Pasó el 28 de septiembre, Día de Acción Global por el Aborto Legal, Seguro y Accesible, volvimos a tomar las calles, los medios y las redes para recordarnos que el aborto sigue siendo una deuda pendiente con la justicia social. En medio de retrocesos y disputas sobre el cuerpo y los cuidados, sostenemos una marea verde que no solo exige, sino que también narra, teje y acompaña.

Hoy más que nunca necesitamos contar desde un lugar que no se rinda al miedo ni a la fatalidad, porque hablar de nuestros cuerpos es también hablar de autocuidado, de dignidad y de bienestar.

Esta no es reflexión para negar u ocultar las barreras -que son muchas y siguen latentes-, sino a ampliar el lente. A contar también las historias que nos sostienen, las que muestran lo que ya está funcionando, las que destacan agencia y cambios, aun en contextos adversos. Porque cada historia contada con dignidad es una forma de empujar los límites que creímos posibles.

Necesitamos preguntarnos: ¿qué historias queremos contar a partir de ahora? ¿Desde qué lugar queremos narrarlas? ¿Y cómo pueden nuestras historias seguir empujando hacia un futuro más justo?

Llevo casi dos años trabajando en Ipas LAC, una organización que impulsa los derechos sexuales y reproductivos para que las mujeres y otras personas con posibilidad de gestar vivan con libertad, goce y dignidad. En este camino, he visto cómo el lenguaje y las narrativas pueden abrir puertas o cerrarlas.

He aprendido que no basta con denunciar lo que no funciona. Es indispensable imaginar y contar los mundos que sí queremos habitar: desde el territorio, el acompañamiento y la colectividad.

Y ahí entra la esperanza. No como una consigna vacía, sino como una apuesta política. Una esperanza que se teje en la red de acompañantes que cuidan, en las y los profesionales de salud que brindan abortos seguros, en quienes deciden interrumpir un embarazo y continúan con sus proyectos de vida. Esa esperanza no niega las barreras, pero tampoco se queda en ellas.

En Latinoamérica, los cuerpos de las mujeres y personas con posibilidad de gestar siguen siendo territorio de disputa; contar historias desde la esperanza, se vuelve un acto de resistencia. Mostrar que el aborto también se vive con tranquilidad, acompañamiento, alivio e incluso alegría, es desmontar los discursos del miedo. 

Como comunicadora, sé que no basta con narrar bien: hay que narrar con intención y con empatía. Narrar desde la esperanza es eso: no quedarnos en el miedo, sino iluminar los caminos que sí se están abriendo. No invisibilizar las barreras, pero tampoco ignorar las redes, las soluciones, los avances.

Pero para que esas historias lleguen, necesitamos el apoyo de medios, plataformas y lenguajes que se abran a nuevas formas de contar. Que no busquen el sensacionalismo, que no se queden solo en el dolor, sino que apuesten por la complejidad, la diversidad y la valentía de quienes viven y defienden el derecho a decidir sobre sus cuerpos, sobre su autocuidado

Los marcos no se quedan solo en lo legal o la salud: también está lo narrativo.

En tiempos donde los discursos conservadores ganan terreno en muchos espacios, contar desde la esperanza es resistir al cinismo y al desgaste constante. Es devolvernos agencia, ternura y dignidad. Es hacer del acto de narrar una forma de cuidado y sostenimiento colectivo.

La disputa no es solo con quienes criminalizan, sino también con quienes narran desde el prejuicio, el castigo o la ignorancia deliberada. Contar desde la esperanza es una forma de confrontar lo que históricamente ha dicho la iglesia, los medios tradicionales y las instituciones para disciplinar nuestros cuerpos y decisiones.

Narrar no es solo informar: es cuidar, incidir y sembrar futuro