De un tiempo a la fecha se lee tanto en redes sociales esto del “amor propio”, que cada vez ha hecho más eco hasta en el feminismo virtual, y eso me tiene aterrada mala onda. Por ello quise hacer algunas acotaciones de este rollazo que considero una estafa revolucionaria.
Primero, el feminismo no es una terapia colectiva donde se hace catarsis ni se dan discursos de superación personal, o peor aún, una especie de coach motivacional, aunque desgraciadamente así se haya tomado y se ejerza para un gran sector de “feministas” online, jóvenes sobretodo.
El feminismo es un movimiento social, que lucha por derechos humanos, en concreto aquellos que tienen que ver con la autonomía sexual de las mujeres, de la gran diversidad de mujeres en el mundo. Y no hay que perder ni la vista ni el sentido político de ello. Si nos decimos feministas estamos obligadas a no olvidarlo ni perderlo de la afamada mirada violeta.
De modo que venir a llenar hoy día este movimiento social de algo así como: “tienes que amarte a ti misma, debes tener amor propio, amiga date cuenta, necesitas perdonarte y amarte tú primero para atraer el amor a tu alrededor”, es una reverenda mierda al estilo Paulo Cohelo, o cualquier tiktoker de palomita azul. El amor propio no resuelve opresiones sistémicas. En este mundo capitalista donde el modelo de vida que se nos impone va de acuerdo con el acaparamiento por unos cuantos, de la riqueza mundial, y el sistema miserable de circulación del dinero, de nada sirve que cual jipi que abraza árboles, nos estemos llenando la cabeza de: “Me tengo que amar, me tengo que amar”.
A mi me perdonan, pero yo no me amo “como soy”, no me amo pobre, no me amo precarizada, yo no me amo enferma por un sistema que opera para mermar la calidad de vida, no me amo con esta explotación laboral cotidiana, y la forma en la que nos hacinan para vivir. No, y no. Yo no me amo perseguida por mi sexualidad, por mi corporalidad femenina. No me amo excluida del sistema de salud pública, o de la pésima calidad y atención de este. Yo no me amo sin la posibilidad de tener una vivienda que sea mía, y no bajo rentas o abusos de inmobiliarias.
Segundo. Entiendo que esta “lucha motivacional” que han emprendido con el llamado amor propio, quizás tenga qué ver con sanar metafóricamente la culpa que nos han sembrado a las mujeres, o una medida, chafa-paliativa por decir lo menos, para “empoderar” discursivamente a las mujeres. Pero sale más caro el caldo que las albóndigas y nadie se está haciendo cargo del chilaque armado.
Al igual que aquella enmienda social estafadora de: “el pobre es pobre porque quiere”, y que bien sabemos que no es así, que el pobre es pobre porque le vulneran y le ponen en una encrucijada neoliberal, y no depende de él; pues de la misma forma, esto de venir a decir que “amarnos propiamente” va a resolver mi condición de clase, o mis violencias culturales y opresiones sistémicas, es mentira. Amarme quizás sirva para cosas muy personales o íntimas, que nada tienen que ver con un movimiento social de derechos humanos, sino con un cuidado de salud mental individual y personal, si la elección atener nuestra cabeza. Hay que decirlo tajantemente, y decirlo ahora que ya para todo y en cualquier lado nos vienen a decir que lo que nos falta en la vida para resolver todas las violencias que nos pasan como mujeres, es “tener amor propio”.
Venir a decirme que tenga “amor propio” como si eso me va a sacar del hoyo de la desigualdad social y estructural, es como decirme que le pida a dios que resuelva mis problemas y violencias: una ilusión que se torna solución externa, desde fuera, el más allá… Seamos serias con el movimiento feminista, plis!
Tercero: Los derechos humanos básicos universales son vivienda, trabajo, y salud. La catarsis, la terapia gestalt de Facebook, los coach, los influencers, o las estrellas feministas de Instagram y Twitter, no son derechos humanos. Son eso: Mediaticidad, publicidad, mercadotecnia. Nos urge aprender a distinguir.
Nos queremos vivas, claro, pero también remuneradas justamente, porque en esta vida se paga por vivir, y no se vive de rollos discursivos ni de “amor propio”.