La hambruna ya no es una amenaza en Gaza. Es una realidad confirmada. Más de medio millón de personas enfrentan inanición generalizada, muertes evitables y un colapso sanitario sin precedentes, según el informe de la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria (CIF) publicado por Naciones Unidas este 22 de agosto .
Cientos de miles de familias pasan días sin comer, mientras que la desnutrición infantil alcanza cifras históricas: más de 12 mil niñas y niños en estado agudo, un aumento de seis veces respecto a inicios de año. Una catástrofe que no ocurre por casualidad, sino por un bloqueo que ha dañado alrededor del 98% de las tierras de cultivo y ha limitado el acceso a alimentos, agua y medicinas. El hambre se ha convertido en un arma de guerra.
Organismos internacionales han reiterado la necesidad de un alto al fuego inmediato para frenar este genocidio. Pero la ofensiva militar de Israel con apoyo de Estados Unidos y el cómplice de Europa continúa, junto a desplazamientos forzados y bloqueos al ingreso de ayuda humanitaria.
Ante esta realidad, la respuesta internacional busca nuevas formas de ayuda humanitaria. El 21 de agosto pasado comenzó una huelga mundial de consumo por Gaza, convocada por colectivos como Humanti Project y respaldada por la cineasta y activista palestina Bisan Owda.
Cada jueves, la acción invita a no comprar nada: ni pan ni gasolina, ni un café ni una suscripción. El objetivo es presionar a las economías que sostienen la ofensiva israelí y demostrar la fuerza de las decisiones colectivas.
No es una huelga laboral, sino económica. Una interrupción que, repetida, puede reflejarse en los indicadores financieros.
La resistencia también atraviesa al periodismo. En los últimos días, seis reporteros de Al Jazeera fueron asesinados en Israel. Su rostro acompaña ahora los carteles de la huelga global como símbolo de la represión contra quienes documentan la masacre.

Atacar a periodistas en zonas de guerra es, además de un crimen, una violación directa del derecho internacional humanitario. Sin prensa libre, la verdad sobre Gaza quedaría aún más silenciada. La confirmación de la hambruna marca un punto de no retorno en la emergencia humanitaria más grave de Oriente Medio en décadas.
El hambre y la censura se ejercen sobre un territorio y sobre cuerpos racializados que, desde la mirada internacional, han sido históricamente deshumanizados. El racismo permite que el mundo tolere una hambruna planificada y un genocidio televisado.
¿Y por qué hablar de esto desde un medio feminista? Porque la guerra tiene un impacto diferenciado en las mujeres y en los cuerpos feminizados. Son ellas quienes cargan con la desnutrición durante el embarazo, quienes deben parir sin acceso a atención médica, quienes enfrentan violencia sexual como arma de guerra —que, según la ONU, aumentó 25% en conflictos durante 2024— como documentamos esta semana. El control del cuerpo, ya sea mediante el hambre o la violencia, forma parte de una estrategia de sometimiento.
Desde una mirada feminista y anticolonial, reconocer el hambre como estrategia de control no es solo nombrar el genocidio, sino entender que el cuerpo palestino —racializado y feminizad?— se convierte en botín de guerra. Lo que está en juego no es solo la supervivencia inmediata, sino el derecho a existir, y sostener la vida fuera de un marco colonial y patriarcal de exterminio.