Por la comunidad de Tlaxco, de Tlaxcala, incluso por mi familia, no la cercana sino la extendida. Recibo muchos aplausos y felicitaciones de un chingo de gente de todos lados, pero no me siento reconocida en mi municipio ni en mi estado. Es algo que enfrentamos muchas mujeres. Bien dicen que una no es profeta en su propia tierra, y sí, por supuesto que es real.

Creo que si me sintiera más acuerpada y respaldada, sería algo muy chido, justo y digno. Pero también entiendo que no estoy cantando rancheras ni en mariachi, así que sé que mi música no es digerible para todas las personas. Repito, sé para qué público lo hago, pero también sé el impacto que tiene a nivel social y político, y sé que es un impacto positivo para toda la sociedad.

¿Cómo fue la experiencia de crear “Desobedienta” y colaborar con otras artistas feministas?

Fue un sueño muy bonito que pudimos hacer realidad. Poder trabajar con Yolitzin Jaimes desde el principio, como activista, fue muy bonito. Sentarnos a pensar qué íbamos a hacer, cómo lo íbamos a acomodar, qué queríamos decir.

El nombre “Desobedienta” lo descubrí casi al terminar el disco. Incluso la canción originalmente decía "desobediente como mi diario". Fue en los últimos días, ya a punto de sacar el disco, que dije,  "No, tiene que ser desobedienta", y volvimos a grabar. Fue un viaje que fui descubriendo mientras hacía el disco.

Después tenía pensado trabajar con Masta Quba. Ya lo habíamos hablado, queríamos hacerlo. Es una morra bien chingona, me gusta mucho su música, su proyecto es bello, importante y trascendental. Tenía que estar ahí también.

Quise que hubiera mujeres de diferentes generaciones. Incendiaria, por ejemplo, es una morrita que me buscó por Instagram, me dijo que le gustaba mucho mi música, que era fan. 

Con Vivir Quintana hicimos una gira con la Red Nacional de Refugios llamada “María Violeta”. Ahí la conocí. Es una morra maravillosa que me ha enseñado muchísimo. Le propuse una colaboración muy nerviosa y me dijo que sí. Nos sentamos un día a hacer la canción; ella es super rápida escribiendo, una gran artista. En una hora y media ya teníamos la maqueta. Luego hicimos otra pista y fue muy bonito. También participaron otros artistas, como beatmakers, que fueron parte fundamental del proyecto.

¿Qué nuevos proyectos musicales estás preparando ahora?

Ahorita estamos por sacar una canción que se llama Malas Mujeres, que habla de este cuestionamiento sobre si las mujeres tenemos derecho o no a la maldad. Es una crítica social.

También vamos a sacar un EP de rap feminista infantil, con cuatro canciones que hablan de las historias de cuatro niñas. Son canciones pensadas específicamente para niñas, con vocabulario, historia y mensaje diseñados para darles información que me parecía necesaria, menstruación digna, prevención del abuso sexual infantil, visibilidad y prevención de la discriminación hacia niñas con discapacidad.

Tengo una sobrina llamada Grecia y me parecía muy importante nombrarla, recordarle a la sociedad que ellas existen, que merecen respeto y no deben ser discriminadas. Nace de una necesidad de explicarles a mi sobrina, a mi sobrino Santiago, a mi sobrina Carla, cosas que a veces no sabemos cómo decir directamente, pero con una canción sí pude hacerlo.

Por otro lado, estamos trabajando el primer álbum 100% de rap de mujeres privadas de la libertad, grabado dentro del Cereso de Tlaxcala. Ahorita me mueve mucho el tema de los derechos humanos de estas mujeres. Además, dejé de comer carne hace unos meses y me he dado cuenta de que la lucha antiespecista también es necesaria en mi vida y en mi música. Son temas que van a aparecer en mi música próximamente.

¿Qué mensaje le darías a las niñas y adolescentes que vienen detrás de ti en el camino del rap feminista?

Que las necesitamos de este lado, que aquí hay muchos lugares para que los ocupen. Por supuesto que será difícil, porque cualquier cosa que las mujeres queremos hacer es complicada, pero ya no tan complicada como antes.

Gracias a las raperas que caminaron antes que yo, que quitaron piedritas del camino, hoy puedo avanzar más tranquila. Yo también estoy quitando piedritas, pero ya son menos. Todo lo que hacemos hoy es para que ustedes pasen y no tengan que vivir lo que nosotras sí. Las estamos esperando, aquí hay mucho espacio para ustedes y muchos mensajes por compartir. Las mujeres necesitamos de otras mujeres.

Para ti ¿cuál es el panorama para más mujeres raperas en Tlaxcala y en México?

En Tlaxcala me encantaría que más morras se levanten y hagan de esto su temática, que se jalen al género. Sería maravilloso. Reitero, de este lado hay lugar para todas. Pero no lo veo tan cercano tampoco.

Me gustaría estar equivocada, pero no veo a alguien posicionándose específicamente desde ahí. En México, en el país y en el mundo lo veo muy claro. Estamos haciendo una escena, no solo de rap feminista, sino de música feminista. Ya somos bastantes artistas visibles, rentables, con nuevas formas de expresión.

La industria está cambiando, los espacios están cambiando, y cada vez habrá más para nosotras. Nos los estamos peleando, claro. Pero sí veo muy pronto una escena de música feminista mucho más sólida.