En China existe desde hace algunas décadas una disminución importante en la tasa de embarazos entre mujeres jóvenes. A pesar de que el gobierno chino, encabezado por Xi Jin Ping, canceló la política del hijo único para revertir el acelerado ritmo de envejecimiento poblacional, dicho ritmo no ha logrado ser revertido exitosamente porque las mujeres chinas no están teniendo hijos e hijas. La respuesta a la pregunta sobre por qué las mujeres chinas se están rebelando está relacionada, curiosamente, con el ejercicio del autocuidado

El autocuidado se entiende, a grandes rasgos, como el ejercicio cotidiano de prácticas que contribuyen a generar y conservar el bienestar personal y, en dicha medida, el hecho de resistirse a tener descendencia, en contextos sociales en donde no se coloca a la vida y a la dignidad de las mujeres al centro de la prioridad pública, es una práctica que, a pesar de ser interpretada como transgresora por el gobierno chino, les permite a las mujeres conservar su calidad de vida, así como la progresiva independencia que habían logrado antes del descenso en las tasas de natalidad

 Alexandra Stevenson reporta para un artículo de The New York Times, que las mujeres están dispuestas a desplegar distintos actos de resistencia “en un país en el que los hombres hacen las leyes” y en donde hay cada vez más mujeres, en edad reproductiva, que son abiertamente discriminadas en espacios laborales cuando están casadas. 

La persistencia de la diferencia en el ingreso entre mujeres y hombres es otra variable que ha ido en aumento en las últimas décadas, además de que en 2011 se aprobó un legislación que penaliza a las mujeres cuando se enfrentan al divorcio. En este caso, la ley promueve que, ante la disyuntiva de quién conserva la propiedad familiar, la ley favorezca a quien la haya adquirido originalmente o pagado la hipoteca; es decir, a los varones, independientemente de que las mujeres también hayan contribuido a su pago, o que ellas sean quienes conserven la custodia de los hijxs o de que los hombres gocen de mayores oportunidades de adquirirles al haber gozado de mejores ingresos. 

Además, en el contexto del Congreso Nacional de las Mujeres, Xi Jin Ping, hizo abiertamente un llamado a: “[…] fomentar activamente un nuevo tipo de cultura matrimonial y maternal […]”, lo cual significa que se impulsan políticas públicas que promueven el regreso a modelos tradicionales de maternidad y vida familiar que, lejos de proteger y empoderar a las mujeres, incentivan que ellas se queden en casa y ralicen exclusivamente tareas de crianza.

Ello a pesar de que, a su vez, no se tomen medidas que combatan la pobreza material o de tiempo que padecen las mujeres chinas y para garantizarles su acceso a los mercados de trabajo, con el compromiso de reducir la brecha salarial entre hombres y mujeres.

Dicho escenario que se vive en el país asiático, me hizo recordar el famoso libro El cuento de la criada de la autora canadiense Margaret Atwood. En él, la escritora plantea un escenario distópico —por lo visto, no tan alejado de la realidad— en el cual frente a la infertilidad generalizada, las mujeres con capacidad reproductiva son esclavizadas y retenidas el interior de hogares para tener hijxs al serivicio de las familias que imponen y manejan un régimen autoritario en el que se han cancelado el ejercicio de los derechos civiles y políticos. De manera no sorprendente, se obliga a estas mujeres a cumplir con su “función natural” de tener descendencia y se intrumentaliza el uso de sus cuerpos (a partir de ser violadas) para garantizar el cumplimiento del objetivo sin que su consentimiento o deseo importe. 

Toda proporción guardada con lo que sucede en China actualmente, los paralelismos son bastante significativos. Cada vez que en la historia de la humanidad existe un problema de escasez generalizada (como, en este caso, son los índices de natalidad) hay una tendencia preocupante a buscar coaccionar a las personas más vulnerables (es decir, las mujeres), culpar a los movimientos sociales de las resistencias que se presentan (a los feminismos, por ejemplo) y de querer obligar a las personas a cumplir con una tarea social (la reproducción de la especie) que busca justificar la continuidad del sistema opresivo. 

A pesar del incremento de la violencia hacia las mujeres chinas y del progresivo cierre de espacios para su desarrollo, ellas han sabido resistir a través, precisamente, del ejercicio del autocuidado. Como menciona Alexandra Stevenson, las mujeres han creado espacios de reunión y recreación femenina, uno de los ejemplos es su reunión en bares y librerías de Shangai: “Algunas llevaban vestidos de novia para comprometerse públicamente consigo mismas. Otras se reunieron para ver películas hechas por mujeres sobre mujeres. Las bibliófilas acudieron en masa a librerías femeninas para leer títulos como La mujer rota y Vivir una vida feminista”.

 Como vemos, el ejercicio de autocuidado, aunque sea precario al inicio, siempre será un acto de resistencia cuando priorizamos nuestra vida, salud y proyectos personales, aunque el entorno se muestre hostil frente a los actos de resistencia y al ejercicio cotidiano de nuestra dignidad.

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