¿Se puede erradicar la masculinidad? ¿Alguna feminista (o quien sea) ha trazado alguna vez ese como su objetivo? El Chicharito se equivocó de deporte y confundió la portería. Su mensaje reproducido millones de veces no es solamente un escándalo viral, sino el síntoma de una enfermedad sobre la cual organismos globales han alertado desde hace algunos años.

Se llama gender backlash o retroceso de género y se refiere a la reacción hostil y conservadora frente a la agenda de inclusión e igualdad sustantiva, claramente exacerbada por liderazgos como Donald Trump en Estados Unidos o Javier Milei en Argentina. Se habló mucho sobre el tema en la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW69), a la cual asistí a inicios de año en la sede de la ONU en Nueva York.

Por eso, cuando el futbolista Javier Hernández sale a “reflexionar” sobre cómo las mujeres nos estamos “equivocando” al renunciar a lo que él –ahora sabemos, un embajador ideal del patriarcado– llama la esencia de nuestro rol social no se trata solamente del escándalo del momento. Sus palabras ilustran por qué el feminismo sigue siendo tan necesario en la conversación pública.

En Ola Violeta AC lanzamos hace algunas semanas una campaña titulada #HablemosConLosHombres, dirigida a integrarlos como parte de la solución y no solamente del problema.

Estamos convencidas de que si ellos no ven las ventajas de trabajar por una sociedad igualitaria poco podremos lograr con discursos como el Mujerismo que tanto critica Martha Lamas por atribuirnos automáticamente la condición de víctimas y a ellos la de victimarios. Señalarlos generalizadamente no resuelve el problema; lo estereotipa y, además, los aliena del diálogo. 

“Mujeres, están fracasando, están erradicando la masculinidad, haciendo a la sociedad hipersensible (…) No le tengan miedo a ser mujeres, a permitirse ser lideradas por un hombre que lo único que quiere es verlas feliz”. Si no lo hubiera visto en sus propias redes, creería que es IA.

En sus palabras no hay deconstrucción, sino una reedición de la masculinidad patriarcal disfrazada de ternura. Cuando un hombre habla de emociones pero termina responsabilizando a las mujeres de la supuesta crisis masculina, lo que hace no es abrir camino al cambio sino blindar el sistema que nos oprime.

Mientras los hombres famosos descubren que tienen emociones, millones de mujeres en todo el mundo cubren doble o triple jornada laboral, aunque sólo reciban remuneración por la que hacen fuera del hogar.

En México, son mujeres 3 de cada 4 personas dedicadas a cuidar a infancias, personas adultas mayores o con discapacidad, familiares y, en estas fechas, hasta las visitas de provincia; según datos de INEGI, cerca de la mitad de las mujeres cuidadoras de nuestro país deben dormir menos tiempo y casi un tercio de ellas están agotadas. La Encuesta Nacional del Uso del Tiempo revela que, por semana, las mujeres realizan 6 horas más de trabajo no remunerado que los hombres. ¿Seguimos? La estampa está bastante clara.

Silvia Federici lo dijo con claridad: “El trabajo doméstico no es una vocación natural, es una imposición económica y política”. Y también Marcela Lagarde advirtió que el sistema patriarcal ha hecho de las mujeres “sujetos para el otro”, cuya existencia gira en torno a facilitar la vida de los hombres.

Entonces, cuando Chicharito pide que las mujeres se permitan ser lideradas y atiendan su hogar propone, ni más ni menos, que regresemos a ese lugar de la subordinación emocional, la entrega incondicional y la renuncia personal. Parece broma, pero es anécdota.

Ahí, justo en este tipo de propuestas retrógradas, se aloja la semilla de lo que llamo feminicidio emocional. Hombres que disfrazan su vulnerabilidad y caballerosidad de ausencia de responsabilidad sobre su rol en una sociedad igualitaria. Hombres necios que juzgan a la mujer por comodidad. 

No. No estamos fracasando. Estamos sobreviviendo, reaprendiendo a decir no y exigiendo reciprocidad. No queremos máscaras de hombres sensibles para insistir en mandatos que nos atribuyen labores de cuidado y sostenimiento del espacio privado como nuestra vocación.

bell hooks lo dijo mejor que nadie: “El patriarcado ha enseñado a los hombres a despreciar el amor y a reemplazarlo por el dominio”. Y si no cuestionamos esa pedagogía, cualquier discurso de vulnerabilidad masculina se vuelve performativo, incluso manipulador.

Sí. Demos espacio a los sentires de los hombres y cuestionemos juntas y juntos el peso del machismo sobre sus espaldas, pero no –nunca– a costa de romantizar la dominación. Cambiemos de juego, metamos goles… no autogoles.