Cuando las Naciones Unidas proclamaron el Año Mundial de la Población corría el año de 1974 y el mundo vivía las tensiones de la Guerra Fría entre los EE.UU. y la URSS. En medio de la competencia imperialista entre las dos superpotencias por el acceso a recursos e influencia, un mismo fantasma comenzaba a atormentar a socialistas y capitalistas por igual. Se trataba del imaginario de la sobrepoblación y de sus aparentes efectos desestabilizadores sobre los territorios en disputa.
Según las estimaciones publicadas por las Naciones Unidas ese mismo año, la población mundial alcanzó en 1974 los 4 billones de personas, duplicando su tamaño en poco menos de seis décadas. En ese momento el sur global ya concentraba las mayores tasas de crecimiento demográfico, y las luchas discursivas entre éste y los países industrializados en torno a la asociación entre sobrepoblación y subdesarrollo no se hicieron esperar.
La Conferencia Mundial de Población (Bucarest, agosto de 1974)
La Conferencia Mundial de Población celebrada ese año en Bucarest fue el escenario más visible de esta batalla. Al respecto, la principal innovación de la Conferencia fue el planteamiento de que las políticas demográficas formaban parte integral de las políticas de desarrollo, una idea que sobrevive hasta nuestros días.
El camino hacia este consenso fue, no obstante, sinuoso. El primer borrador del Plan de Acción, elaborado por la Secretaría General de la Conferencia —a cargo, por cierto, del mexicano Antonio Carrillo Flores—, no fue bien recibido por las delegaciones del sur global.
La influencia de los EE.UU. sobre el documento era notoria. El borrador, en un tono francamente malthusiano, pregonaba el control de la natalidad como solución al hambre y al subdesarrollo, y omitía lo que buena parte del sur global consideraba como la verdadera raíz de estos males: las estructuras económicas internacionales desiguales, las relaciones de dependencia y el neocolonialismo.
Tras numerosas enmiendas, la postura del sur global triunfó sobre la de los EE.UU., y el Plan de Acción terminó por incorporar sus demandas. Desafortunadamente, la aparente victoria sobre el hegemón fue sólo de carácter discursivo. En la praxis, el Plan de Bucarest tendría poca influencia sobre la política internacional del principal donante en temas de población.
El Informe Kissinger (Washington D.C., diciembre de 1974)
Apenas un par de meses después de la derrota en Bucarest, Henry Kissinger, entonces Secretario de Estado de los EE.UU., presentaría ante el Consejo de Seguridad Nacional de su país el documento NSSM200 –o lo que tras su desclasificación conoceríamos como el Informe Kissinger.
En él, Kissinger plantea que el crecimiento demográfico en el sur global representa una amenaza de seguridad nacional para los EE.UU. El argumento era que éste produciría inestabilidad social, acercaría a los jóvenes al comunismo y ello pondría en riesgo el acceso de los EE.UU. a los recursos naturales, particularmente minerales, que requería para su infinita expansión económica.
La solución, de acuerdo al informe, era un extenso control de la población en esos territorios mediante la instrumentalización de los programas estadounidenses de ayuda oficial al desarrollo (AOD) y de las técnicas de planificación familiar. Esta estrategia estaba dirigida principalmente a mujeres en edad reproductiva.
Sobra decir que el diagnóstico del informe terminó por ser adoptado como política oficial de los EE.UU. en noviembre de 1975 por instrucciones del entonces presidente Gerald Ford. Como nota, México, junto a otras 12 naciones, entrarían en la lista de países prioritarios para su aplicación.
Descolonizar las políticas de población (Ciudad de México, 2024)
Desconozco con certeza hasta qué punto dicha política internacional continúa al día de hoy. No obstante, tras este ejercicio de memoria, quisiera trazar un par de breves reflexiones a medio siglo de su concepción y con motivo del pasado 12 de octubre, día de la descolonización.
La primera es que la cuestión del acceso a métodos anticonceptivos, tan central para la autonomía reproductiva de las mujeres en los sures, entró en el campo de la AOD a razón de las ansiedades imperialistas de los hegemones, y no bajo el paraguas de los Derechos Sexuales y Reproductivos. Eso último no lo veríamos hasta dos décadas después, en 1994, con la CIPD de El Cairo y gracias a la tenacidad de toda una generación de feministas, tanto del norte cuanto del sur global.
A pesar de ello, el contraste entre lo ganado en Bucarest y lo perdido en el Informe Kissinger da cuenta de que el discurso internacional puede dirigirse hacia un lado mientras que la actuación de los principales donantes internacionales puede encaminarse, en cualquier momento y sin aviso, hacia un horizonte radicalmente opuesto. La instrumentalización y la condicionalidad de la AOD son, medio siglo después, un tema que aún merece nuestra atención.
La segunda reflexión es que el cuerpo de las mujeres ha sido históricamente el primer territorio de resistencia ante el imperialismo. Las políticas de población, como lo indica su nombre, no son apolíticas. En otras palabras, debemos trabajar para asegurarnos de que estas sean siempre feministas y antimperialistas.
En esa línea, descolonizar las políticas de población implica partir de los principios de pluralidad y de autodeterminación –tanto del cuerpo cuanto de los territorios–. Requiere desmantelar las relaciones de poder norte-sur y reconocer el protagonismo de las mujeres en la toma de decisiones sobre nuestra salud reproductiva. En este camino la memoria histórica es esencial.
Referencias
ECOSOC (1975). Informe de la Conferencia Mundial de Población Bucarest 1974. Disponible en: https://repositorio.cepal.org/server/api/core/bitstreams/1ba3970f-4c7a-4b04-afee-831a30b74cb9/content
Kissinger, H. (1974). The Kissinger Report: NSSM-200 Implications of Worldwide Population Growth for U.S. Security Interests. National Security Council. Disponible en: https://pdf.usaid.gov/pdf_docs/PCAAB500.pdf